Horacio Quiroga

Escritor uruguayo nació en Salto y murió en Buenos Aires (31 de diciembre de 1878-1937). Ha sido el escritor de cuentos más vigoroso de América y una de las figuras literarias más interesantes de la primera mitad del siglo XX. Reunió sus cuentos infantiles en 1918 en un volumen que tituló Cuentos de la selva (v.). Lo más importante de su obra narrativa lo encontrará el lector agrupado en la entrada Cuen­tos Misioneros (v.). Comenzó muy joven a escribir en los periódicos, fundó en 1899 la Revista del Salto, se hizo amigo de Rubén Darío en París, conoció a Herrera y Reissig, acompañó a Leopoldo Lugones a las anti­guas misiones jesuíticas del Alto Paraná y este viaje fue decisivo para el artista, pues se detuvo en la selva y allí residió y escribió.

Hizo negocios ruinosos, de los que no pudieron compensarlo cargos consulares en Buenos Aires que desempeñó, y acabó suicidándose con cianuro, ante la perspec­tiva de una enfermedad incurable. Es un poeta modernista en Los arrecifes de coral (1901)  y su personalidad de hombre culto y refinado se proyecta a través de sus na­rraciones largas (Los perseguidos, 1905; His­toria de un amor turbio, 1908; Pasado amor, 1929). Sus intentos dramáticos y su labor periodística son en general, un tanto disper­sos. Pero Quiroga es ante todo y sobre todo un maestro del cuento realista con criterio es­tético que evoluciona sensiblemente hacia el cuento psicológico. Muchos de sus relatos breves son pequeñas obras maestras: La gallina degollada, El hijo, Anaconda, El Desierto, A la deriva, El hombre muerto y algunos más. También es un retórico del cuento y su técnica se inspira, en los gran­des maestros: Poe, Chejov, Kipling, Mau- passant, a quienes lee con pasión.

René Bazin afirma que la obra de Quiroga hace en­trar por vez primera la selva en las- letras hispanoamericanas. Según Ugo Gallo, Quiroga es el romanticismo que se hace conciencia del hombre en el mundo aún virgen de la América profunda, interna. Quiroga vio su vida mati­zada constantemente por la tragedia: en 1902, mató accidentalmente a un amigo, el escritor Federico Ferrando; en 1915, se sui­cidó su primera esposa, Ana María Cirés. Este aire de tragedia se refleja en lo mejor de su producción, pero no le impidió la acción literaria intensa en el Consistorio del Gay Saber que fundó en Montevideo y en donde sus opiniones tenían generalmente acción decisiva.

J. Sapiña