Es el más antiguo de los poetas griegos acerca de los cuales poseemos, entre tantas informaciones legendarias, algunas, siquiera pocas, noticias históricamente admisibles. Su poema Los trabajos y los días (v.) contiene, en efecto, tres pasajes autobiográficos acerca de sus orígenes (vv. 631-640), sus relaciones con su hermano Perseo (vv. 27-46) y su actividad poética (vv. 650-659); a ello cabe añadir los datos verosímiles transmitidos por Aristóteles respecto de su fallecimiento. De esta suerte, sabemos que su padre, originario de Cumas (Eolia), movido por necesidades económicas se había trasladado a Ascra, pobre localidad de Beocia, y dedicado al pastoreo y a la agricultura. H., quien probablemente debió de nacer en dicho lugar, confirmó tal origen con su vida y sus costumbres: y así, fue campesino y pastor, apegado a la tierra, avaro, encerrado en sí mismo, y un tanto pesimista, pero esencialmente religioso y vinculado a la moral tradicional; una vez poeta, conservó una tendencia rural y tosca hacia el naturalismo, distinta del carácter clásico propio de la precedente y por él bien conocida poesía de Homero.
A la muerte del padre, H. y su hermano Perseo heredaron sus escasas tierras. Pero este último dilapidó su herencia, entabló un pleito y obtuvo parte de los bienes del otro; luego derrochó asimismo la nueva adquisición y amenazó con otro litigio. La amarga experiencia no solamente ofreció al expoliado la base formal para la composición de Los trabajos y los días, sino que acentuó además en él la tendencia a considerar a los hombres de una manera pesimista. Ignoramos cómo de campesino y pastor llegó a cantor o «aoidós»; dice el mismo autor en un célebre pasaje (w. 22-34) de la Teogonia (v.) que un buen día las Musas se le aparecieron en el Helicón, donde apacentaba el ganado, le llamaron a su servicio y le exhortaron a «cantar las verdades». A partir de entonces inició su labor poética, y, aun cuando siguiera viviendo en Ascra (de donde se alejó una sola vez, para participar victoriosamente en Eubea en una competición entre poetas), dedicóse a la composición de obras de un acusado carácter didáctico; para él fueron «verdades» no solamente los temas de la agricultura, la navegación, la justicia humana y el calendario, sino también los religiosos y míticos, no menos vivos en el espíritu popular.
Según Aristóteles, murió en Ascra; tras la destrucción de la ciudad por los tespios, sus cenizas fueron llevadas a Orcomeno por los escasos supervivientes, y en su nueva patria recibieron también solemne venera- ración. Muchos otros datos nos han transmitido las fuentes antiguas; se trata, empero, de verdaderas leyendas, extrañas en absoluto a la realidad histórica, y a menudo en contradicción entre sí y netamente inadmisibles. En realidad, ni el padre de nuestro autor se llamaba Dio ni su madre Piquimedes; tampoco es cierto qué H. fuera contemporáneo o pariente de Homero, ni que ambos compitieran en un mismo certamen poético; lo mismo cabe decir respecto a las novelescas informaciones acerca de la muerte y de las vicisitudes que experimentó la tumba del poeta. En cuanto a la cronología sólo puede afirmarse que posterior a Homero y anterior a Simónides de Samos y posiblemente a Arquíloco, H. floreció a mediados del s. VII a. de C. Los antiguos le atribuyeron muchas obras, llegadas hasta nosotros en fragmentos y consideradas por los críticos modernos fruto de una escuela poética de Beocia, de actividades enciclopédicas y sistemáticas.
Conservamos enteras la Teogonia, Los trabajos y los días y El escudo de Heracles (v.), esta última seguramente apócrifa. Las dos primeras aparecen actualmente no en su forma genuina, sino con diversas interpolaciones y modificaciones sufridas en el curso del tiempo; y así, algunos críticos del siglo pasado, ante una serie de poemas que revelaban la intervención de sucesivas y numerosas refundiciones, llegaron a poner en duda la misma existencia de H. Hoy, empero, la crítica juzga auténticas la personalidad de este autor y las noticias autobiográficas por él insertas en Los trabajos y los días, y le atribuye la paternidad tanto de esta obra como de la Teogonia. El poema épico Los catálogos o Catálogo de las mujeres (v.), es probablemente apócrifo.
A. Traverso