Vivió entre fines del siglo VII y principios del VI a. de C. Fue el octavo de los profetas menores. Dios le inspiró sus profecías en el Templo, donde oficiaba. Hombre de robusta fe, apoyó valerosamente a su pueblo, asustado por la inminente invasión caldea, con una divisa recogida luego por San Pablo: «El justo vive por la fe». De carácter independiente, como todos los verdaderos profetas, no vaciló en enfrentarse al rey Joiaquín: «: ¡Ay de aquel que amontona bienes ajenos! ¡Tus víctimas se levantarán súbitamente!» Nada más podemos sacar del libro por él escrito (v. Habacuc, Libro de). Todo el resto es pura leyenda. Su supuesta tumba, hallada en Keila tras el legendario sueño de Zebenno, obispo de Eleuterópolis, llegó a ser venerada meta en los primeros siglos del cristianismo.