Nació en Kolozsvàr (Transilvania) durante la primera quincena de enero de 1826 y murió en Budapest el 9 de noviembre de 1909. Estudió y, todavía muy joven, enseñó en el colegio calvinista de su ciudad natal, que abandonó definitivamente en 1862 al aceptar una cátedra en Budapest. Conocido principalmente como poeta y narrador (v. El último dueño de un viejo castillo), dirigió la revista literaria Szépirodalmi Lapok, y publicó, en 1854, un estudio fundamental sobre Petofi que le situó de golpe a la cabeza de la nueva tendencia crítica, opuesta a la moda corriente de la imitación externa del arte de aquel autor; ricos asimismo en criterios y métodos renovadores fueron su amplio ensayo dedicado a El ban Bank de José Katona (1860) y la magistral biografía del poeta romántico húngaro más ilustre, Miguel Vorosmarty (1866).
En adelante, la autoridad de G. llegó a ser tan grande que la opinión pública no se oponía ni tan sólo a sus frecuentes y severas censuras dirigidas contra Jókai (v.), el orgullo de la narrativa magiar contemporánea. En 1873 la Academia de Ciencias le confió la dirección de su reseña Budapesti Szemle, y en 1876 fue nombrado catedrático de literatura húngara de la Universidad de Budapest. Tal posición de árbitro literario indiscutible, que supo mantener hasta fines de siglo, se debió a su gusto infalible, a un ardiente amor a la verdad y a la evidencia irresistible de su argumentación. No se preocupó de especulaciones filosóficas, antes bien, siguió principios concretos y sólidos y criterios inspirados en los clásicos antiguos y hallados nuevamente en la poesía del mayor clásico húngaro, Juan Arany.
Aun cuando proclamara siempre los fines autóctonos de la obra poética, juzgó inseparables de los estéticos los valores éticos y, con tales enseñanzas, determinó también el tono y la actitud moral del clasicismo nacional que dominó en la segunda mitad del siglo pasado. Abandonada la profesión docente, en 1902, su espíritu polémico fue aplacándose de manera paulatina, a pesar de lo cual su extraordinaria sensibilidad, abierta a cualquier innovación literaria, persistió en él hasta su muerte.
E. Várady