Nació en Milán en 1740, murió en Ginebra el 13 de diciembre de 1819. Su vida aventurera y repleta de peripecias — desde su juvenil participación en la guerra de los Siete Años hasta sus prisiones en Prusia, desde los viajes ricos en experiencias nuevas por Portugal, España, Inglaterra, Alemania y Holanda hasta su actitud favorable a la Revolución francesa, y en fin, hasta el rápido cambio que le hizo pasar al campo de los adversarios de la misma Revolución para terminar, en un profundo aislamiento moral y espiritual, en Suiza — se impuso hasta tal punto sobre sus contemporáneos e incluso sobre muchos historiadores, que hicieron que quedara en olvido la fundamental seriedad de su espíritu y que se le confundiera con uno de tantos aventureros de que tan pródigo fue el siglo XVIII.
La verdad es que ardió siempre en G. el deseo de vivir nuevas experiencias políticas, a pesar de lo cual se advierte en él una unidad de intenciones. En efecto, bien cuando aceptaba el reformismo de los soberanos, bien cuando lo criticaba duramente (en las Mémoires secrets et critiques des Cours, des Gouvemements et des Moeurs des principaux États d’ltalie, París, 1793), bien, asimismo, cuando aprobaba la Revolución como cuando la condenaba, una sola era la doctrina que seguía: la doctrina fisiocrática, de la que se había hecho activo e inteligente partidario. Había recibido de sus amigos fisiócratas franceses, especialmente, el apasionado sentido de la libertad individual, de la propiedad personal, como garantía de tal libertad, el explícito reconocimiento de las leyes naturales anteriores a las leyes escritas, etc.
Cuando advino la Revolución, llevó G. a sus últimas consecuencias aquella doctrina, asumiendo una posición decididamente hostil al «despotismo sacerdotal, aristocrático y ministerial de los gobernantes». Adhirióse a la Revolución porque le pareció que sus primeros pasos afirmaban aquellos ideales, y se alejó de ella cuando la misma Revolución derivó hacia igualitarismos que se encontraban insertos naturalmente en sus premisas. Entonces, ante tales consecuencias, se encerró en una estéril negación, que lo puso frente a todo el mundo, a él que estaba inclinado a gozar y sentir los variados aspectos de la vida. Sus Memorias para servir a la historia de mi vida (v.), nos proporcionan un cuadro vigoroso y animado de la sociedad europea del siglo XVIII.
F. Catalano