Religioso y escritor español, nació en Sevilla en 1474; murió en Madrid en julio de 1569. Hijo de uno de los compañeros de Colón, de origen noble, enriquecido a consecuencia de los «repartimientos» de tierras de La Española, partió para América con la expedición de Ovando (13 de febrero de 1502) tan pronto como concluyó su licenciatura de Derecho y sus estudios de Filosofía en Salamanca. Dispuesto a continuar la obra de su padre, se dedicó al cultivo de sus tierras, empleando para ello la mano de obra indígena como los demás colonizadores, sin atender tanto a la educación y evangelización de sus criados indios como a su propio enriquecimiento. Ocho años después se ordenó de sacerdote (1510) y ayudó en calidad de tal al dominico fray Pedro de Córdoba, uno de cuyos sermones, evocado años después, había cambiado el rumbo de su vida. Pasó luego a Cuba en la expedición de Diego Velázquez, y allí se dedicó a explotar un nuevo «repartimiento», que abandonó temporalmente en la Pascua de Pentecostés de 1514 para ir a predicar y decir misa a un poblado en el que no había cura.
Preparando su plática leyó el capítulo XXXIV del Eclesiastés y vino entonces a su memoria un sermón de fray Pedro, que le puso de manifiesto las injusticias que se cometían con los indios. Confesóse entonces, renunció a los indios que tenía, y se propuso, en adelante, predicar contra las «encomiendas». Viajó incansablemente por las tierras descubiertas, cruzó catorce veces el Atlántico, fue nombrado «procurador universal y protector de los indios» y logró una Real Cédula en la que el rey de España hacía constar que los indios eran «libres y súbditos de Su Majestad», lo cual enconó los ánimos contra él y hubo de refugiarse en un convento de los dominicos, únicos defensores de la justicia hasta aquel momento. Intrigó, impetró, reclamó, exigió, y en 1523, tras una nueva persecución que le obligó a acogerse de nuevo al amparo de los dominicos, pidió el hábito y profesó en la orden de Predicadores. Esta fecha marca una nueva etapa en la vida de Las Casas y supone un ahondamiento espiritual que le aleja de la vida aventurera para consagrarse por completo a su actividad de publicista. Con motivo de la ratificación de las Nuevas Leyes de Indias, Las Casas fue a Barcelona para agradecerle a Carlos V su promulgación; en esa ocasión el rey le entregó una cédula por la que le nombraba obispo de Cuzco (1542) pero el dominico la rechazó con unas palabras desabridas. No pudo renunciar del mismo modo a la silla episcopal de Chiapa, en 1544, porque la Orden le obligó a aceptar por obediencia.
De temperamento irascible, violento, áspero, intemperante, colérico e intratable, poseía la brava naturaleza de un monje de la Edad Media, intransigente y obstinado hasta el punto de oponerse a la edición de las obras de sus adversarios cuando se consideraba incapaz de combatirlos, pero tenía, por encima de todo, una ciega fe religiosa y una idea mesiánica de su quehacer en la tierra, que le hacía obrar con absoluta sinceridad, aunque no se recatase en emplear la hipérbole, como acontece en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (v.) aparecida en 1552. Tal vez su rudeza, más casi que su tenacidad y su idea fija y arraigada —peculiar actitud intelectual de hombre «seguro» y de acción — le valió el triunfo final y la incorporación de sus ideas a la nueva legislación de Indias, porque Las Casas blandía las mismas armas y la misma intolerancia que los culpables de los abusos cometidos en las nuevas tierras.
Escribió, obsesionado por su idea, Treynta proposiciones muy jurídicas en las cuales sumaria y sucintamente se tocan muchas cosas pertenecientes al derecho que la Iglesia y los príncipes christianos tienen o pueden tener sobre los infieles de cualquier especie que sean; así como Donde se asignan veynte razones por las cuales se prueva non de- verse dar los indios a los Españoles en encomienda, ni en feudo, ni en vassallage, ni en otra manera, y Confesionario, o unos avisos y reglas para los confesores que oyeren confesiones de los Españoles que son o han sido en cargo a los Indos de las Indias del mar océano, publicado como los anteriores en Sevilla el año 1552. Aparte de estas y otras muchas obras, publicadas o manuscritas, hay que destacar su Historia general de las Indias (v. Historia de las Indias), editada con mucha posterioridad (Madrid, 1876) que, pese a su prolijidad minuciosa y al desaliño que caracteriza todas sus obras es, sin duda, la más exacta y documentada historia de la época, en todo lo que concierne a la vida y la empresa de Colón.
D. Vidal