Franz Peter Schubert

Nació el 31 de ene­ro de 1797 en Viena, donde murió el 19 de noviembre de 1828. Su padre, maestro ele­mental, reconoció la precoz vocación musi­cal del muchacho y le hizo estudiar el vio­lín, el canto y el piano. En octubre de 1808 pudo verle admitido en el coro de la capilla imperial y en el pensionado correspondien­te. Dirigía aquélla Antonio Salieri, quien se interesó por el genial discípulo y le dio lec­ciones de armonía y contrapunto. Llevado por su mismo temperamento a la camara­dería y a la cordialidad de las relaciones entre iguales, vio transcurrir felizmente los cinco años de pensionado (1808-1813). No puede afirmarse lo mismo respecto de los tres que siguieron cuando, cambiada la voz, hubo de volver tal hogar y ayudar a su padre en la enseñanza elemental. Según pa­rece, muchas de las numerosas obras que por aquel entonces empezó a componer (dos Misas, otras tantas Sonatas, dos Sinfonías, Lieder y pequeñas piezas teatrales) fueron fruto de conscientes infracciones de los de­beres profesionales.

En 1816 Schubert vio fracasar sus aspiraciones al cargo de profesor de una escuela musical, e inició una vida de valerosa independencia económica, junto con amigos estudiantes, poetas o pintores no menos pobres. Sobre todo en el ambiente de la burguesía vienesa media, empero, co­menzaba a difundirse la fama de las encan­tadoras canciones debidas al compositor y basadas en poesías contemporáneas. En 1818 la familia noble de los Esterházy llevóle consigo a la campiña húngara de Zelész como^ maestro de música; tan afortunada ocasión se repetía unos cuantos años des­pués, en 1824. Sin embargo, Schubert conoció, mientras tanto, duras dificultades en Viena. En febrero de 1819 fue cantado por primera vez uno de sus Lieder en un concierto pú­blico, y el verano de este mismo año el tenor Vogl escogióle como pianista con mo­tivo de una «tournée» por el Austria sep­tentrional; fue aquélla una estación vera­niega feliz para el músico, la serenidad de la cual aparece reflejada en el célebre Quin­teto en la mayor op. 114 (v.), denominado «de la Trucha».

Empezó entonces a exten­derse por Viena la fama de Schubert, apreciado por sus dotes de improvisador y músico de fiestas. Un gran número de pequeñas com­posiciones para piano — Valses, Escocesas, Marchas militares e, incluso, los mismos Im­promptu y Momentos musicales (v.) — ilus­tra este aspecto social y cordial del arte del compositor. El éxito de sus obras me­nores, que iba difundiéndose a través de Viena, no logró sacarle, empero, de su mi­seria crónica. Por otra parte, las producciones de mayor empeño permanecían amon­tonadas en los cajones. Las Sinfonías dor­mían inéditas; la en «;do mayor» sería des­cubierta por Schumann y ejecutada por vez primera en 1839, en Leipzig, y la Incom­pleta (v. Sinfonía núm. 8 en si menor) ha­bría de aguardar hasta 1865. El camino del teatro, iniciado con apasionado ahínco por Schubert, quedóle cerrado por repetidos fracasos; en vano intentó cultivar los distintos géneros de música dramática, a través de ope­retas y Singspiele como Los gemelos (1820) y Alfonso y Estrella (1822), o bien de ópe­ras fantásticas y caballerescas como Rosa­munda (v.) y Fierabrás (1923).

La docta Viena musical no quería dar crédito a las cualidades artísticas superiores de quien parecía sólo un afortunado autor de can­ciones populares: Weber mostrósele opuesto, y Goethe, a quien Schubert dedicará los Lieder (v. Canciones) compuestos sobre poesías no le expresó nunca la menor gratitud. Cuestión dudosa, aun cuando resuelta negativamente por casi todos los biógrafos, es la posible relación personal del compositor con Beethoven, por quien sentía la vene­ración más profunda; sabemos, empero, que éste, ya en el lecho de muerte, hojeaba con admiración los Lieder. A partir de 1825 tam­bién la salud de Schubert fue menguando grave­mente, y su arte presentó un matiz cada vez más hondo de tristeza. En este aspecto re­sulta típico el contraste entre los dos prin­cipales ciclos de Lieder: La bella molinera (v.), de 1823, y Viaje de invierno, de 1826- 27. Dos viajes más a Estiria con el tenor Vogl (1825 y 1827) fueron las últimas ale­grías del músico.

El 26 de marzo de 1828 organizó en Viena un concierto integrado exclusivamente por composiciones propias, que conoció un éxito considerable, pero tar­dío. Muy precaria ya su salud, hubo de re­nunciar, durante el verano, al proyecto de otra visita a los amigos estirianos. El 31 de octubre sintióse peor, y vio iniciarse una crisis que acabó con su vida el 19 de no­viembre. Fue sepultado junto a la tumba de Beethoven; el poeta Grillparzer pro­nunció la oración fúnebre.

M. Mila