François Couperin (llamado el Grande)

Nació en París el 10 de noviembre de 1668, murió en la misma capital el 12 de septiembre de 1733. Pertenecía a una familia oriunda de Chaume en la Brie, que durante un siglo dio a Francia una dinastía de músicos.

Su tío Luis C. (1630-65), discípulo de Cham- bonniéres, había precedido a su sobrino François como organista de Saint-Gervais, adquiriendo renombre por sus majestuosas composiciones que contienen dos misas, pero Charles C. había sido también maestro or­ganista de Saint-Gervais, cargo que su hijo François alcanzó a los veintiún años y des­empeñó toda su vida. Sin embargo, C. no escribió para órgano más que un libro de composiciones que contiene dos misas, pero logró rápida notoriedad con las composicio­nes para clavicémbalo, las Sonates en trio, y las piezas para viola.

Llegó a ser organista de la Capilla real en 1693 y clavicemb alista de Corte en 1717; entre sus alumnos de cla­vicémbalo figuraron el duque de Borgoña, Ana de Borbón y Luis Alejandro de Borbón, quien le asignó una pensión vitalicia.

Cua­tro volúmenes de composiciones para clavi­cémbalo fueron publicados por C. en 1713, 1717, 1722 y 1730 (v. Piezas para clavicém­balo): son éstas sus obras más conocidas, aunque su producción es mucho más co­piosa; basta citar los cuatro libros de Sonate; Nouveaux concerts; Apoteosis de CorelU (v.); Apoteosis de Lulli (v.); Trios en qua- tre livres, Lecons de tenébres.

Famoso es su tratado, el primero del género, L’art de toucher le clavecín, que contiene indicaciones y sugerencias que todavía se citan hoy en los tratados técnicos sobre instru­mentos de teclado. Es de C. la máxima, válida para los autores y los intérpretes de todos los tiempos: «J’avancerai de bonne foy que j’aime mieux ce qui me touche que ce qui me surprend».

Precursor, por decirlo así, del impresionismo, C. asegura que siempre tuvo un objeto que describir cuando componía sus piezas para clavicém­balo: sus títulos son evocadores de caracteres femeninos, como La douce et piquante, La prude, L’enchanteresse; o de escenas de la naturaleza, como Le rossignol en amour, Les papillons, Les abeilles; o de acontecimientos de su tiempo, como Fastos de la grande y antigua ministrilería (v.), composición que puede enlazarse al período del conflicto entre organistas y clavicemba- listas por un lado, y «ménestriers» por otro.

El arte de C., encuadrado en el más puro espíritu de la tradición francesa, trasciende fácilmente, en virtud de su genial fantasía creadora, los límites del género mundano y profano en que se inspiran sus composi­ciones. Músico de Corte, C. da lecciones a príncipes y princesas, se sienta ante el cla­vicémbalo casi todos los domingos, ejecu­tando con Duval, Philidor, Alarin, Dubois, gavotas corrientes y chaconas predilectas del monarca; pero músico genial al mismo tiem­po, da vida a visiones y cuadros musicales que asocian la fantasía más delicada a la expresión más sobria. No tiene igual, entre sus contemporáneos, en cuanto a delicadeza, espíritu, vivacidad y elegancia, y ofrece con sus obras la más perfecta y refinada imagen musical de su época.

L. Córtese