Nació en Alejandría el año 20 a. de C. o poco antes. Fue una interesante figura de filósofo y de hombre. Su obra es una significativa expresión del sincretismo filosófico de la primera mitad del siglo I, que vinculó entre sí las ideologías griega y hebrea.
Poco sabemos sobre la existencia de Filón. Miembro de una familia muy notable y poderosa (un hijo de su hermano Alejandro Lisímaco casó con la hija del rey de los judíos Herodes Agripa), recibió una cuidadosa educación, como lo demuestran, entre otros detalles, su vasta erudición bíblica (a pesar de lo cual no conocía el hebreo), su familiaridad con la filosofía helénica e incluso el estudio del estilo.
Sólo un episodio de su vida conocemos: la embajada a Calígula, que fue llamado a presidir en un momento dramático de la historia de su pueblo. La población griega y egipcia de Alejandría, muy hostil a los judíos, pidió que se colocaran estatuas del emperador en las sinagogas; con ello pretendían exponer a los hebreos a la ira del soberano y, al mismo tiempo, atraerse las simpatías de éste mediante una forma de adulación que juzgaban de su gusto.
Ante el riesgo de verse acusados de lesa majestad, los judíos enviaron una embajada a Roma, para suplicar al emperador la exención de tal culto; la misión, pues, resultaba extremadamente difícil y peligrosa. En Roma, los embajadores no fueron recibidos inmediatamente (y hasta quizá no lo fueron nunca) y, diferida la audiencia de un mes a otro, hubieron de soportar vejaciones e insultos de todo género; sin embargo, al final, y es de creer que por los méritos de Filón, lograron cierta tolerancia — aunque no mucha, en verdad —.
Lo notable, o curioso por lo menos, de todo ello es el carácter del hombre que llevó tal asunto no sin habilidad y que se le describe normalmente como inclinado sólo a la vida contemplativa y carente en absoluto de sentido práctico y de vocación política. No obstante, y aunque en esto haya algo de cierto, pero sin hacer de Filón un hombre de acción, no pueden ignorarse los diversos aspectos de su temperamento, que le convierten en un personaje no ajeno a la actividad práctica y política, por lo menos cuando se trataba de defender los intereses de la colonia hebrea de Alejandría.
En uno de los pocos pasajes donde habla de sí mismo, dice: «Con frecuencia, abandonados los parientes, los amigos y la, patria, y retirado al desierto para reflexionar sobre cualquier cosa digna de meditación, no sacaba de ello provecho alguno, antes bien mi mente, distraída o roída por la pasión, tendía a lo opuesto; algunas veces, en cambio, he sabido permanecer entregado a mis pensamientos en medio de una gran muchedumbre, por cuanto Dios ha alejado a la multitud de mi alma y me ha enseñado que el bien o el mal se deben, no a las diferencias de los lugares, sino a Él mismo, que mueve y conduce por donde quiere el carro del espíritu» (Explicación alegórica del Libro de las Leyes, v.).
En tales palabras se refleja todo el hombre y el pensador, en sus aspectos diversos y opuestos; la figura del contemplativo, amante de la soledad, y la del embajador ante Calígula, en ésta y en otras ocasiones defensor tenaz de los intereses de los hebreos alejandrinos, con la pluma (Apología de los judíos, Moisés, etc.) y la acción; el filósofo de sutiles y complicadas interpretaciones alegóricas; el místico precursor del neoplatonismo y creador de un sistema que llega a un Dios único a través de las potencias intermedias, la mayor de las cuales es el «logos» (Sobre la esclavitud del insensato; Sobre la libertad del sabio; Sobre la Providencia; etc.), y el combatiente de la causa judía de Contra Flaco y Legación a Cayo.
También los retratos de Filón que adornan los manuscritos de sus obras revelan, en el semblante pensativo y en el amplio gesto de la mano, esta compleja vida espiritual, incluso aquellos donde aparece con indumentaria convencional y los símbolos que acompañan a los santos cristianos (la leyenda, en efecto, le presentó convertido al cristianismo por San Marcos).
Q. Cataudella