Euforión de Calcis

Hijo de Polimnesto, nació durante la olimpíada 126 (276-72), pre­cisamente en el mismo año de la derrota de Pirro por los romanos (276-75), en Calcis de Eubea. Sin embargo, aun cuando «calciense de nacimiento, fue ateniense por elec­ción» (Focio, Bibl., pág. 532).

En Atenas, efectivamente, inicióse en la filosofía peri­patética y académica; fueron maestros su­yos Pritánides, uno «de los hombres más eminentes del peripato» (Polib., V, 93, 8), y Lácides, sucesor de Arquelao en la direc­ción de la Nueva Academia (241-40); en este último caso, empero, la citada relación docente debe entenderse en un sentido más bien amplio, puesto que Lácides floreció cuando Euforión contaba ya treinta y cinco años.

Formóle en el arte poético Arquebulo de Tera (o de Tebas), virtuoso de la composi­ción métrica, cuyo nombre se halla vincu­lado a un metro. Sin embargo, aun cuando ‘aprendiera su audacia y su perfección for­males, inspiróse en la gran poesía de Ho­mero y Hesíodo; en cuanto a los modernos, estudió a Antímaco y singularmente a Coerilos (a quien «tenía en los labios», Anth. Pal., XI, 218); conoció muy bien a Filitas, del que imitaba el estilo, abundante en glo­sas, y manifestó una indudable predilección hacia Licofrón.

Se dice que Euforión fue amante de Nicea, esposa de Alejandro, rey de Eu­bea, y recibió, a cambio de los favores dispensados a esta mujer, mucho mayor que él (Plut., De tranquill. an., 472 d), grandes riquezas, cuya posesión debió de serle, posi­blemente, discutida. Después del 224 a. de C., aceptó de Antíoco el Grande, monarca de Siria, el nombramiento para el codiciado cargo de bibliotecario en Antioquia.

Allí permaneció Euforión hasta su muerte, cuya fecha no resulta posible determinar. Según algu­nos, debió de ser enterrado en Apamea, y otros creen que en Antioquia, en tanto que un epigrama sepulcral de Teodórides (Anth. Pal., VII, 406), seguramente de un cenotafio, habla de su inhumación junto a los largos muros que unían Atenas con El Pireo. La obra de este autor fue muy vasta y com­prendía elegías — de las que nada ha lle­gado hasta nosotros —, composiciones en hexámetros y estudios eruditos en prosa.

Entre las Epica merecen ser citadas: Hesíodo, que narraba probablemente la muerte legendaria de este poeta; Mopsopia o Atada, colección de leyendas áticas titulada con el nombre de Mopsopia, hija del Océano, que un tiempo diera su denominación al Ática; las Quilíadas, en cinco libros (cada uno de los cuales debió de contener acaso unos mil versos), obra en la que el autor acusaba a quienes le habían desposeído de sus bie­nes y que contenía una relación de profe­cías cumplidas en el curso de un milenio; La maldición o El ladrón de la copa, que sirvió de modelo al poeta romano de las Dirae y a Ibis (v.), de Ovidio; Dionisos, en la que aparecían narradas algunas leyendas del ciclo dionisíaco y obra de la cual debió de valerse Nonno; y, todavía, Inaco, Ja­cinto, Tracio, Hipomedonte (v.), Filoctetes, Arpálice (v.), Apriate (v.), una serie de obritas como Apolodoro, Demóstenes, Ale­jandro, etc., cuyos títulos eran nombres de contemporáneos o amigos del poeta, y una Respuesta a Teodórides, considerada por los eruditos como una epístola poética dirigida a este autor, a quien se debe posiblemente el citado epigrama sepulcral en honor de Euforión (Anth. Pal., VII, 406).

Dos de los textos epigramáticos del poeta se hallan conser­vados en la Antología palatina (v.): la de­dicatoria de la cabellera de un muchacho a Apolo (VI, 279) y el epitafio de un náu­frago (VII, 651). Escribió en prosa obras de carácter histórico, En torno a los Alevades y Recuerdos históricos, en cuyos fragmen­tos figuran notas culturales acerca de Roma, Samos y Tarento; otras eruditas, como So­bre los juegos ístmicos, y algunas de inte­rés literario o lingüístico, Sobre los poetas líricos, y un léxico de Hiponacte en seis libros.

No es posible opinar acerca del arte de Euforión debido a la escasez de los fragmentos que poseemos, los más extensos de los cua­les son los dos conservados en el papiro de Berlín, publicado en 1907. Sin embargo, cabe advertir que entre los restos de tan amplia actividad no faltan algunos momen­tos poéticos felices, que se dan, por ejem­plo, en la animada descripción de Cerbero o en la dramática lucha sostenida entre Ifimaco, «afanoso de vida», y las olas que lo sumergen.

Euforión fue un poeta erudito y estu­dió apasionadamente los mitos helénicos, por él revestidos de una forma lingüística difí­cil; ya los mismos antiguos le juzgaban complicado: Cicerón, por ejemplo, definíale «nimis… obscurus» (Divin., II, 64, 132). Tuvo en Roma un nutrido grupo de imitadores, duramente calificados por el citado gran orador con el apelativo de «cantores Euphorionis» (Tuse., III, 19, 45); entre sus admi­radores figuraron Virgilio (Quintil., X, 1, 56); la tríada de los ilustres autores ele­giacos romanos, Tibulo, Ovidio y Propercio, y singularmente Cornelio Galo, quien tra­dujo su obra al latín (Serv. Ecl., X, 1).

M. T. Chianurá