Esteban Echeverría

Poeta argentino nació en Buenos Aires en 1805, murió en Monte­video en 1851. Es el verdadero iniciador del romanticismo hispanoamericano.

Tras una desordenada etapa juvenil, en la que fue dependiente en una casa comercial, emigró a Francia en 1825 y vivió, estudiando y tra­bajando, en París hasta 1830: el «caballo desbocado» se disciplinó y quiso hacerse filósofo y poeta; las obras de Schiller, Víc­tor Hugo, Guizot y Víctor Cousin, entre otras, se encargaron de ayudarlo en sus nobles propósitos.

Y al regresar a su país, sus orientaciones románticas y sus ideas libe­rales y democráticas revolucionaron el am­biente de la patria, que seguía sumida en el letargo tradicional, a pesar de su inde­pendencia. No se aturdió el joven repa­triado entre las convulsiones de su país en formación: asistió a las reuniones de los jóvenes intelectuales en el Salón Literario de Marcos Sastre y formó con unos ami­gos la logia patriótica Asociación de Mayo.

Sus ideas literarias y políticas están prin­cipalmente expuestas en las pocas páginas de Fondo y forma en las obras de imagi­nación y en el Dogma socialista: este últi­mo trabajo no contiene nada socialista en el sentido de clase; el vocablo podría tra­ducirse por «social»; son las ideas de la democracia liberal las que lo obsesionan.

Sin embargo, literariamente, tiene mayor interés que la prosa de estos documentos la de El matadero (v.), conjunto de cuadros de costumbres de la Argentina tiranizada por Rosas, que podemos considerar como el antecedente de la novela argentina. La dic­tadura de Rosas le obligó a expatriarse tras el fracaso de las rebeliones que el tirano logró sofocar: los últimos diez años de su vida los pasó en Montevideo, donde murió.

Se ha dicho que Echeverría fue mejor prosista que poeta; sin embargo, pese a la pobreza de sus aptitudes líricas, su obra poética tuvo una gran influencia entre sus coterráneos. El guitarrista de los tiempos mozos se aden­tra en el desierto y descubre poéticamente la pampa: el camino quedaba abierto para Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo y José Hernández.

A este respecto, su poema trascendente es La cautiva (v.), que forma parte del volumen Rimas (1837); precedió a este libro un poema que pasó inadver­tido para el público: Elvira o la novia del Plata (1832). Pero entre uno y otro apa­reció el volumen titulado Los consuelos (1834). El ángel caído y otros poemas de su última época señalan diversos jalones de una decadencia evidente.

Nuestro autor es un admirable ejemplo de voluntad lite­raria y política; pese a la falta de preparación en su disipada etapa juvenil y a las dificultades que él mismo encontraba en su propia capacidad para formarse, pese a la dolencia cardíaca que lo aqueja, logra ha­cerse escritor, pensador y poeta e influye decididamente en la formación literaria y en el desarrollo político de su país. Es un símbolo de la joven América.

J. Sapiña