Nació en París el 29 de septiembre de 1883 y murió en Rossignol (Bélgica) el 22 de agosto de 1914. Nieto de Renán por parte de madre parecía destinado a desmentir con su vida y su obra a su abuelo; y Barrés, en un célebre artículo dedicado al soldado heroico, contrapondrá «el muchacho y el anciano». En el ambiente universitario en donde lo introdujo su padre, Jean (v. después), renovador de la lengua griega moderna, Ernest oyó ciertamente hablar de racionalismo más que de fe; pero, sin embargo, la fe vivía todavía en él ignorada, acaso heredada de sus antepasados bretones. Alumno en París de los liceos Montaigne, Henri IV y Condorcet, estudiante después en la Sorbona, licenciado en Filosofía a los veinte años, parecía marcado su destino de intelectual.
Inesperadamente, después de una crisis espiritual de extremada violencia, durante la cual intentó hasta suicidarse para evadirse de sí mismo y de sus dudas, decidió cambiar de vida. Alistado en el 51 regimiento de Infantería en Beauvais en 1903, para pasar después a la artillería colonial, encontró en la «grandeza y servidumbre militares» el clima que le era adecuado. Voluntario en la misión Lenfant al Logone (Sudán) en 1906-7, en la que obtuvo la Medalla al Valor militar, fija sus impresiones de este período en su primer libro, Torres de soleil et de sommeil (1908). Hecho oficial, reúne sus meditaciones en la guarnición de Cherbourg en Appel des armes (1913). Y comienza entonces la etapa decisiva. La servidumbre militar le ha inspirado el deseo de otra servidumbre espiritual.
Oficial meharista en el Sahara, encuentra a Dios en sus meditaciones solitarias, a Cristo en lo íntimo de su fidelidad. El viaje del centurión (v.) apareció pòstumo, en 1916, y dará cuenta de este patético tránsito, siendo quizá el más bello libro de conversión de nuestro siglo. En Rossignol, durante la batalla de las fronteras, una bala alemana le abatió: lo encontraron con el rosario arrollado en su mano.
D. Rops