Nació el 4 de noviembre de 1828 en Lorient, donde m. el 14 de julio de 1885. Hijo, como Chateaubriand, Lamennais y Renan, de Bretaña, país de ensueño y de inquietud religiosa, poseyó una constitución frágil y un carácter apasionado, ardiente y dado a la contemplación. Luego de haberse dedicado por algún tiempo a la abogacía, entregóse plenamente a los estudios filosóficos y teológicos. Sobre él ejercieron una decisiva influencia Lacordaire y Gratry. En 1858 fundó el periódico Le Croisé, que, destinado a difundir entre el liberalismo victorioso y tendente al ateísmo los valores esenciales del catolicismo, tuvo una breve existencia. A partir de 1857, luego de su matrimonio con Zoé Berthier, devota amiga suya desde hacía diez años, vivió retirado en el castillo de Keroman; allí, ignorado por muchos e incomprendido y doliente, entregóse con monacal regularidad a la meditación y a la literatura hasta su muerte, deseada y esperada.
Escritor apasionado y vigoroso, con rasgos geniales, destellos apocalípticos y un misticismo de visionario, y ardientemente opuesto a su época, puede ser comparado, en cierto modo, a J. de Maistre y al Lamennais de la primera época, y, de otro lado, a Bloy, con quien mantuvo una gran amistad, y Péguy, de quien fue un antecedente; no carece tampoco de matices pascalianos, siquiera su espiritualidad resulte opuesta a la jansenista. Es autor de obras como Le style (1861), Contes extraordinaires (1879), Physionomies de saints (1896) y Paroles de Dieu (1899), y traductor de místicos como la beata Angela de Foligno y Ruysbroeck. Sin embargo, ni aun su libro más importante y original, El hombre (1872, v.), en el que su concepción de la vida aparece expresada a través del análisis crítico de todas las manifestaciones culturales, artísticas y humanas de su época, logró romper la barrera de silencio y olvido tras la cual vivió siempre relegado.
E. Cassa Salvi