Émile Zola

Nació el 12 de abril de 1840 en París, donde murió el 29 de septiembre de 1902. Su madre era borgoñona, y su padre italiano; éste, Francesco, ejercía la profesión de ingeniero, y vinculó su nombre al canal Aix-en-Provence, cuya construcción dirigió Huérfano de padre a los siete años, Émile inició su formación escolar en el pensio­nado «Notre-Dame», y luego prosiguióla en el colegio de Aix-en-Provence, donde tuvo por condiscípulo a Cézanne (v.). Como el empeoramiento de las condiciones económi­cas de la familia obligara a la madre a tras­ladarse a París (1858) Zola frecuentó entonces el liceo «Saint-Louis», y preparó el ba­chillerato en Ciencias. Fracasado en los exámenes, intentó pasarlos nuevamente, aun cuando también sin éxito, en Marsella (1859). Luego, desalentado, aceptó un em­pleo en la administración de aduanas; final­mente, en febrero de 1862, el mismo año en el cual obtuvo la ciudadanía francesa, con­siguió ingresar en la empresa del editor H. Hachette, cuyo departamento de publici­dad pasó a dirigir.

Tales ocupaciones fueron su trampolín de lanzamiento: le permitieron relacionarse con algunos de los escritores más ilustres de la época (Guizot, Lamartine, Michelet, Littré, Sainte-Beuve, About); y, así, a los veinticuatro años publicó su pri­mer libro, Cuentos a Ninón (v.), al que si­guió el año sucesivo (1865) La confession de Claude. En el curso de este período, abandonada la fe romántica de la juventud y sustituidos los viejos maestros por los nuevos (Balzac, Stendhal, Flaubert), Zola fue madurando su orientación naturalista, y dio a la luz su primera «tranche de vie», Teresa Raquin (v.). La lectura de la Introducción al estudio de la medicina experimental (v.) de Claude Bernard le hizo comprender de­finitivamente el valor de la nueva tenden­cia; el autor emprendió entonces la elabora­ción de una extensa «novela experimental», Histoire naturelle et sociale d’une famille sous le Second Empire, y, a lo largo de un año entero, dedicóse a compilar el árbol genealógico de sus Roug on-Mac quart (v.), protagonistas del ciclo homónimo (v.), del que entre 1871 y 1876 aparecieron los seis primeros volúmenes: La fortuna de los Rougon (v.), La ralea (v.), El vientre de París (v.), La conquête de Plassans, La caída del abate Mouret (v.) y Son Excellence Eugène Rougon.

El escritor contaba entonces treinta y seis años; su capacidad de trabajo resul­taba tan sorprendente como la amplitud de sus ambiciones. Sin embargo, el éxito se retardaba. Hasta La taberna (v.), obra publicada en 1877, no alcanzó notoriedad el escritor, que relegó a segundo plano, por vez primera después de cincuenta años, a Victor Hugo y vio superada en éxito la fortuna de Los miserables (v.); con L’assommoir, prototipo y obra maestra no igua­lada de la novela negra, Zola, por encima de Balzac, llevó la literatura a un grado de tenebrosidad difícilmente superable; asimis­mo por vez primera, un gran escritor se inspiraba en el mundo obrero. La novela sucesiva, Una página de amor (v.), a cuya composición dedicóse el autor poco después, desilusionó a los lectores, acostumbrados ya a otros manjares. En el curso de estos años (1877-1880), un grupo de escritores algo más jóvenes que él se había acostumbrado a visitarle periódicamente en su casa de Medan: Huysmans, Maupassant, Paul Ale­xis, Léon Hennique y Henri Céard figuraban entre los más asiduos.

El hábito de estas reuniones dio lugar al libro Las veladas de Médan (v.), en el cual se halla un cuento de cada uno de los seis autores, como, por ejemplo, Bola de sebo (v.), de Maupassant. Nana (v.), texto publicado en 1880, renovó el éxito de L’assommoir; también, no obs­tante, agravó las relaciones de escándalo y suscitó acusaciones de inmoralidad, a lo que el literato respondió con sus inmutables argumentos, en los cuales afirmaba limitarse a describir la vida y a mostrar lo que descubría, veía o llegaba a conocer, y pre­guntaba si acaso era un delito hablar de lo existente. Siguieron: Pot-Bouille (1882), novela que, aunque extensa, pesada y con el defecto de un «cliché» naturalista excesi­vamente manifiesto, resulta, empero, inte­resante por las preocupaciones sociales que en ella revela Zola; El paraíso de las damas (1883, v.), cuyo protagonista es el gran almacén que domina, amenazador, las tien­das modestas; Joie de vivre (1884), donde el autor, ateo, confiado en la ciencia y pobre durante años enteros, advierte, antes que ningún otro novelista, la fatalidad moderna bajo la forma del determinismo económico.

Los intereses sociales tienen una importan­cia decisiva en Germinal (v.), representa­ción épica de las masas obreras que provocó asimismo un gran eco, por cuanto revela un universo que muchos hubieran preferido ignorar y posee una fuerza considerable, que consagró a Zola como uno de los escritores más ilustres de todas las épocas. La obra (v.), de 1886, ocasionó la ruptura de la amistad del autor con Cézanne, quien se reconoció en el protagonista; la relación entre ambos, empero, hallábase ya compro­metida. El año siguiente, La tierra (v.) levantó una de las tempestades más violen­tas de cuantas el literato hubo de afrontar; el libro en cuestión fue criticado no sólo por la audacia de algunas escenas sino tam­bién en cuanto difamación de la clase campesina; y, así, un grupo de jóvenes escritores, en el que figuraban los hermanos J.-H. Rosny y Paul Margueritte (v.), publicó un manifiesto en el cual los componentes de aquél declaraban romper cualquier víncu­lo con Zola, tanto moral como artístico, y esto con gran sorpresa por parte de éste, quien no conocía mucho a ninguno de ellos.

En 1888 el autor inició la única aventura sen­timental de su vida: la relación con una muchacha de veinte años (el literato con­taba entonces cuarenta y ocho), Jeanne Rozerot, de la cual tuvo dos hijos, reconocidos legalmente por la esposa legítima tras la muerte de su marido. Mientras tanto, las novelas sucedíanse con un ritmo constante; aparecieron, así, El sueño (1888, v.), La bes­tia humana (v.), continuación, sobre un fondo más amplio, del tema de Thérèse Raquin, y L’argent, La débâcle (v.) y El doctor Pascual (v.), con las que cerraba el ciclo de los Rougon-Macquart, empezado en 1871, veintidós años antes. Así en el cur­so de éstos, Zola había compuesto veinte no­velas, en treinta y un volúmenes, y con un total de mil doscientos personajes. Infati­gable, esbozó el plan de una nueva serie titulada Les trois villes, destinada a rebatir las críticas que se dirigían, y a descubrir los defectos sociales, aun cuando sin presen­tar sus remedios; pertenecen a tal ciclo Lourdes (1894, v.), Roma, que aparecería en 1896, y París, de 1897.

En 1894 el escritor se hallaba en Italia, donde reunía material para el segundo de estos libros. El 15 de octubre del mismo año inicióse en Francia el «affaire» Dreyfus: el famoso capitán fue arrestado, y condenado, el 22 de diciembre, a la deportación perpetua a la isla del Dia­blo. Sin embargo, la impetuosa intervención de Zola no se produjo hasta tres años después, cuando el literato pudo conocer algunos do­cumentos del proceso y adquirir la certi­dumbre de la inocencia de Dreyfus. El 5 de diciembre de 1897 publicó en Le Figaro su primer artículo sobre la cuestión, Procès verbal, y el 14 ponía en circulación el opúsculo Lettre à la Jeunesse, al que siguió el 13 de enero de 1898 la célebre carta a Félix Faure, J’accuse} publicada en el pe­riódico L’Aurore. La aparición del nuevo litigante, con su talla, su gusto por la lucha, su vigor de polemista y la autoridad que le daba una producción difundida por Francia y Europa a través de centenares de miles de ejemplares, fue un elemento resolutivo.

Conocidas son sus consecuencias: la con­dena de Zola, a un año de cárcel y a una multa de tres mil francos, el breve destierro a Inglaterra, la revisión del proceso, la liber­tad de Dreyfus (1899), y, posteriormente, en 1906, su rehabilitación. La intervención del escritor en el «affaire» constituyó el gesto más ruidoso de su existencia, y fue la ma­nifestación de un valor cívico por lo menos igual a su carácter y a su genio de literato. Durante los últimos años de su vida Zola dedi­cóse a la composición de una nueva serie de obras, titulada Les Quatre Évangiles, e integrada por Fecundidad (1899, v.), Trabajo (1901, v.) y Verdad (v.), esta última apa­recida póstuma en 1903. Tan prodigiosa acti­vidad creadora viose interrumpida por un accidente trivial: la asfixia por el monóxido de carbono. El 6 de junio de 1908 los restos del escritor fueron llevados al Panthéon.

M. Bernard