Nació el 17 de diciembre de 1749 en Aversa, Murió el 11 de enero de 1801 en Venecia. Con él se cierra la época más feliz de la vocalización dieciochesca, que alcanza, especialmente en algunas de sus óperas cómicas, una admirable medida de expresiva plenitud clásica.
De origen humilde, pasó una infancia muy triste. Hijo de un albañil y de una lavandera establecidos en Nápoles desde 1755, perdió a su padre cuando tenía siete años, a causa de un accidente de trabajo, y se dice qüe acaso debió de verse obligado a pordiosear en su miseria.
Un fraile que advirtió su despierta inteligencia, le enseñó los primeros rudimientos musicales y, vistos sus rápidos progresos, consiguió que en 1761 se le admitiera por caridad en el Conservatorio de Santa María de Loreto.
Allí permaneció once años, discípulo sucesivamente de Gennaro Manna, de Sacchini, de Fenaroli y quizá de Piccinni, para salir en 1772, diestro en el manejo del violín y en el clavicordio, excelente cantante y, en fin, prepa-rado para componer música, lo que constituyó su ocupación durante toda la vida. Se dio a conocer en el género cómico y durante ocho años continuó escribiendo para los teatros napolitanos especializados en la ópera bufa.
En 1780 hizo en Roma su primer ensayo de ópera seria, que volvió a cultivar después con mayor o menor frecuencia. Pero una clara prueba de que había nacido para la comedia lo constituye el éxito de Giannina y Bernardone (v.). Los teatros de Italia se disputaban al compositor, pues una de sus cualidades esenciales consistía en su prontitud para adaptarse al gusto de la época. La creación no le planteaba problemas.
Fue ajeno a su espíritu el deseo de reformas o innovaciones que inquietó a algunos de sus coetáneos de más edad, como Jommelli, Traetta y en parte Piccinni. Todo ello se advierte de un modo claro en sus óperas serias: incluso cuando, como en el Orestes (1783), se encuentra ante un libretista que quiere renovar la estructura tradicional melodramática, C. sigue satisfecho con su abstracto racionalismo que deberá idealizar líricamente la gracia patética de su melodía.
Más que inventar, resumey decanta los resultados de una tradición secular, de acuerdo con una natural norma de refinada sencillez, de bella serenidad, destinada a entusiasmar a Goethe cuando en Roma presenció una representación de El empresario en apuros (v.). Mientras tanto, la fama del músico había rebasado los Alpes.
Y en 1787 le invitaron de Rusia a dirigirse a aquella Corte para ocupar el puesto de compositor y maestro de capilla, invitación que se apresuró a aceptar con la esperanza de emular los anteriores éxitos de Paisiello y de Sarti. Pero las esperanzas se truncaron por diversas razones, de modo que en 1791 abandonó Rusia.
Durante el viaje de regreso hizo parada en Viena, donde Leopoldo II le pidió que escribiera una nueva ópera. Nació entonces El matrimonio secreto (v.), y gustó tanto al monarca, que se bisó entera la obra la misma noche del 7 de febrero de 1792 que había visto su primera representación. Vuelto a Nápoles en 1793, C. gusta las mieles de su triunfo.
El matrimonio secreto se representa en Fio- rentini durante ciento diez noches seguidas. Fernando IV lo nombra maestro de la capilla real. Y cuando sopla en la ciudad el tempestuoso viento de los nuevos acontecimientos históricos, sus habitantes buscan en los teatros de ópera el consuelo predilecto, encontrando en C. uno de sus apoyos más generosos.
Su numen creador continúa, en efecto, dando nueva vida a las fábulas seu- dohistóricas o trivialmente cómicas (v., por ejemplo, Le astuzie -femminili) que le proporcionaban los mediocres libretistas de su tiempo. Sin inquietarse por el recuerdo de Corneille, del que Sografi extrajo el libreto de Gli Orazio e Curiazi para el teatro Fenice de Venecia (1797), escribe entonces el mejor de sus melodramas serios, elevándose, por pura virtud de la música, al bello ideal ambicionado por la estética neoclásica.
Pero los episodios políticos pusieron fin a aquel radiante mediodía; arrastrado por el entusiasmo popular, C. escribe la música para un himno entonado por los napolitanos «para la quema de las imágenes de los tiranos» el 19 de mayo de 1799, en el ocaso de la República Partenopea. Al regreso de los Borbones, busca espantado dónde esconderse.
Da alojamiento a un perseguido, y escribe entretanto otro himno, esta vez en loor de los vencedores, así como la Cantata per il ritorno di Ferdinando IV, otorgándose de nuevo el título de maestro de corte. Y precisamente este exceso de celo realista suscitò la còlerà del rey.
Encarcelado y desterrado, C. llegó enfermo a Venecia en 1800. Intentó recobrarse aceptando el puesto de maestro de coro en el Conservatorio del Ospitaletto y el encargo de una nueva ópera, Artemisia, para el Fenice. Pero la muerte le sorprendió antes de terminar el nuevo trabajo.
E. Zanetti