Nació el 26 de abril de 1711 en Edimburgo, donde murió el 25 de agosto de 1776. Pertenecía a una familia ilustre; su padre, descendiente de los Home de Douglas, poseía en Ninewells (Berwickshire) una pequeña propiedad en la que H. pasó la infancia. A ella volvió gustoso más tarde para reponerse de las amarguras y luchas de la vida, muy tardía en concederle la fama a que desde los años de su juventud aspirara con avidez. Su familia hubiese preferido que se dedicara al Derecho; sin embargo, el interés por la Filosofía despertado en él desde la adolescencia le indujo — a través de la lectura de Cicerón, Séneca, Locke y Berkeley — a estudiar el problema del conocimiento. Habiendo caído enfermo a causa del estudio excesivo, pensó, por un momento, en los negocios, y estableció un comercio en Bristol; pero, convencido muy pronto de haber equivocado el camino, volvió a los estudios y marchó a Francia, donde pasó tres años entre París, Reims y La Fleche (el célebre colegio fundado por Enrique IV y en el que estudiara Descartes).
A impulsos de grandes ambiciones literarias compuso entre los veintitrés y los veintiséis años su obra fundamental, el Tratado de la naturaleza humana (v.), que juzgó susceptible de provocar en el espíritu de los contemporáneos una impresión tal como para modificar su orientación, y, en realidad, pasó inadvertido. De Londres, donde en 1739 publicara la primera y la segunda partes del Tratado (Del intelecto y De las pasiones) y en 1740 la tercera (De la moral), H. retiróse entonces a su casa paterna de Ninewells, y allí se dedicó a estudios de carácter politicoeconómico. En este aspecto fue más afortunado: el primer tomo de los Ensayos de moral y política [Essays, moral and political], que publicó en 1741, agotóse en pocos meses, por lo cual el año siguiente hizo aparecer, junto con el segundo volumen, una nueva edición del primero. Alentado por el éxito, y siempre interesado en la introducción del método experimental en el ámbito de las ciencias morales, reanudó la composición del Tratado y trabajó en esta obra por espacio de cuatro años.
Candidato mientras tanto (1744) a la cátedra de Filosofía moral de Edimburgo, no pudo obtenerla por sospechas de herejía, deísmo y escepticismo. Dolido por tal fracaso, tanto más cuanto que en el tribunal figuraban Hutcheson y Leechman, a quienes apreciaba, también esta vez pensó en cambiar de actividad, y se hizo nombrar secretario del general St. Clair, al que acompañó a Francia, a Viena luego (1748) y finalmente a Turin. Vuelto a la patria, luego de una breve permanencia en Ninewells se estableció en Edimburgo (1751), donde, habiendo fracasado en un nuevo intento de obtener la cátedra universitaria, se dio por satisfecho con el cargo de bibliotecario, que le ofrecía grandes posibilidades de estudio. Mientras tanto, los Discursos políticos [Political Discourses], aparecidos aquel mismo año, habían logrado notable resonancia incluso en el extranjero; en ellos figuran los ensayos más significativos de H. dedicados a los problemas económicos, de los cuales consideró particularmente, con agudeza y lucidez extraordinarias, los relacionados con la moneda, el interés y el comercio exterior.
Publicó nuevamente, en una refundición, la tercera parte del Tratado con el título Investigación acerca de los principios de la moral (v.). Al mismo tiempo componía los Diálogos sobre la religión natural (v.), aparecidos póstumos en 1779, y preparaba su Historia de Gran Bretaña (v.), interesante por el relieve que en ella se da, ¡junto a los acontecimientos políticos, a los movimientos sociales y literarios. Animado por el éxito finalmente conseguido, proseguía su actividad filosófica, y publicó en 1757 cuatro disertaciones: La historia natural de la religión (v.), De las pasiones [Of the passions], De la tragedia [Of tragedy] y El criterio del gusto [Of the standard of taste]. Un viaje a París (1763) como secretario de lord Hertford le proporcionó la satisfacción de verse acogido con grandes honores por los enciclopedistas. H. trabó amistad con D’Alembert, Turgot y Rousseau, quien poco después rompería ruidosa e injustamente su relación con él. Durante los últimos años de su vida el filósofo residió en Edimburgo, donde finalmente conoció la alegría de sentirse apreciado y querido.
C. Motzo Deutice d’Accadia