Nació el 27 de enero de 1802 en Ludwigsburg (Württemberg), donde murió el 16 de febrero de 1874. Estudió en Blaubeuren y en el seminario protestante de Tubinga (1826-30), y fue durante un año vicario en Maulbronn. Trató de acercarse a Hegel en Berlín, donde se adhirió a la «izquierda hegeliana», de la que difundió las ideas, como «repetidor de teología» (1832), en la Universidad de Tubinga; ello le suscitó una serie de oposiciones, que aumentaron cuando la publicación de la Vida de Jesús (v.) provocó un verdadero escándalo en todos los medios religiosos de Alemania y su traslado al instituto de Ludwigsburg. Por tal causa Strauss abandonó la enseñanza oficial. No obtuvo la cátedra de Zurich; pero sí una pensión. Compuso una historia de los dogmas, Die christliche Glaubenslehre in ihrer geschichtlichen Entwicklung (Tubinga, 1840-41), y vivió en diversos lugares una existencia que hizo más difícil el matrimonio (1842) con la cantante Aghes Schubert, de la cual separóse en 1847.
Después de la revolución de 1848 fue elegido miembro de la dieta de Württemberg, única ventaja que le reportó aquélla. Después de las Polémicas [Streitschriften, 1837] dirigidas contra sus críticos, y entre las diversas ediciones de la Vida, que le había hecho famoso, compuso varias biografías, todas ellas referentes a problemas religiosos (por ejemplo Ulrich von Hutten, 3 vols., 1858-60; Reimarus, 1861). Finalmente, quiso oponer a la Vie de Jésus de Renán una Vida de Jesús para el pueblo alemán [Leben Jesu für das deutsche Volk bearbeitet, 1864]. Mientras tanto, había acogido el darwinismo e intensificado su crisis (v. La antigua y la nueva fe). Ya viejo regresó a su ciudad natal. La obra de Strauss domina toda la crítica religiosa del siglo XIX y su influencia se puede seguir en tres direcciones: hacia Marx, por intermedio de Fenerbach; hacia Renán y finalmente hacia el materialismo de Haeckel. Según nuestro autor el cristianismo no puede tener más fundamento que la veracidad del testimonio; y combatiendo a los «sobrenaturalistas» añadía que el testimonio evangélico no debe gozar de un trato privilegiado, por lo que debe ser sometido a las mismas exigencias de crítica histórica que las demás religiones antiguas.