Seudónimo de Isidore-Lucien Ducasse, que nació en Montevideo el 4 de abril de 1846 y murió en París el 24 de noviembre de 1870. El «jovencito flaco y alto, cargado de espaldas, de color pálido, cruzada la frente por los cabellos largos y caídos, y con la voz un tanto áspera», que Paul Lespés, compañero suyo en el Liceo de Pau en 1864, recuerda «triste, silencioso y cual encerrado en sí mismo», entre muchachos a quienes parecía anémico y profesores que en vez de elogiarle castigábanle por la forma singular de su escritura, era hijo de un modesto funcionario del consulado francés de Montevideo. Nada sabemos acerca de su infancia, que pasó en esta ciudad. Su padre, que pretendía inclinarle al estudio de las matemáticas (ignoramos si el muchacho-poeta debió de tener una buena disposición para ello; posiblemente no carece de ironía el elogio de las matemáticas y la geometría que incluyó en sus Cantos), envióle a Francia, primeramente como interno en el Liceo de Tarbes, su ciudad de origen, y luego, de 1863 a 1865, en el de Pau.
A partir de 1867 hallábase en París, donde empezó a frecuentar la «École Polytechnique»; el año siguiente apareció anónimo el primero de los Cantos de Maldoror (v.). Poco posterior es la publicación de la obra completa, que firma con el seudónimo de «Comte de Lautréamont»». Vivía en un tétrico aposento de la calle Notre-Dame- des-Victoires, amueblado con una cama, dos cajas llenas de libros y un piano vertical; allí escribía por la noche, desvelado por numerosas tazas de café. Trasladóse luego a la calle Vivienne, donde compuso el Prólogo a las Poesías que, para quienes pretendan conocer su obra, resulta más importante que las mismas poesías, escritas en 1869 y publicadas en dos fascículos poco antes de la inesperada muerte de su autor. Esta introducción, en la cual se halla lejos de los Cantos y que llega incluso a rechazarlos y a odiarlos casi, y sus palabras de presentación de «un libro futuro» con las que rompe violentamente con la existencia pasada (y cuando en Lautréamont se habla de «la vida» hay que entender la poesía, dadas la intensidad de su lenguaje y la síntesis de su ser que supone la energía de una ardiente expresión), sugirieron a los biógrafos de Lautréamont un paralelismo entre su aventura espiritual y la que llevara a Rimbaud al silencio y al aislamiento.
Sin embargo, en su obra más importante, los Cantos, es donde la esencia de su vida aparece revelada y se vislumbra como imagen de lo que «no fue» : un hombre tranquilo, un resignado y apagado muchacho en quien los compañeros no vieron nunca al ángel rebelde y victorioso en pos de la conquista del Sol; un escritor desconcertante, un profeta clarividente de un futuro «adecuado a la imaginación», y un poeta cuya palabra ha llevado magníficamente a cabo (escribe el más sutil de sus biógrafos) la total «reintegración de lo humano en la vida ardiente». Autor de un libro que puede considerarse como el más extraño de la literatura francesa, Lautréamont alcanzó uno de los límites de la creación poética. Como Rimbaud o Baudelaire, es inventor de un estilo en el que puede apreciarse uno de los motores del espíritu poético moderno.
G. Veronesi