Nació en Besanzón el 7 de abril de 1772 y murió en París el 10 de octubre de 1837. Heredero de una gran fortuna, dedicóse al comercio de especias y fue arruinado por la Revolución; luego de haber estado muy cerca de la guillotina, hubo de servir durante dos años en el ejército como soldado de caballería.
Vuelto a la actividad Comercial, fue empleado, representante, cajero, etc. En 1799, por orden de su principal, tuvo que destruir un cargamento de arroz para mantener altos los precios. Las experiencias de este género le proporcionaron los elementos que empleó en su análisis del comercio y en la vigorosa denuncia de los males ocasionados por éste a la sociedad humana.
En tal juicio acerca de la actividad mercantil revive, indudablemente, el desprecio que respecto de ello ya experimentaran los utopistas del siglo XVIII, como Rousseau, quien había atacado a los comerciantes no sólo en el aspecto moral, sino asimismo en el económico. En otras particularidades aparece también Fourier vinculado al siglo XVIII: reconoce igualmente la existencia de una voluntad divina anterior a las leyes humanas y sociales que en ella deberían inspirarse y fundamenta la regeneración del hombre en la asociación, en la «falange» que habrá de integrar la base esencial de la futura sociedad.
Expuso estas ideas en numerosos libros, casi todos ellos publicados entre 1820 y 1835, o sea en el ambiente de la Restauración (antes, en 1808, sólo había dado a luz Théorie des quatre mouvements et des destinées générales); figuran entre los más importantes, Sommaire de la théorie d’association agricole ou attraction universelle (1823), El nuevo mundo industrial y social (1829, v.), La fausse industrie (1835) y Teoría de la unidad universal (1841, v.).
Procuró además llevar su doctrina al terreno de la realidad con la organización práctica de un «falansterio» (pequeña comunidad de 1600 a 1800 personas donde el trabajo se hallaba distribuido según las naturales inclinaciones de cada individuo) y confió sobre todo en Robert Owen; sin embargo, tales esperanzas se vieron frustradas: para sus experiencias, Fourier necesitaba la ayuda, o por lo menos el consentimiento, de los gobiernos, quienes no podían concedérselos fácilmente ni de buena gana, por cuanto tal sistema tendía, en realidad, a la supresión de una autoridad central unitaria.
Las investigaciones fundamentales de Fourier quedaron reducidas a las propias de tantos otros utopistas: la conversión del trabajo en una actividad agradable y el desarrollo de una abundante variedad de vocaciones en el hombre para librarle de la uniformidad de la labor industrial.
Sin embargo, en tanto que se planteaba de nuevo y desarrollaba problemas del pasado, Fourier vinculábase también al futuro y anticipaba algunas formulaciones esenciales de las corrientes socialistas modernas.
F. Catalano