Poeta de la Arabia preislámica, de los siglos VI-VII. Muy poco sabemos con certeza respecto de su vida.
De origen mestizo y racialmente impuro (por parte de su madre era de procedencia negra), fue agregado a una subtribu árabe, la de los Banu Salamàn, pero separóse de ella cuando se dio cuenta de que no pertenecía originariamente a la misma; según otros, fue repudiado a causa de los delitos con que se mancillaba, opuestos a la ley común de la solidaridad tribal.
Y así, vivió una existencia independiente, ajena al cuadro social de la Arabia antigua, entregándose junto con otros individuos a una vida de pillaje y aventura, reflejada en sus versos, y particularmente en la bellísima composición titulada Lamiyyat al-Arab (v.), cuya autenticidad, empero, ponían en duda los antiguos filólogos.
Lo mismo que su existencia, la muerte del poeta bandido se halla envuelta en la leyenda. Según ésta, prometió matar a cien enemigos, e iba cumpliendo su voto cuando sucumbió en una emboscada después de haber eliminado a noventa y nueve; pero sus huesos, abandonados al sol del desierto, hirieron e infectaron el pie de un postrer adversario, cuya muerte completó póstumamente el designio del poeta.
Pocos personajes de la antigua Arabia presentan una individualidad tan acusada como la de Ch.; no obstante, resulta muy difícil determinar cuál es la verdad histórica de entre los detalles que acerca de él han llegado hasta nosotros.
Aun habida cuenta de la duda todavía persistente respecto de Lamiyyat, los restantes versos atribuidos a nuestro autor trazan un arrogante carácter humano, en el que se revelan con insuperable vigor los rasgos comunes a la ética del desierto y, además, algunos absolutamente individuales, propios de los forajidos, que recuerdan, a través del tiempo y el espacio, las figuras de otros poetas malditos, como el griego Hipóna y los franceses Villon y Verlaine.
Son particularmente célebres los versos de su «Testamento», que anticipan el desolado fin del autor: «No me sepultéis, ello os está prohibido; tú, hiena, alégrate, empero, / cuando separen mi cabeza, donde hay lo mejor de mí, y dejen abandonado el tronco en el lugar del encuentro. / En adelante no espero ya aquí nada que me alegre, por cuanto me veo abandonado de todos a causa de mis delitos».
Más que una pálida biografía, Ch. ha pasado a ser, en realidad, un tipo, el del antiguo bandido del desierto e incluso del moderno, ya que subsisten aún en algunas atrasadas regiones de Arabia las mismas condiciones y concepciones sociales primitivas.
F. Gabrieli