Cayo Mario Victorino

Nació en África hacia el año 300 y murió en fecha incierta. Es una figura de elevado relieve dramático, así como de un gran interés cultural. Si en este último aspecto se presenta como uno de los principales artífices de la difusión y el afianzamiento del neoplatonismo en el ámbito latino, en cuanto al primero destaca por sus episodios espirituales, que ofrecieron a Roma algunos momentos de alta conmo­ción, aún hoy vivos gracias a la evocación emotiva que de ellos se encuentra en las Confesiones (v.) de San Agustín (VIII, 2). Ejerció la profesión de retórico, y alcanzó tal fama que, bajo Constancio, fuele con­fiada la enseñanza de la Retórica en Roma; y, así, Agustín le recuerda como «rhetor urbis Romae».

En reconocimiento de sus méritos le fue erigida en 353 una estatua en la Ciudad Eterna. A este período de su vida se remontan sus obras de Gramática, Retórica y Filosofía, de las cuales han lle­gado hasta nosotros el Liber de definitionibus, las Explanationes in Ciceronis Rhetoricam y el Arte gramatical (v.). Tradujo la Isagoge (v.) de Porfirio y «libros de pla­tónicos» que Agustín dice haber leído y son, en realidad, textos neoplatónicos, posible­mente las mismas Ennéadas (v.) de Plotino. En el curso de toda esta época el gran retó­rico permaneció en el paganismo, con tal convicción que burlóse, en las obras de Re­tórica (Explanationes), de los dogmas cris­tianos y defendió a los dioses «con formi­dable elocuencia» (San Agustín, Confes. VIII, 2, 3). Durante el período 353-355 Victorino conoció una crisis espiritual cuyo proceso interior no podemos reconstituir, convirtió­se al cristianismo, y, probablemente en 355, en una pública profesión de fe, recibió el bautismo, entre el conmovido asombro de los romanos.

La sinceridad de su conver­sión y la fidelidad a la nueva vida apare­cen atestiguadas no solamente por los tex­tos que dedicó a la profundización de la verdad a la cual habíase adherido, de escasa importancia doctrinal y mayor trascenden­cia espiritual como testimonios de su estado interior (Liber de generatione Divini Verbi; Contra Arria, v.; De homoousio recipiendo; tres Himnos sobre la Trinidad, v.; comen­tarios a las Epístolas de San Pablo a los gálatas, v., a los efesios, v., y a los filipenses, v.), sino también por la actitud que el antiguo retórico de Roma observó en ocasión del decreto de Juliano (362) que prohibía a los cristianos la enseñanza pú­blica: con digna arrogancia Victorino abandonó la cátedra en torno a la cual se reuniera un tiempo la juventud romana.

G. Lazzati