Nació en Loches (Turena) el 27 de marzo de 1797 y murió en París el 17 de septiembre de 1863. Por línea paterna descendía de una familia de la Beauce de modesta, pero antigua e indudable nobleza, que sufrió graves perjuicios durante la Revolución, único superviviente de cuatro hijos, a su nacimiento el padre era ya un anciano «spirituel et instruit». Ex oficial subalterno y legitimista, le transmitió la conciencia del pasado, el culto al ejército y el amor a la casta. El pequeño Alfred trasladóse pronto a la capital con su familia, y recibió de su madre una notable educación hasta los ocho años, época en la cual ingresó en un colegio, que fue una tortura para la delicada y sensible índole del muchacho, poco habituado al establecimiento de rápidos contactos con las almas.
Idolatrado por sus progenitores, tímido y con frecuencia triste y pensativo, recordaría los años de la primera adolescencia como los de una «intimidad sin amistad». Manifestó deber toda su formación espiritual a la madre, que, junto con los tesoros del corazón, le dedicó los cuidados de un espíritu sagaz, culto y austero, y fomentó en el hijo la tendencia a la vida interior que, disciplinada con la edad en las manifestaciones externas, se convertiría en su hábito mental más verdadero. Contaba diecisiete años cuando, en 1814, restablecióse en Francia la monarquía. Vigny renunció a la École Polytechnique al creer llegada la hora oportuna para la orientación de los ímpetus juveniles; recibió con entusiasmo el nombramiento de subteniente de caballería, y fue destinado al cuerpo aristocrático de los gendarmes de la casa real, la «Compagnie Rosse». La primera desilusión no se hizo esperar. Los Cien Días agitaron nuevamente a Europa, y el joven acompañó la carroza del rey, que huía a Bélgica; luego llegó la segunda restauración. Empezó entonces para el futuro poeta la vida gris de la guarnición, carente de belleza y de imprevistos.
Entre la teoría, el ejercicio y las maniobras «l’homme s’efface sous le soldat», en un ejército inmovilizado por la paz que sucedió a la caída del Águila, en una Francia dividida aún dolorosamente entre el pasado y el presente. Ello supuso otro amargo desengaño para un gentilhombre de su categoría, de modesta nobleza, indudablemente, pero arraigado hasta la susceptibilidad a las prerrogativas del nacimiento. En 1827 licencióse con el grado de capitán; «la longue méprise» le había hecho comprender otra forma de heroísmo: la obediencia, en la cual inspiraría posteriormente Servidumbre y grandeza de las armas (v.). Aquel oficial rubio, de finos rasgos, ojos claros y figura elegante, poseía modales demasiado distinguidos y reservados para progresar en la profesión militar. Sabía evadirse de la realidad y refugiarse en la meditación, y soñaba en la acción heroica; no podía adaptarse, empero, a la existencia sin brillo del soldado durante las épocas de paz.
Era poeta, y lo demostró reservando sus horas mejores a los autores poéticos predilectos — Milton, Byron, Chénier — y consagrándose a las musas en los prolongados ocios que el servicio le permitía. Alternando éstos con frecuentes permanencias en la capital, se relacionó con una juventud inquieta y ardientemente deseosa de llevar a nuevas dimensiones los destinos del hombre. La batalla romántica había empezado. En 1820 conoció a Víctor Hugo, que entonces contaba dieciocho años, pero dirigía ya una revista, Le Conservateur littéraire, en la cual aparecieron sus primeros versos. Ello constituyó el origen de una amistad que fue afianzándose en el curso de los años; algún tiempo después, Hugo elogió vivamente su poema Eloa (1824), epopeya del amor y de la abnegación que opone la piedad a la voluptuosidad. Tras diversas aventuras sentimentales pasajeras, se relacionó, mientras hallábase de guarnición en los Pirineos, con Lydia Bunbury, joven hija de un acaudalado inglés. El matrimonio de ambos, celebrado en Pau en 1825, reveló muy pronto escaso éxito, a causa de la incompatibilidad de los temperamentos, y a pesar de un respeto mutuo.
Bajo la apariencia de una compostura algo melancólica y grave, ocultaba Vigny un carácter ardiente. El poeta no llegó nunca a la impasibilidad que durante largo tiempo se ha pretendido atribuirle como la parte más genuina de su naturaleza. Poseía, en cambio, una sensibilidad «extrema», que, reprimida desde la infancia, se había refugiado, como él mismo dice, «.dans la moelle de l’âme», y aparece, temblorosa o contenida, incluso en los más austeros poemas. Un nuevo permiso le posibilitó la permanencia en París donde repartió su tiempo entre la vida mundana y la literatura, y disfrutó ya de cierta fama. Publicó Cinq-Mars (1826- v.), novela de ambiente histórico, en la cual, sin embargo, la historia aparece tratada con mucha libertad y en función de algunas ideas en adelante gratas al aristocrático Vigny; de acuerdo con ellas Richelieu es considerado un mero ambicioso obstinado y frío, en tanto Cinq-Mars, que en realidad no fue sino un aventurero, desempeña la noble misión de símbolo viviente de una casta desengañada.
Alfred habría de revelarse genial como poeta. Su vocación en este campo fue precoz. Ya desde 1815 iba ofreciendo a las musas lo mejor de su talento. Los Poèmes de 1822 integran el primer núcleo de los Poemas antiguos y modernos (v.), entre los que figuran Cor, evocación de la gesta de Roncesvalles, que el autor revivió al pie de los Pirineos, y Moïse, drama del hombre superior. En el umbral de los treinta años, Vigny, más vulnerable que nunca, se hallaba maduro para nuevas y amargas experiencias. La batalla del Romanticismo terminaba victoriosamente en 1827, amenizada por Víctor Hugo, quien triunfó con el Prefacio del «Cromwell» (v.) y se impuso mediante Las orientales (v.); mientras tanto, Vigny permanecía en una posición de segunda fila en el «Cenáculo» romántico. Luego, la revolución de julio señaló, con el final de la monarquía legitimista, que expiaba así los errores de Carlos X, espíritu reaccionario e incapaz, un paso adelante en la evolución ideológica.
El poeta viose influido por tales incertidumbres, en las que adquirieron nuevas dimensiones los ideales. Conmovida su fe política, osciló entre los polos de su pesimismo humano y religioso, y buscó un punto de apoyo que le permitiera rebelarse contra las «gênantes superstitions» de carácter político. Por un momento consideró las ideas del conde de Saint-Simon (v.) y de Lamennais (v.), aun cuando sin llegar a una adhesión definitiva. Siquiera no superara su pesimismo, sintióse más atento y asequible a las realidades sociales. A estos años corresponde también la agitada relación del autor con la actriz Marie Dorval, mujer caprichosa e inconstante. Entre 1831 y 1838 el poeta conoció las torturas de una pasión que, en tanto le ocupaba los sentidos, no concedía descanso a su espíritu exigente, orientado hacia la imposible realización de un utópico sueño de comunión de almas. La producción de este período, muy fecunda, refleja las oscilaciones de esta crisis intelectual y moral, a la que no resultó, sin duda, ajeno el desencanto sentimental.
En Stello. Las consultas del Dr. Noir (1832, v.) determina, mediante una ficción y en forma de diálogo, el sentido de sus ideas respecto del aislamiento espiritual en el cual llega a encontrarse todo ser superior, singularmente el poeta, y que da lugar a la necesidad «.de séparer la vie poétique de la vie politique», en Vigny no prescisamente absentismo o diletantismo, sino reserva digna y consciente. El mismo tema aparece en Chatterton (1832, v., representado en 1835), drama en tres actos y en prosa que defiende al poeta oprimido por la sociedad burguesa utilitarista y sin más ideales que el dinero. La obra alcanzó treinta y nueve representaciones, y valió a su autor una popularidad que en vano esperara de sus poemas; a pesar de una sobriedad de trama casi clásica, que hace brotar la acción del juego de las ideas y del choque de los sentimientos, es la pieza maestra del teatro romántico, y demuestra en Vigny la posesión de auténticas facultades dramáticas.
No era, efectivamente, nuevo en la escena. Había ya adaptado Otelo (v.) bajo el título Le More de Venise (1829), y representado La mariscóla de Ancre (1831, v.), drama histórico en prosa, y No fue más que el susto (1833, v.),. comedia- proverbio en un acto escrita para que la Dorval desempeñara uno de sus papeles. Cerraban esta fase de intensa actividad las tres narraciones de Servidumbre y grandeza de las armas (1835), inspiradas en la «religión de Thonneur» y redactadas en un lenguaje que incluso en la vibración alcanza una pureza de expresión excepcional. En los años 1837 y 1838 nuestro poeta sufrió dos rudos golpes: la muerte de la madre adorada y la ruptura de sus relaciones con la amante, la desilusión postrera y más cruel. Ambos sucesos acentuaron su tristeza y su ensimismamiento. La producción sucesiva se hizo más rara; pero, en cambio, presenta mayor riqueza de pensamiento y arte.
El autor envió algunos poemas, que figuran entre sus composiciones más bellas, a la Revue des Deux-Mondes; no se preocupó de publicar en un volumen tales obras, que aparecieron póstumas bajo el título Los destinos. Poemas filosóficos (1864, v.). La poesía de Vigny refleja un secreto esfuerzo, y se concentra en torno a ciertas ideas fundamentales elevadas a la categoría de símbolo. Su drama más profundo y continuo es el del hombre ofendido por el choque entre vida e ideal, el del espíritu que ve a la humanidad doliente e indefensa. El pesimismo del poeta, empero, está lleno de grandeza: ofrece al ser humano ya no solamente un acto de orgullosa resignación, sino una postura valerosa ante el dolor; además, le abre de nuevo los caminos de la esperanza, y confía a la inteligencia el supremo desquite contra el silencio de la divinidad. Otras amarguras le esperaban todavía. Como deseara ingresar en la Academia de Francia, presentó su candidatura; sin embargo, no fue admitido en la institución hasta después de tres años, realizado ya el sexto intento (1845).
Contestó su discurso de recepción el conde de Molé; pero de una forma tan injuriosa que provocó el estupor general. Vigny acogió dolorosamente la adversidad, y saludó entusiasmado la revolución de 1848. Esperanzado por la posibilidad de una actuación política afortunada, presentóse dos veces, aunque sin éxito, para diputado por Charente. Entonces permaneció durante algunos años retirado en el castillo de Maine-Giraud, en Charente, como gentilhombre rural, junto a su esposa, muy enferma y a la cual rodeó de cuidados y de un cariño protector no libre de remordimientos. Vuelto a París, donde pasó el último decenio de su existencia, vivió muy aislado, entregado al cumplimiento de sus deberes de académico y siempre bien dispuesto hacia los jóvenes poetas que acudían a él en busca de aliento y esperanza.
A la distancia de un año de la muerte de su esposa, falleció víctima de una grave enfermedad de estómago de la cual sufría hacía ya mucho tiempo; viose asistido por el abate Vidal. Dejaba póstuma Dafne (1912, v.), novela de fondo filosófico iniciada posiblemente en 1835 y situada en la línea de Stello. En las páginas reunidas más tarde por su amigo Louis Ratisbonne bajo el título de Diario de un poeta (1867, v.) ofrecía, finalmente, el testimonio más directo y claro de su personalidad, atenta y arrogante, que, más allá de los extravíos, y en el sacrificio, buscó la razón de la dignidad propia y ajena.
A. Bruzzi