Un mago de Terramar (URSULA K. LE GUIN)

magoTerramar es un mundo de islas rodeadas por un interminable océano y allí el joven Ged, un aprendiz de hechicero, llegó a la madurez. Su madre ha muerto hace mucho tiempo, pero su tía, una bruja de aldea, le enseña a dominar a los animales del cam­po y a los pájaros del cielo. Se gana el nombre de Gavilán, pues en este mundo de la magia el verdadero nombre de uno debe ser mantenido en secreto: el conocimiento de los nombres es la clave del arte del mago. A la edad de trece años Ged va a vi­vir con el mago Ogión. Éste capta un gran poder en el chico –Ged ya ha logrado defender su aldea contra una banda asesi­na de invasores, manipulando mágicamente el tiempo– y sabe que algún día ese inexperto muchacho llegará a ser un hechi­cero poderoso. Pero el viejo Ogión no fuerza el ritmo, pues Ged ha de aprender a tener paciencia como principio de la ver­dadera sabiduría:

 

Nada maravilloso acontecía, sin embargo, ningún prodigio. Ged pasó el invierno volteando las pesadas páginas del Libro de las Runas, mientras llovía y nevaba, y Ogión volvía de los bosques helados o de los prados donde pastoreaban las cabras, y se sacudía la nieve de las botas y se sentaba en silencio junto al fuego. Y el largo y reconcentrado silencio del mago llenaba la estancia, y también la mente de Ged, que a veces tenía la im­presión de haber olvidado cómo sonaban las palabras: y cuan­do al fin Ogión hablaba, era como si en ese instante y por pri­mera vez estuviera inventando el lenguaje …

Cuando llegó la primavera, vivaz y luminosa, Ogión man­daba a menudo a Ged a los prados altos de Re Albi en busca de hierbas, diciéndole que podía dedicar a esa tarea todo el tiem­po que creyera conveniente, con la libertad de pasarse el día entero vagabundeando por los arroyos crecidos con las lluvias, y por los bosques y campos húmedos y verdes bajo el sol. Para Ged cada una de aquellas salidas era una fiesta y nunca regre­saba antes del anochecer; pero no olvidaba las hierbas.

Más tarde fue a estudiar a la escuela para hechiceros de la mágica isla de Roke. Allí demostró ser un alumno sumamente capaz, pero cayó en desgracia cuando se lanzó descabellada­mente a una pugna por amor propio con otro estudiante. Una entidad maligna, una sombra o gebbeth, es liberada en el mundo por el intemperante manejo de Ged de fuerzas que aún no pue­de dominar. El muchacho está en riesgo de morir, pero es aten­dido y curado por los sabios maestros de Roke, y más tarde se marcha para ganarse la vida como hechicero común. Mientras vaga por las multitudinarias islas de Terramar, domestica drago­nes y vence otros antiguos peligros, pero en todo momento es acosado por la sombra maligna que es su responsabilidad exclu­siva y su carga espiritual. Finalmente, aprende a enfrentarse con el gebbeth: llega a conocer su nombre y a poder liberar al mundo de su sombra absorbiéndolo dentro de sí mismo.

Ésta es una bella historia, poética, emocionante y profun-da. Aunque trata de una magia de otro mundo, tiene una serena coherencia: los detalles sobrenaturales son desarrollados lógi­camente (e ingeniosamente), y en verdad todo el libro se basa en un sólido fondo de «realismo» antropológico y psicológico. De todas las novelas de literatura fantástica para lectores jóve­nes escritas desde la segunda guerra mundial, Un mago de Terra­mar (A Wizard of Earthsea) es la obra maestra. Ursula Le Guin (nacida en 1929) es una escritora más fina que C. S. Lewis, más lúcida que Alan Garner, más original que Susan Cooper o Joy Chant y más fluida que cualquiera de sus imitadores america­nos. Además de sus novelas de ciencia ficción, muy elogiadas, ha escrito dos libros más situados en el mundo de Terramar: Las tumbas de Atuan (1971) y La costa más lejana (1973). Son nove­las totalmente distintas, aunque Ged aparece en ambas.

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Mala sombra (Juan Manzanillo)

damaCurioso libro cuyo autor, seguramente un seudónimos, nos habla de la actual manía de alabar a toda v´citima y a cualquier perdedor por el simple hecho de haber perdido, no se sabe el qué, y no se sabe tampoco cómo.

La civilización de la mala sombra se basa en una extraña modificación del cristianismo por la cual, no sólo es malo ser rico, sino que también es una vergüenza no haber sido nunca delincuente, ni haber estado en la cárcel, ni haber tenido un pasado turbulento y lleno de páginas que borrar. Al contrario de lo que sucede en la civilización norteamericana, donde lo ejemplificante es conseguir lo que se intenta y el hombre a imitar es el que se ha hecho a sí mismo, el autor va desgranando casos de la cultura europea en la que se alaba al que pierde, al que no consigue nada, y al que apoya su estética en las ojeras de bar, la resaca, y una constante derrota.

Para el europeo, y así se observa en muchas películas y obras literarias, la reflexión y el aprendizaje equivalen al mal, mientras el impulso, la estupidez rampante y el incumplimiento de cualquier deber son los que confieren un carácter atractivo.

Según el autor, este mal parece haberse extendido también a los Estados Unidos en las últimas décadas sin que, de todos modos, haya conseguido calar allí con la misma fuerza que en el viejo continetne.

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El contrabajo (Patrick Süskind)

Reseño en esta ocasión un librito muy breve pero intenso: El contrabajo de Patrick Süskind. Se trata de un monólogo teatral que el autor escribió en 1980, y que se estrenó en Múnich en 1981, pero que no se publicó como libro hasta 1984. Un año después, publicaba El perfume, una obra que le valió el éxito y el reconocimiento internacionales y que a día de hoy es la más conocida de todas cuantas ha escrito. Posteriormente ha escrito las novelas La paloma y La casa del señor Sommer y el libro de relatos Un combate.

Cabe preguntarse por la formación musical del autor; sobre los motivos que le han llevado a escribir un monólogo como este, puesto que en él la música es la protagonista. Sobre sus propias aptitudes musicales, cuenta Süskind:

"Da eine vom Vater ererbte Sehnenverkürzung des 5. Fingers und eine von der Mutter ererbte Überlänge der Finger 2, 3 und 4 mich hauptsächlich auf akkordisch begleitendes Spiel beschränkten verziechtete ich auf eine solistische Karriere und warf mich im Wintersemester 1968 auf das Studium der mittleren und neuren Geschichte an der Universität München".

(Como el acortamiento de un tendón del quinto dedo heredado de mi padre y el alargamiento de los dedos 2, 3 y 4 heredados de mi madre me hicieron limitarme al acompañamiento de acordes, renuncié a una carrera en solitario y me lancé en el semestre de invierno de 1968 al estudio de la Historia medieval y moderna en la universidad de Múnich).

En esta cita no se puede averiguar en realidad la relación de Süskind con la música, pero sí la ironía que es capaz de destilar. Y es que Der Kontrabass es una obra absolutamente irónica.

La obra se desarrolla en la habitación insonorizada de un funcionario de la Orquesta Nacional. La obra viene vertebrada por algunas frases que se repiten como "Aber das am Rande" (Pero eso al margen) o por el hecho de que de vez en cuando, para crear la idea de secuencia, se para a beber cerveza.

Durante todo el monólogo, el contrabajista mantiene una relación ambivalente con su instrumento y con lo que significa. En ocasiones, utiliza la ironía contra este instrumento y lo engrandece de tal modo, le concede tal importancia, que lo convierte en un monstruo que lo tiene preso y apenas le deja hacer nada. En otras ocasiones, adopta un tono melancólico, se lamenta por la insignificancia de su instrumento y en cómo esta insignificancia ha configurado su vida en los mismos términos. Eso, sin perder el humor.

El contrabajista mantiene una relación de amor-odio con su instrumento que sirve, en realidad, para desmitificar el mundo de los músicos, para darnos un retrato humano y a veces, demasiado humano de su mundillo: envidias, rivalidades… Desde la supuesta altivez de los cantantes de ópera, hasta los interminables paseos de los directores de ópera; desde la burla al genio de Mozart hasta las peleas entre el primer violín y los demás: todo es visto a través de la lúcida mirada de un desesperado; de un hombre que quiere huir de sí mismo pero no lo consigue porque en ningún lado deja de ver la sombra de su contrabajo, que no es más que la sombra de sí mismo; un hombre aislado en la sociedad: artista, sí; pero funcionario; un hombre gregario, cuya función es anodinamente necesaria pero no imprescindible: resulta comiquísimo cómo cuenta el número de notas que toca en cada concierto y cómo renuncia a tocar otras muchas pues sabe que nadie se enterará.

El autor opone también dos mundos: el de la música, la espiritualidad, lo elevado (tratado desde un punto de vista irónico) con el mundo de abajo, carnal, sexual, lleno de necesidades animalmente (palabro inventado) humanas: así, toda la espiritualidad y ligereza de la música no le sirve de nada para conquistar a una mujer; por lo tanto, resuelve ir a la función de esa noche y gritar su nombre desde el foso. El artista recurre a su lado más cotidiano y más burdo para llamar la atención. Así, el autor rompe con el tópico del exotismo que rodea a la música y a los músicos.

Süskind humaniza el mundo de la música, lo destripa y nos lo hecho pedacitos, destrozado y burlado, para que contemplemos cómo aún así su belleza persiste; para que sepamos que la parafernalia sobre la que ironiza constantemente, no hace más que esconder la esencia verdadera de la belleza en la música.

Süskind consigue, además, a través de un texto brevísimo caracterizar por completo a su personaje; describirlo a través de su propio lenguaje, permitirnos conocerlo a través de sus ideas y de su forma de expresarlas. Aunque se trata de un personaje complejísimo, lleno de vaivenes, de ideas que no se sostienen, de mesura y desmesura, de amor y odio; al final es un personaje que parece estar levemente por encima de sí mismo: el discurso irónico permite entrever a una persona que se observa lúcidamente a sí misma y que es capaz de juzgarse con frialdad, pero sin cortarse las alas de la fantasía y el delirio. Y el hecho de que esté tan bien trazado, el ser capaces de aprehender al personaje y de conocerlo, nos hace también quererlo, querer comprenderlo e interesarnos por él.

"Weil Kontrabass spielen ist eine reine Kraftsache mit Musik hat das erst einmal nichts zu tun"

(Porque tocar el contrabajo es una pura cuestión de fuerza, con la música no tiene, en realidad, nada que ver).

Esto dice en una ocasión, pero en otra, cuenta cómo lo afina, dice:

"Ja, das verbindet. Das schafft Liebe"

(Sí, eso une. Eso crea amor)

En estas dos frases se muestra esta relación contradictoria que mantiene con su instrumento, pero también de la ironía con que trata su propia contradicción

Cristina Núñez Pereira 

http://blogs.ya.com/lomejordeloslibros/200501.htm

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La luz de piedra (Kai Meyer)

Merle, la Reina y Vermithrax hacen una visita al infierno, donde conocen a nuevos personajes.

Perjudicada por la “necesidad” de contar lo sucedido en el tomo anterior, esta novela comienza de forma un tanto torpe (el autor hubiera hecho mejor poniendo un breve resumen al comienzo en lugar de insertar lo anterior como un pegote en el texto) aunque pronto remonta y se lee con fluidez.

Prosiguen las aventuras de Merle, la Reina de la Laguna (su peculiar relación sigue siendo de lo mejor de la novela) y Vermithrax, a los que se unen nuevos personajes y una visita al infierno.

Es en este viaje al infierno donde más imaginación pone el autor, explicando su descubrimiento y, de alguna forma sus orígenes (la luz de piedra del título tiene mucho que ver), así como la identidad del Señor de la Luz.

Entre los nuevos personajes se encuentra Invierno en busca de su amada Verano, cuyas características, sin ser originales, al menos están bien utilizadas.

Por otra parte siguen las peripecias de Serafín y el resto de los aprendices en busca de Junipa y se conoce mejor al los dominadores egipcios; el faraón Amenofis y el aparente poder en la sombra, el sacerdote Set. También toman protagonismo la esfinge Lalapeja, cuyo secreto se va revelando, y las sirenas.

Como el libro anterior, hay varias aventuras que llegan a su final dejando algunos cabos sueltos para la tercera entrega, aunque esto no perjudica a una historia entretenida, de lectura fácil y agradable con algunos hallazgos interesantes.

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La sombra del ciprés es alargada (Miguel Delibes)

Publicada por la editorial Destino en 1948, esta novela mereció el premio Nadal correspondiente al año anterior. Dos ediciones sucesivas confirmaron la cálida acogida de dicha obra. Sin duda, es sobre todo en estas páginas, hilvanadas por un escritor debutante, donde pueden recogerse las piezas más evidentes del museo personal de Miguel Delibes. Proyectada contra el fondo filosófico, la trama de La sombra del ciprés es alargada tiene un claro ideario, el cual, de otro lado, revela algunas de las claves del mundo tal y como su autor lo entiende. El protagonista es Pedro, ese huérfano que utiliza todos los argumentos a su alcance para extraer sentido de la existencia. Téngase en cuenta que dicho personaje crece bajo el sólido pero inquietante amparo de su maestro. Acerca de la sensación de pérdida, cabe señalar que la comparte con su amigo Alfredo, quien también queda pronto sin cobijo familiar  y parece asimismo cumplir un sino fatal, que en su caso lo llevará a la muerte. El voluntario exilio se convierte en un modo de escapar de toda esa zozobra: Pedro viaja como marino y conoce el amor junto a Jane, muy lejos de su tierra natal. Como quien persevera en la búsqueda de lo inmarcesible, el joven parece, al menos en un principio, preferir la energía de la naturaleza a la que le brinda el afecto humano, más intensamente coloreado por la fantasía cuanto más esencial es su impresión. Y no obstante, cede por fin a dicho sentimiento, aunque tampoco éste sea un estado de ánimo duradero, pues Pedro ha de perder a Jane en muy trágicas circunstancias. Al final, el retorno a Ávila y el efecto calmante que le ofrece el diálogo con los más queridos fantasmas —toda novela es una cabalgata de espíritus— traza una interesante deriva en el protagonista, quien parece dejar aparte sus iniciales turbaciones.

Leyendo cómo sondea el narrador este proceso, queda claro que el pesimismo viene a ser la reacción del raciocinio ante las marcas que dejan en el carácter cada golpe y cada convulsión, cada espasmo y cada arrebato. Ahora bien, aun dentro de ese margen psicológicamente defensivo, ¿quién podría eliminar toda esperanza en la tenuidad del subconsciente? No nuestro autor, desde luego.

Según la reconfortante concepción de Delibes, la maldad es, del comienzo al fin, una substancia evanescente, difícilmente definible por medio de argumentos. Como escribe Edgar Pauk, lo que nos sugiere el escritor es que no hay seres malos. En todo caso, el hombre es una víctima de su circunstancia (Miguel Delibes. Desarrollo de un escritor. Madrid, Editorial Gredos, 1975, p. 32). Con todo, este aserto orteguiano no es un canto a la gradual desesperación, sino algo muy contrario y bastante más complejo. Por esta senda, coincidimos con Luis López Martínez cuando comprueba que la novela, un tanto sobrecargada de ideología, se empapa de la tristeza que motivó en su autor la guerra civil. Cual si tratara de un inventario simbólico, el mismo título resume la categoría de los elementos reunidos: «la sombra del ciprés, afilada y cortante como un cuchillo, representa lo efímero y lo caduco: la muerte; en contraposición al pino que ofrece una sombra redonda, amparadora, símbolo de todo lo que respira confianza» (La novelística de Miguel Delibes, Murcia, Publicaciones del Departamento de Literatura Española, Universidad de Murcia, 1973, p. 17).

Y aquí caemos en medio de un principio moral, ante el que es inútil seguir citando el consolador remate de tantos y tantos melodramas y novelas de ocasión. El tejido narrativo de La sombra del ciprés es alargada intenta, en este caso, atrapar el fondo del hombre y no su estereotipo. Así lo describe Manuel Alvar cuando resume dicha maniobra: «[Delibes] Ha sido fiel al principio agustiniano de que en el interior de cada uno de nosotros hay una verdad, buena o mala, pero verdad. Sin embargo, trasplantado a un plano de universalidad. Sólo el desencanto le sirve para formular su intento de teoría general. Pensemos en tantos casos de su obra: fe en los hombres y desconfianza en el Hombre» («Castilla habla», en Miguel Delibes. Premio Letras Españolas 1991, Madrid, Ministerio de Cultura, Dirección General del Libro y Bibliotecas, Centro de las Letras Españolas, 1993, p. 187).

Por alejarnos al final de las honduras metafísicas de esta entrega, citaremos un fragmento que, aun estando relacionado con ella, propicia una lectura más risueña y acaso feminista. Poco más o menos la anécdota viene a ser así: dice el autor que, cuando ganó el Nadal, Pío Baroja elogió esta novela en una entrevista que le hizo Antonio Covaleda para el diario Pueblo. Posteriormente, Vergés y Delibes fueron a visitar al anciano escritor. «Entonces le dije que se habían vendido 5 000 ejemplares en tres meses. Se echó a reír. “Joven, yo sé lo que puede vender la primera edición de un libro”, dijo. Entonces, José Vergés, mi editor, que me acompañaba, le dijo el viejo maestro: “Don Pío, es que en España han comenzado a leer las mujeres”. “Ah —Baroja cambió de tono—, si han empezado a leer ésas no digo nada.” No dijo mujeres sino ésas, pero entre Vergés y él acababan de poner el dedo en la llaga. La mujer empezaba a incorporarse a la cultura en España, a sentir una inquietud espiritual, y esa actitud no ha cesado de crecer desde entonces. Hoy podemos asegurar que las mujeres leen más que los hombres» (Entrevistado por César Alonso de los Ríos, El Semanal, 2 de abril de 2000, s.p.

Instituto Cervantes

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