El jardín de los Finzi-Contini (Giorgio Bassani)

El jardín de los Finzi-Contini

Aunque, como siempre, no faltan quienes tratan de ver en esta novela un posicionamiento político contra las doctrinas totalitarias de los años treinta, lo cierto es que hay que trar muy a rastras esa idea para que encaje en la necesidad de vender el libro.

Sí, el Jardín de los Finzi-Contini habla de las dificultades que pasan los judíos italianos cuando se promulgan las leyes raciales en un país que no cree en ellas y las palca con más resignación que entusiasmo, empujado por el todopoderoso aliado alemán. Pero el narrador se toma el asunto con deportividad y de lo que de veras nos habla es de sus sensaciones, de su juventud, de su temor a verse burlado pro la chica a la que quiere y del amor en los tiempos que les tocó vivir.

De hecho, hay algo torcido en la novela, dando a entender que los defensores de las libertades lo hacen en abstracto porque ellos, personalmente y en concreto, no dudan en explotar a los demás lo mejor y más cruelmente que pueden. Pero no seguiré pro ahí por no contar más de lo que debería.

Escrita con un excelente estilo, a veces rayando el esteticismo, la novela nos lleva del presente al pasado atrvesando con sutileza los hilos de las relaciones sociales, la inocencia, el pudor y también la hipocresía. Aparecen así las clases, que se mezclan pero no del todo, las luchas políticas, las pequeñas intrigas pueblerinas para pertenecer a unos u otros círculos, y la idea del pupilaje, no aceptada por el protagonista, que se rebela contra ella.

Mi interpretación del final, por cierto, no es la que viene en los libros, pero debo ocultarla. De hecho, la escribo en texto blanco, para que quienes ya han leído la novela puedan seleccionar el texto solamente si lo desean y no caer así en un miserable spoiler:

Aunque se dice que la novela habla de la desilusión del protagonista al encontrarse con lo mundano, y como su chica se acostaba con otro sin problemas mientras a él le escatimaba un beso, yo creo que el autor habla en realidad de una relación homosexual entre el hermano de la chica y el agitador marxista. No se acuesta con ella, sino con él. Deduzco esto del modo en que trata el destino de un músico homosexual del que hablan sólo de pasada, como si hubiera algo grave que no se debía mencionar sobre ese tema.

Fin del espoiler.

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Defectos más comunes de una novela (VII) El autor sin palabras.

Cuando el silencio pesa...

Sí, es bueno que de vez en cuando el personaje se quede sin palabras, que no sepa cómo describir lo que siente o que no sepa reaccionar ante la gravedad o la enormidad de lo que se le dice, pero los que nos dedicamos a esto de componer historias sospechamos a menudo que el que se ha quedado sin palabras es el autor, porque resulta mucho más fácil y mucho menos arriesgado escribir el personaje del hombre tranquilo, a lo John Wayne, que ni opina ni explica y simplemente impone a mamporros su opinión, que el personaje que tiene que razonar y explicar las reacciones de su carácter.

Opinar, aunque sea pro boca de un personaje, es comprometerse. Dar razones es asumir riesgos, y a muchos escritores les gusta que se asuma la opinión o el modo de actuar de su personaje sin más, sin que se le pueda refutar, y sin que el modo de describir sus vivencias o sus sentimientos lo califique más allá´de lo desea. A muchos autores, en suma, lo que les joroba es trabajar y asumir riesgos.

El personaje, entiendo yo, debe tener apariencia de ser humano y no bajarse de un árbol, tampoco en lo intelectual o en lo anímico. El personaje no se puede quedar sin palabras aunque calle. Puede no responder nada, puede bajar la cabeza y asumir lo que se le dice, pero el narrador, sustituyéndolo, debe decirnos qué es lo que piensa, cómo razona, y por qué calla. De lo contrario, nos veremos en la obligación de decir que la novela es endeble, el personaje no se aclara y la historia no se sostiene.

Un escrito se puede quedar sin folios, pero no sin palabras, carajo.

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Crash, de J. G. BALLARD

Crash

Su autor ha descrito este libro como «un ejemplo de una clase de ironía terminal, en la que ni siquiera el autor sabe dónde está pa­rado». También ha dicho que «es una metáfora exagerada en una época en que sólo la exageración funciona». No cabe duda de que Crash es una novela terrible y devastadora. Tal vez sea la obra de fic­ción más perturbadora que se haya escrito en los últimos veinte años y –con la posible excepción de Expreso Nova, de William Bu­rroughs– seguramente la más violenta entre las que he elegido para el presente volumen. ¿Es ciencia ficción? Hay quienes piensan que no, pero el autor cree que sí, y estoy de acuerdo con él. Es un li­bro sobre tecnología, representada obsesivamente por el automó­vil: el coche como icono del siglo XX. Pero es más que eso. Es un li­bro acerca de las relaciones del hombre con la tecnología, de lo que la tecnología ha hecho con nosotros, y lo que nos hemos hecho a no­sotros mismos a través de la tecnología. Más aún: es un libro acerca del advenimiento de un nuevo mundo, un lugar artificial en el que nada es «real», en el cual todo es posible. Es un libro acerca del lado obscuro del presente, acerca de los deseos que se ocultan bajo la su­perficie lustrosa de una brillante sociedad de consumo. Se lo puede considerar una pesadilla «distópica», no proyectada al futuro, ni a otro planeta, sino realizada aquí, precisamente ahora, no más allá de la autopista o del aeropuerto más cercano (y quizás, aún más cerca de nuestra propia casa). Ballard ha tomado algunas cosas fa­miliares de principios de la década de 1970 y las ha presentado como extrañas. Además, se ha negado a moralizar acerca de ello: él nos presenta el material y nosotros debemos abordarlo como po­damos.

Todo es brillante y vívido, como si toda la acción tuviera lugar bajo las luces de un plató. No hay aquí imprecisiones, ambigüeda­des, ni advertencias en voz baja. El narrador, un director de publi-ci­dad de TV, tiene un choque en el que muere el conductor del otro vehículo. Cuando se recupera, en el hospital, se ve abrumado por fantasías sexuales con las enfermeras y los médicos, los vehículos chocados y la mujer del conductor muerto. Cuando sale del hospital, vuelve inmediatamente a la carretera, visita el lugar del acci­dente, y examina su coche destrozado en el parque de chatarras. Se da cuenta de que lo sigue un hombre con una cámara. Es el doctor Robert Vaughan, «en un tiempo especialista en computación … uno de los primeros científicos de la TV de nuevo estilo», quien «proyectaba una imagen poderosa, casi la de un científico matón». Vaughan está obsesionado con los choques, y pasa gran parte de su tiempo fotografiándolos. Él y el narrador inician una inquietante amistad: viajan juntos, se convierten en voyeurs de accidentes de ca­rretera, comparten los servicios de las prostitutas del mismo aero­puerto. Observan choques simulados de coches en el Laboratorio de Investigaciones de Carretera, y Vaughan confiesa que su ambi­ción es morir en un accidente de automóvil con la actriz Elizabeth Taylor. Los acontecimientos alcanzan su punto culminante cuan­do el narrador y Vaughan cruzan la autopista mientras se encuen­tran bajo los efectos de una droga alucinógena:

La luz del día fue más brillante sobre la carretera, un intenso aire desierto. El cemento blanco se transformó en un hueso curvo. Unas ondas de ansiedad envolvían el coche, como las vaharadas de calor sobre el macadán en verano. Mirando a Vaughan, traté de domi­nar este espasmo nervioso. Los coches nos pasaban recalentados ahora por la luz del sol, y yo podía asegurar que ésos cuerpos metálicos estaban a menos de un grado del punto de fusión, y que sólo la fuerza de mi mirada impedía que se deshicieran. En cuanto yo me distrajera para mirar el volante las películas metálicas estallarían proyectando bloques de acero fundido delante de nosotros. En cambio, los coches que venían por la mano contraria transportaban enormes cargamentos de luz fría, eran flotas que llevaban flores eléctricas a un festival. A medida que la velocidad de estos vehículos parecía aumentar, me sentí elevado hacia el carril rápido, y los au­tos avanzaron en línea recta hacia nosotros como enormes carruse­les de luz acelerada. Las rejillas de los radiadores eran emblemas misteriosos, alfabetos que desfilaban como bólidos por la carretera.

Es una novela ardiente y visionaria, página tras página. Poco des­pués, Vaughan muere en un deliberado choque de automóviles, dejando en duelo al narrador, quien empieza a «diseñar los ele­mentos» de su propia e inminente muerte.

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La quinta cabeza de Cerbero (GENE WOLFE)

Imagínense una enorme y vieja casa cuya entrada está custodiada por una estatua de Cerbero, el mítico perro de tres cabezas. Figú­rense un niño sensible que crece en esa casa misteriosa. Él y su her­mano son atendidos por infatigables sirvientes y vigilados por una tía excéntrica que parece flotar silenciosamente a lo largo de los múltiples pasillos de la mansión. Al caer la noche, un padre autori­tario y distante convoca a los niños a su estudio, donde lleva a cabo con ellos absurdos experimentos psicológicos. «Tengo un obscuro recuerdo de estar de pie –no puedo decir a qué edad– ante esa gi­gantesca puerta tallada. La puerta se cerraba, y el mono tullido so­bre el hombro de mi padre se apretaba contra aquella cara de hal­cón, con la bufanda negra y la bata roja debajo de hileras e hileras de libros y cuadernos de notas muy gastados detrás de ellos, y el nauseabundo olor de formaldehído que llegaba desde el laborato­rio, más allá del espejo corredizo.» ¿Es este hombre en realidad el padre del niño? El joven héroe es también el narrador de esta histo­ria engañosa: no se nos dice su nombre; su padre se dirige a él como «Número Cinco». La preocupación central de la vida del narrador consiste en explorar sus orígenes, desvelar el misterio de su naci­miento.

Todo esto parece gótico puro, y lo es. Sin embargo, el libro es también ciencia ficción auténtica, pues tiene como escenario un sis­tema solar distinto al nuestro, en un futuro remoto. Los plane-tas gemelos de Sainte Croix y Saint Anne han sido colonizados por francoparlantes de la Tierra. La Casa de Cerbero, o Maison du Chien, está ubicada en la ciudad principal de Sainte Croix, y en realidad es un prostíbulo para la clase alta. El narrador y su her­mano son cuidados por un tutor robótico, una máquina inteligente llamada Mr Million, con el patrón cerebral de un hombre muerto hace tiempo. La tía de los niños flota realmente en el aire, pues tiene un dispositivo eléctrico de levitación debajo de la falda para com­pensar sus ya débiles piernas. Y el «padre» del narrador no es real­mente su padre en el sentido normal de la palabra: es el her-mano clónico del héroe, el número cuatro de una serie horripilante de autorrepeticiones. Los relatos sobre reproducciones clónicas –repro­ducción artificial asexual a partir de células de un solo «progeni­tor»– se pusieron de moda durante los años setenta; éste tal vez sea el mejor de todos ellos.

El autor posee un notable talento para combinar motivos y temas futuristas con un sentido lóbrego y abrumador del pasado. Aquí las tecnologías son antiguas, y hacen pensar en perversida-des, y la nueva sociedad interestelar es algo así como el Antiguo Oriente: «Mr Million insistió en detenerse una hora en el mercado de escla­vos … No era un mercado grande … y a menudo los vende-dores y los esclavos parecían amigos; se habían reunido muchas veces frente a distintos propietarios y habían descubierto la misma caren­cia. Mr Million … observó el remate, inmóvil, mientras nosotros nos pateábamos los tobillos y masticábamos el pan frito que él nos había comprado. Había portadores de literas, con nudos de múscu­los en las piernas, y asistentes de baño de estúpidas sonrisas; escla­vos rebeldes encadenados, con los ojos atontados por la droga o bri­llantes de feroz imbecilidad; cocineros, sirvientes domésticos, y otros cien…».

Gene Wolfe (nacido en 1931) es un veterano de la guerra de Co­rea y ex ingeniero. Empezó tarde a escribir ciencia ficción y sus pri­meros cuentos breves aparecieron a finales del sesenta. La quinta ca­beza de Cerbero (The Fifth Head of Cerberus) fue su primer libro importante, y también una obra realmente extraordinaria. For­mado por tres novelas de diferente estilo pero estrechamente vincu­ladas, es uno de los libros mejor escritos de toda la cf moderna, y una obra maestra de equívocos, sutiles indicios y revelaciones apa­rentemente casuales. Malcolm Edwards la describió acertada­mente en The Encyclopedia of Science Fiction como «una exploración verdaderamente imaginativa sobre la naturaleza de la identidad y la individualidad».

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La quinta cabeza de Cerbero, de GENE WOLFE

La quinta cabeza de Cerbero

Imagínense una enorme y vieja casa cuya entrada está custodiada por una estatua de Cerbero, el mítico perro de tres cabezas. Figú­rense un niño sensible que crece en esa casa misteriosa. Él y su her­mano son atendidos por infatigables sirvientes y vigilados por una tía excéntrica que parece flotar silenciosamente a lo largo de los múltiples pasillos de la mansión. Al caer la noche, un padre autori­tario y distante convoca a los niños a su estudio, donde lleva a cabo con ellos absurdos experimentos psicológicos. «Tengo un obscuro recuerdo de estar de pie –no puedo decir a qué edad– ante esa gi­gantesca puerta tallada. La puerta se cerraba, y el mono tullido so­bre el hombro de mi padre se apretaba contra aquella cara de hal­cón, con la bufanda negra y la bata roja debajo de hileras e hileras de libros y cuadernos de notas muy gastados detrás de ellos, y el nauseabundo olor de formaldehído que llegaba desde el laborato­rio, más allá del espejo corredizo.» ¿Es este hombre en realidad el padre del niño? El joven héroe es también el narrador de esta histo­ria engañosa: no se nos dice su nombre; su padre se dirige a él como «Número Cinco». La preocupación central de la vida del narrador consiste en explorar sus orígenes, desvelar el misterio de su naci­miento.

Todo esto parece gótico puro, y lo es. Sin embargo, el libro es también ciencia ficción auténtica, pues tiene como escenario un sis­tema solar distinto al nuestro, en un futuro remoto. Los plane-tas gemelos de Sainte Croix y Saint Anne han sido colonizados por francoparlantes de la Tierra. La Casa de Cerbero, o Maison du Chien, está ubicada en la ciudad principal de Sainte Croix, y en realidad es un prostíbulo para la clase alta. El narrador y su her­mano son cuidados por un tutor robótico, una máquina inteligente llamada Mr Million, con el patrón cerebral de un hombre muerto hace tiempo. La tía de los niños flota realmente en el aire, pues tiene un dispositivo eléctrico de levitación debajo de la falda para com­pensar sus ya débiles piernas. Y el «padre» del narrador no es real­mente su padre en el sentido normal de la palabra: es el her-mano clónico del héroe, el número cuatro de una serie horripilante de autorrepeticiones. Los relatos sobre reproducciones clónicas –repro­ducción artificial asexual a partir de células de un solo «progeni­tor»– se pusieron de moda durante los años setenta; éste tal vez sea el mejor de todos ellos.

El autor posee un notable talento para combinar motivos y temas futuristas con un sentido lóbrego y abrumador del pasado. Aquí las tecnologías son antiguas, y hacen pensar en perversida-des, y la nueva sociedad interestelar es algo así como el Antiguo Oriente: «Mr Million insistió en detenerse una hora en el mercado de escla­vos … No era un mercado grande … y a menudo los vende-dores y los esclavos parecían amigos; se habían reunido muchas veces frente a distintos propietarios y habían descubierto la misma caren­cia. Mr Million … observó el remate, inmóvil, mientras nosotros nos pateábamos los tobillos y masticábamos el pan frito que él nos había comprado. Había portadores de literas, con nudos de múscu­los en las piernas, y asistentes de baño de estúpidas sonrisas; escla­vos rebeldes encadenados, con los ojos atontados por la droga o bri­llantes de feroz imbecilidad; cocineros, sirvientes domésticos, y otros cien…».

Gene Wolfe (nacido en 1931) es un veterano de la guerra de Co­rea y ex ingeniero. Empezó tarde a escribir ciencia ficción y sus pri­meros cuentos breves aparecieron a finales del sesenta. La quinta ca­beza de Cerbero (The Fifth Head of Cerberus) fue su primer libro importante, y también una obra realmente extraordinaria. For­mado por tres novelas de diferente estilo pero estrechamente vincu­ladas, es uno de los libros mejor escritos de toda la cf moderna, y una obra maestra de equívocos, sutiles indicios y revelaciones apa­rentemente casuales. Malcolm Edwards la describió acertada­mente en The Encyclopedia of Science Fiction como «una exploración verdaderamente imaginativa sobre la naturaleza de la identidad y la individualidad».

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