MATERNIDADES FRUSTRADAS

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Julia Franck, La mujer del mediodía.
Traducción de Belén Santana,
Tusquets, Barcelona, 2009, 432 págs.

por Anna Rossell
http://annarossell.blogspot.com.es/
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Inspirándose en una leyenda de Lausitz (al sur de Brandeburgo), cuya protagonista es una misteriosa figura femenina armada de una guadaña, Julia Franck (Berlín, 1970) da título a su última novela, La mujer del mediodía, con el que pretende remitir al maleficio que aquella fábula contiene: la mujer, que se aparece al mediodía, amenaza con condenar a la gente a la locura y a la muerte si no es capaz de contar, durante una hora, historias sobre el trabajo del lino. El libro de Franck, como sucede con casi toda la narrativa alemana del pasado siglo y hasta hoy, da cuenta de la historia de alemania. Si bien basada en la biografía del padre de la autora, a través de la biografía ficticia de corte realista de Martha y Helene, hijas de padre alemán y madre judía, en la pequeña localidad de Bautzen (noreste de Sajonia), la autora traza un amplio recorrido que abarca desde poco antes de la Primera Guerra Mundial hasta los años cincuenta. Acompañando a las dos hermanas desde su desgraciada infancia en su ciudad natal de provincias hasta su juventud en Berlín y la edad madura en Stettin, asistimos a los avatares históricos del país germano: la hostilidad hacia los judíos, la grave crisis económica consecuencia de la Gran Guerra y el crac del veintinueve, el esnobismo y la decadencia de ciertos ambientes berlineses, el renovado acoso y la persecución -ahora nacionalsocialista- de los judíos, los delirios de grandeza imperialista nazi, las penalidades de la gente sencilla en la guerra y las violaciones del ejército soviético a su entrada en la capital del país ya derrotado. Sin embargo no es la historia el tema sobre el que trabaja Franck en primera línea. Siguiendo una ancestral tradición literaria ya iniciada en la misma Biblia con Moisés y continuada en la literatura alemana en el siglo XIX, a la autora le interesa indagar sobre las causas que pueden llevar a una mujer sensible a abandonar a su hijo. Poco después de la Segunda Guerra Mundial, Helene, la protagonista, con el pretexto de mudanza, se deshace de su hijo en la estación de Scheune, cerca de Stettin. Así comienza la novela en el prólogo introductorio, que presenta los hechos, y se adentra a continuación en la explicación de las causas –a modo de justificación- dando marcha atrás en el tiempo. Helene, una niña intelectualmente inquieta que sueña con estudiar medicina, ve frustrado su anhelo, víctima de la época en que le ha tocado en suerte vivir. A Helene le ha faltado el amor de una madre, que desatiende a sus hijas, sumida en un delirio rayano en la locura a causa de la muerte de sus dos hijos varones al nacer y del rechazo social al que se ve sometida. Muy pronto huérfana de padre, que regresa lisiado a casa de la Primera Guerra Mundial sólo para morir, ella y su hermana dejan a la madre al cargo de una sirvienta y marchan a Berlín donde se prometen mayores oportunidades. Allí Helene conocerá a Carl a quien amará profundamente y con quien se promete. El accidente mortal que sufre su prometido es el desencadenante de un cambio radical en la vida de Helene, que a partir de este momento sólo vive ausente, como una autómata. Un nuevo pretendiente, Wilhelm, ingeniero en la construcción de las autopistas hitlerianas y fanático del Tercer Reich, lleva a Helene a un matrimonio de inercia, que fracasa ya la misma noche de bodas. Franck dibuja el eje temático de su novela a partir del leitmotiv del abandono madre-hijo y el desamor, que no se agota en la acción de su protagonista hacia su hijo, sino que ya comienza en la carencia de amor hacia ella por parte de su propia madre y que acaba en el desentendimiento de Peter, el hijo de Helene, hacia ella al terminar la historia. La autora insinúa una cadena de causas y efectos derivados de situaciones extremas, que conducen a comportamientos supuestamente execrables. La temática parece responder a la intención de reaccionar a la marea de noticias de maltrato infantil por parte de sus madres que invaden desde hace tiempo los periódicos alemanes, o al menos de suscitar una polémica a fondo sobre el tema. La novela, Premio de los Libreros Alemanes 2007, pierde el norte narrativo en la primera parte, gana sin embargo mucho en calidad en la segunda, gracias a la minuciosa y lograda descripción del matrimonio Wilhelm-Helene, una pintura precisa y llena de matices de un prepotente nazi y una mujer de voluntad debilitada. Las irregularidades estilísticas, también de la primera parte, de que se ha hecho eco un amplio sector de la crítica alemana, pasan desapercibidas en la traducción de Belén Santana, que sabe trasladar el texto con acierto literario y fluidez. De la misma autora se han traducido a las lenguas de nuestro país Lagerfeuer (Zona de tránsito –2007-) y La mujer del mediodía, esta última también en catalán.

© Anna Rossell
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Ay, Babilonia, de PAT FRANK

babiloEsta historia acerca del holocausto nuclear y sus consecuencias in­mediatas ha sido siempre bien acogida en los Estados Unidos, aun­que no parece haber impresionado demasiado en otros lugares del mundo. Quizá porque describe un cuadro muy norteamericano (y hoy pasado de moda) de la catástrofe nuclear. Es un drama nortea­mericano, un himno a la autosuficiencia y a las virtudes de la vida en una ciudad pequeña. En esta novela, la guerra atómica es libera­dora: lo convierte a uno en un hombre. Seguramente esta idea re­sulta repugnante a la mayor parte de los europeos de la dé-cada del ochenta, pero es un libro hábilmente escrito y curiosa-mente con­vincente.

El héroe, Randy Bragg, es un holgazán privilegiado que vive en una casa grande y vieja en Fort Repose, en la Florida central. El jar­dín de Bragg «reluce con flores de fuego y buganvillas, hibiscos, ca­melias y gardenias y parras». Una vecina, una solterona que trabaja en la central telefónica local, cree que es «un ermitaño, y un esnob, y un amante de los negros». Un día, Randy recibe un telegrama de su hermano, oficial de inteligencia del Comando Estratégico del Aire. El telegrama contiene la frase codificada «Ay, Babilonia», que significa que los soviéticos están a punto de lanzar un ataque nu­clear preventivo contra los Estados Unidos.

Randy pasa todo un día almacenando alimentos (y bebidas al­cohólicas), alertando a su novia y a un médico local, y preparán-dose para la llegada de una cuñada y dos sobrinos. Tras recoger a sus pa­rientes en un aeropuerto situado a unas cuantas horas de coche, cae en un sueño profundo, del que lo despiertan un zumbido distante y luces extrañas en el cielo. La guerra ha comenzado: Miami y otros objetivos de Florida ya han sido alcanzados. «Al mirar un resplan­dor en el sur, Randy fue testigo, desde una distancia de unos tres­cientos kilómetros, de la incineración de un millón de personas.» Otra bomba estalla a corta distancia y uno de los niños queda tem­poralmente ciego. Después, el caos.

El autor utiliza palabras severas sobre la ineficacia de los pre-pa­rativos para una guerra: «Este caos no es resultado de la inefica-cia de la Defensa Civil. Lo que ocurrió, simplemente, es que no había un sistema de defensa eficaz contra la guerra termonuclear. Jamás se había anunciado públicamente cuáles eran las zonas de evacua­ción para ciudades enteras, las zonas libres del «peligro de propa­gación»». Sin embargo, los habitantes de Fort Repose son afortuna­dos. Para ellos los principales problemas son los ataques al corazón, la carencia de refugios, la fuga de convictos, la falta de energía. La mayor parte de la radiación y sus graves consecuencias parecen pa­sarlos por alto.

Aquí comienza el idilio bucólico, y Randy se convierte en líder, tanto de los hombres como de las mujeres. Deja la bebida, y se recu­pera físicamente. Como dirigente de una pequeña comuni-dad des­pués de un desastre que ha acabado con el gobierno, la vida no es para él demasiado difícil. Al fin y al cabo los impuestos no son ya motivo de preocupación. Randy organiza eventualmente una tropa de vigilancia para mantener la ley y el orden en Fort Repose. A me­dida que pasan los meses, la vida se restablece alrededor de una tranquila rutina de trabajo y de diversiones sencillas: cazan y pes­can, cultivan cereales y naranjas, y buscan sal. Exactamente un año después del día de las Bombas, reciben noticias del mundo exte­rior: los Estados Unidos han ganado la guerra, pero eso ya no im­porta. Pat Frank (cuyo verdadero nombre es Harry Hart, nacido en 1907) narra todo esto con gran pericia. Su libro tiene un encanto pa­recido al de La Tierra permanece, de George Stewart, aunque sin el vuelo y la grandeza de esa obra.

Ay, Babilonia es una típica y agradable fantasía, propia de su época. Hoy sería imposible escribir una novela tan optimista sobre la guerra nuclear.

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