Lágrimas sobre Gibraltar (Carlos Díaz Domínguez)

Lágrimas sobre Gibraltar, de Carlos Díaz Domínguez.

A veces cometemos el error de buscar un nombre anglosajón a la hora de elegir una novela de espionaje, y resulta que algunas de las mejores novelas que se pueden leer e este género corresponden a autores tan absolutamente hispánicos como el de Carlos Díaz. Este viejo prejuicio, sustituido en el los últimos tiempos por la atracción de lo nórdico, tiene que ser desterrado de inmediato para dejar sitio a una verdad indiscutible: que en todas partes hay autores buenos y autores malos, y que lso españoles escriben tan buenas o mejores novelas de espías como cualquiera.

Lágrimas sobre Gibraltar es una obra magníficamente documentada sobre el deseo español, en los últimos años del franquismo, de recuperar Gibraltar, justo después de que los británicos se pasaran por el arco de triunfo la resolución de la ONU que les obligaba a abandonar la colonia.

Tanto la resolución de la ONU como el deseo del régimen de recuperar Gibraltar son hechos rigurosamente históricos, aunque no así los planes de invasión que el autor detalla a lo largo del libro. Las intrigas políticas, la situación social, y el entramado de espionaje se construyen alrededor de la sensación de que España no tiene posibilidad alguna de resarcirse  de los incumplimientos británicos pero conserva, de todos modos, la voluntad de actuar dentro de sus medios.

Los británicos, con un servicio de inteligencia antiguo y experimentado, casi no pueden creerse que a los españoles se les haya ocurrido infiltrar espías propios en la roca, y a medida que se convencen de que esto no es sólo posible, sino casi indiscutible, deciden esperar el golpe para causar una matanza en la represalia. Carrero Blanco, Vicepresidente del Gobierno español, no quiere dudar de Franco, pero sus dudas se acrecientan cada día en un ambiente político abocado claramente al fin del régimen y a una sucesión que aún es incierta.

La mejor virtud de la novela, además de su documentación, es la casi inaudita honradez con que el autor trata la época, sin tópicos ni histrionismos, sin fascistas malísimos, ni opositores sindicales que acaben apareciendo con una acción política en cualquier momento (como siempre me temí). En esta novela, las personas son las personas y los hechos son los hechos, tanto los reales como los ficticios, tratando todos de desenvolverse en la verosimilitud, la realidad de una conciencia humana que es antes humana que política, y la desproporción de fuerzas entre dos países que, al fin, no pueden evitar que en sus filas se alineen simples seres humanos.

Muy recomendable. Por desintoxicarse de tantas tonterías como se han escrito ty dicho sobre la época, más que nada.

Los viajes de Joenes, ROBERT SHECKLEY

Robert Sheckley (nacido en 1928) es un norteamericano peripaté­tico que ha vivido a menudo en Europa. Al igual que Ray Bradbury y Cordwainer Smith, es uno de esos escritores a quienes una nove­la no llega a representar acabadamente. Los textos que lo hicieron famoso fueron sus chispeantes y provocativos cuentos breves, que se reunieron en libros como La séptima víctima (Untouched by Human Hands, 1954), Ciudadano del espacio (1955) y Paraíso II (Pilgrimage to Earth, 1957). De sus primeras novelas, la más notable es Immorta­lity, Inc. (1959). Sin embargo, Los viajes de Joenes (Journey Beyond To­morrow) es su libro más divertido, con ese afilado humor que ha dis­tinguido la obra de Sheckley. La novela se publicó por primera vez en 1962, por entregas, en Fanta-sy and Science Fiction, bajo el título de «Journey of Joenes».

El epónimo Joenes es un joven cálido e inocente de comienzos del siglo veintiuno. De padres norteamericanos, se ha criado en la pequeña isla de Manituatua, en la Polinesia Oriental. A los veinti­cinco años, tras haber leído muchos libros de la biblioteca de su pa­dre, se dispone a descubrir por sí mismo un mundo más amplio. En primer lugar, desea conocer los Estados Unidos, aquel reino mítico. Al llegar a los muelles de San Francisco, se enreda con un traficante de drogas llamado Lum, a raíz de lo cual termina en la cárcel («¿un comunista, eh?», dice el policía que lo arresta, después de que Joe­nes ha pronunciado un pequeño y hermoso discurso acerca de la naturaleza defectuosa de las leyes humanas y de la moral superior que surge de «seguir los verdaderos dictados del alma iluminada»). Es llevado ante una comisión del Congreso que se encuentcomisiónalmente en la ciudad. El presidente de la comisión resucita una buena frase de otros tiempos: «Camarada –le preguntó, con sim­ple ironía–, ¿está usted, ahora mismo, afiliado al Partido Comu­nista?». Incapaz de convencer a quienes lo interrogan de que no es comunista, Joenes (o el «Camarada Jonski», como el presidente in­siste en llamarlo) es enviado al Este para ser sometido a un juicio por ordenador, después del cual se lo deja en libertad condicional y se lo abandona en las calles de Nueva York.

Joenes vive una serie de aventuras inverosímiles, colmadas de personajes excéntricos y de historias dentro de historias. Vuelve a encontrarse con Lum en un hospicio para criminales dementes. Luego es obligado a dar clases sobre la cultura de los pueblos del Pacífico sudoccidental en la universidad. Se convierte en huésped de una extraña comunidad utópica, cuya lengua artificial no tiene palabras para «homosexualidad», «violación» o «asesinato», y con­sidera que esas cosas no existen. Finalmente, Joenes es recluta-do por el gobierno norteamericano y va a trabajar como espía para el Octágono. Viaja a Moscú, donde también tiene dificultades para convencer a las autoridades de que no es comunista, pero cuando regresa a los Estados Unidos, una estación automática de radar confunde su avión con un aeroplano invasor, y desencadena una hecatombe nuclear. Los Estados Unidos vuelan en pedazos, las cos­tas Este y Oeste se lanzan misiles una contra otra y también contra el resto del mundo. «Y pronto la civilización de las máquinas había desaparecido de la faz de la Tierra.» Joenes, naturalmente, sobre­vive. ¿Qué otra cosa podía haber pasado, con la suerte que tiene? Huye hacia la Polinesia, en una pequeña embarcación, junto con su amigo Lum. La Polinesia a partir de ese momento se convertirá en el centro de la civilización mundial, y los relatos de Joenes y Lum serán sus sagradas escrituras.

Todo esto se cuenta de una manera muy ingeniosa y diverti-da. Los blancos de la sátira de Sheckley son quizá los más obvios, y hoy el libro parece algo inocuo, pero en el momento de su aparición fue alabado como una obra de refrescante iconoclastia.

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Gloriana, de MICHAEL MOORCOCK

gloriana«Aunque no es una «fantasía isabelina» ni una novela histórica, esta obra tiene cierta relación con La reina de las hadas», declara Michael Moorcock en una nota del autor. Más obvia aún es la deuda que esta sorprendente novela tiene con Mervyn Peake, particularmente en su descripción inicial del colosal palacio de la reina Gloriana (recuerdos de Gormenghast):

 

El palacio es tan grande como una ciudad de considerable ta­maño, pues a lo largo de siglos sus dependencias, sus pabello­nes, sus casas para huéspedes, las mansiones de sus señores y señoras de servicio han sido unidos por caminos cubiertos, y esos caminos cubiertos a su vez techados, de modo que en al­gunos lugares encontramos pasillos dentro de pasillos, como conductos en un túnel, casas dentro de habitaciones, habita­ciones dentro de castillos, castillos dentro de cavernas artificia­les, y todo techado con tejas de oro, platino y plata, mármol y madreperla, de tal manera que el palacio brilla con mil colores a la luz del sol, resplandece constantemente a la luz de la luna, sus muros parecen ondular; sus techos, elevarse y caer como una marea encantadora; sus torres y minaretes, alzarse como los mástiles y los cascos de barcos que se hunden.

 

El hogar laberíntico de Gloriana, que le fue legado por su pa­dre demente, el rey Hern, es el marco de la mayor parte del re­lato. Sus muros ocultan incontables secretos. Mendigos y locos espían los ricos y poderosos aposentos; hay serrallos y mazmo­rras ocultos, habitaciones dedicadas a todo vicio imaginable, vi­sibles solamente para los mirones de las paredes, semejantes a ratas. Esta antigua estructura es como un cerebro bien provisto pero deteriorado; es la esencia de todos los palacios, todos los castillos y la creación más extravagante de toda la obra.

El lugar es Londres, capital del reino de Albion y ciudad principal de un enorme imperio de ultramar (que incluye una América del Norte llamada, lógicamente, «Virginia»). Las costumbres y las técnicas de la sociedad son isabelinas, pero ésta no es una novela de historia alternativa en el sentido estric­to: no hay ningún punto fijo en el que la historia de Albion diverja de la nuestra. Como Gormenghast o Malacia, el Londres de Gloria-na está fuera del tiempo, un mundo de ensueño que se asemeja al ideal (y a la pesadilla) de algunos soñadores del siglo xvI. El reinado que inaugura la reina es recibido como una edad de oro, con la alta y bella Gloriana como modelo de vir­tud: pero hay un lado obscuro de las cosas que es reconocido francamente, un anverso tenebroso a todo el esplendor y la poesía. El poder de Albion lo mantienen agentes inescrupu­losos, el principal de los cuales es el renegado capitán Quire, cuya traición desencadena gran parte de la acción del relato. Y la misma Gloriana, aunque al principio ignorante de todas esas maquinaciones políticas, es atormentada por una temible necesidad sexual simbólica. Pasa noches febriles, acosada por deseos que no pueden ser saciados: a fin de cuentas, ella es la «reina insatisfecha». Para que encuentre satisfacción y para que surja una verdadera edad de oro, es necesario que se alcance al­gún tipo de equilibrio: un compromiso inteligente entre el idealismo y el cinismo.

Gloriana es una novela extensa: de abundante inventiva, di­vertida, apasionante, a veces desagradable, y siempre rica en alusiones. No sólo contiene referencias a Spenser, Peake y la historia inglesa, sino también a toda la vasta obra de Michael Moorcock, desde Sexton Blake y Elric de Melniboné [30] hasta Una Persson y los Bailarines del Fin del Tiempo. Aunque tuvo un brillante éxito por sí misma, también es una obra híbrida que sirve como clave de una mitología personal: un resumen de las cincuenta y tantas novelas que su autor ya había escrito y una limpieza de las mesas de trabajo en preparación de otros im­portantes libros futuros.

 

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El hombre menguante (RICHARD MATHESON)

increble-hombre-menguanteUn año después de que esta novela apareciese como libro origi­nal en rústica, fue filmada por Jack Arnold con el título de paco­tilla El increíble hombre menguante. La película tuvo un éxito relati­vo, y desde entonces las reimpresiones del libro de Mathe-son han tendido a poner la palabra «increíble» en la cubierta. Esto es paradójico, pues la principal baza de Matheson es, de hecho, el grado de credibilidad que llegó a dar a una premisa absurda. Hay que olvidar la nube de vaporizador radiactivo que desenca­dena el inexorable proceso de contracción del protago-nista; sólo es un pretexto superficial de «ciencia ficción» para algo que es fundamentalmente una vigorosa fantasía psicoló-gica. Disfru­temos de los plausibles detalles domésticos que siguen, mientras el protagonista descubre que ya no es un hombre para su mujer y termina por convertirse en un escurridizo insecto debajo de los pies de ella. Toda la trama es como una fábula de Kafka en el marco de una Exposición de Hogares Ideales.

Mientras está de vacaciones haciendo un crucero en barco, Scott Carey queda expuesto a la radiación. Pocas sema-nas más tarde, empieza a perder peso y altura. Hace repetidas visitas al médico antes de dar la noticia a su mujer. Ella queda horroriza­da: «¿Menguando?… Pero, eso es imposible». Carey le confirma que es verdad. «No sólo estoy perdiendo altura. Cada parte de mí parece estar contrayéndose. Proporcionalmente.» Ya ha pa­sado de una altura de 1,82 metros a otra de 1,72. A medida que transcurren los días sigue contrayéndose, constantemente. Pasa por varios tests médicos, pero los facultativos están desconcer­tados. En la calle, los niños empiezan a tomarlo por otro niño, y se ve obligado a abandonar su empleo, mientras que su mujer sale a trabajar: «Permanecía a su lado, rodeándole la espalda con el brazo, deseoso de consolarla pero sólo capaz de mirarla al rostro y luchar fútilmente contra la abrumadora sensación de ser mucho más pequeño que ella». Es como si volviera a la in­fancia y su mujer se convirtiese en una figura materna.

Sin embargo, Carey no ha perdido sus impulsos sexuales de adulto. Cuando su mujer rechaza sus insinuaciones, se siente «endeble y absurdo comparado con ella, un grotesco enano que pretende seducir a una mujer normal». Cuando se contrae hasta una altura de menos de sesenta centímetros, su frustra­ción aumenta. Espía a una adolescente que ayuda en la casa, pero siente pánico cuando ella lo ve, y echa a correr como un niño travieso. Mantiene una breve amistad con la enana de un circo, pero hasta ella adquiere las proporciones de una gi­ganta a su lado. Pronto llega a tener apenas dieciocho centí­metros de altura, y vive en una casa de muñecas que su mujer le ha proporcionado solícitamente. Un día se aventura a salir al jardín, donde es amenazado por un enorme pájaro y arrojado al sótano a través de una ventana rota. Desde ese momento, Ca­rey no existe para el mundo; es demasiado pequeño para esca­par del sótano, que se extiende ante él como un terreno desco­nocido y lleno de peligros, y demasiado insignificante para hacerse oír. Ahora está enteramente solo, obligado a buscar ali­mentos como un Robinson Crusoe debajo de las tablas del sue­lo, aterrorizado por las arañas y siempre contrayéndose. Llega a ser tan minúsculo que puede trepar por una tela de araña y es­capar nuevamente al aire libre. Allí encuentra una sensación de paz bajo las estrellas: aprende a aceptar su suerte, mientras si­gue contrayéndose hasta llegar a nuevos mundos de encanta­miento y posibilidades.

Richard Matheson (nacido en 1926) es más conocido hoy por su trabajo en la televisión. Desde que escribió el guión para El increíble hombre menguante ha colaborado en la elaboración de muchas otras películas, incluyendo una notable historia de te­rror de Steven Spielberg, El diablo sobre ruedas (Duel) (1971). Pero ha seguido escribiendo otras obras, entre ellas una memorable novela de viajes por el tiempo titulada Bid Time Return (1975). Es uno de los principales escritores norte-americanos de literatura fantástica.

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Pincher el náufrago (WILLIAM GOLDING)

golding«Luchaba en todas las direcciones, su cuerpo se retorcía y deba­tía denodadamente. No había arriba ni abajo, ni luz ni aire …» La tercera novela de Golding puede ser considerada como una «fantasía póstuma», es decir, un cuento, no tanto sobre la vida futura, como del momento de la muerte. He tomado este útil término del crítico John Clute. En su recensión de Compañía de Sueños Ilimitada [68] (Foundation 19, junio de 1980), escribió: «Lo que yo llamaría la fantasía póstuma, aunque tal vez pronto pue­da encontrarse una expresión mejor, se parece mucho a los cuentos como «Un suceso en el puente sobre el río Owl» de Ambrose Bierce o «Mr. Arcularis» de Conrad Aiken, relatos don­de los hombres, literalmente al borde de la muerte, escapan a una alternativa imaginada y comprenden gradualmente que el mundo de los sueños está desapareciendo, por lo general al son de un ritmo insistente y horrorífico, quizás el del corazón que fa­lla». El libro de Golding sigue exactamente este paradigma.

El protagonista, el teniente Christopher Martin (llamado Pincher [«tenaza»] por sus colegas), es un marino británico a punto de ahogarse en el océano Atlántico. Esto sucede durante la segunda guerra mundial, y su barco acaba de ser torpedea­do por un submarino alemán. Entramos en la conciencia de Martin y seguimos sus pensamientos y sentimientos con minu­cioso detalle mientras lucha contra el océano frío. En las pri­meras veinte páginas de la novela va a la deriva, agitándose lo­camente, tragando agua salada, con la mente sumida en una confusión de recuerdos, esperanzas y lamentaciones. Nadie lo rescata, pero divisa un trozo de tierra, una roca solitaria cubier­ta de algas, que es su salvación (temporal). Se arrastra hacia la costa «en este único punto rocoso, el pico más alto de una ca­dena montañosa, un diente de la antigua mandíbula de un mundo sumergido, sobresaliendo en la inconcebible vastedad de todo el océano», donde permanece el resto de la novela; un hombre solo, símbolo de todo el espanto de la condición humana.

 

Es poco lo que sucede, pero la narración es extraordina-ria­mente vívida. Como en otros libros de Golding, somos espías privilegiados de la brillante creación preternatural de Dios. Es como si fuésemos testigos de todo mediante los efectos de una droga que acrecienta las facultades de la mente. Seguimos al pobre Pincher cuando trepa a la cúspide del islote desier­to, cuando busca alimento, bebida y refugio, y cuando mira fi­jamente el abismo que tiene dentro de él. Es una suerte de Robinson Crusoe disminuido, mínimo. Mantiene conversacio­nes imaginarias con viejos conocidos, lucha contra la locura y padece ocasionalmente delirios de grandeza. «»Soy Atlas, soy Prometeo.» Se siente como una aparición gigantesca sobre la roca.» Pero al fin no puede encontrar paz ni gracia celestial. Todo el delirio de supervivencia, mantenido por el poder de la voluntad, se derrumba de pronto, y Pincher y vuelve a lo que es: un marino que se está ahogando y enseguida estará muerto.

William Golding (nacido en 1911) es el más reciente galardo­nado británico con el premio Nobel de Literatura. Gran parte de su obra tiene un carácter alegórico y la forma de la novela histórica, o la ciencia ficción o, como en este caso, la fantasía metafísica. Otra de sus más hermosas novelas es La construcción de la torre (1964), que trata de la acuciante obsesión de un cléri­go medieval que desea construir una aguja de catedral de cien­to veinte metros, aparentemente para mayor gloria de Dios, pero posiblemente para satisfacción del Diablo. Al igual que Pincher el náufrago (Pincher Martin), pero de manera más mani­fiesta, trata del problema siempre presente del mal que habita en el corazón humano.

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