VENUS KHOURY-GHATA, PREMIO GONCOURT DE POESÍA 2011

VENUS KHOURY-GHATA, PREMIO GONCOURT DE POESÍA 2011

Por: Berta Lucía Estrada Estrada

El pasado miércoles 7 de diciembre fue otorgado el Premio Goncourt de Poesía a Venus Khoury-Ghata, quien ha ganado innumerables preseas literarias, como el Premio de la Academia Francesa (2009), el Premio Apollinaire o el Premio Mallarmé, entre otras.

Venus Khoury-Ghata nació en 1937 en el norte del Líbano, en un pequeño pueblo llamado Pshery, el mismo que vio llegar al mundo al poeta Jalil Gibran. Desde 1972 vive en París. Inicialmente trabajó para la revista Europa, dirigida en ese entonces por Louis Aragon, a quien ella, en compañía de otros colegas, tradujo al árabe. Es novelista y poeta, ha publicado alrededor de treinta títulos. Es de anotar que el New Yorker, al referirse a esta insigne poeta y novelista, dijo la siguiente frase: “Venus Khoury-Ghata es a la poesía lo que Gabriel García Márquez es a la novela”.

Su última libro Où vont les arbres? (¿Dónde van los árboles?) Mercvre de France 2011, indaga en su tema predilecto, la muerte. Ante nuestros ojos desfila la patria herida, violada, devastada por el fuego inclemente de la guerra. La Patria que tiene mil, un millón de amantes, la Patria que se casa todos los días con alguien diferente y a la que la autora llama madre:

“Se casa con guerreros y soldados de plomo

La casa se hundía a medida que ella se casaba de nuevo y que

Las lágrimas corrían por nuestras mejillas”

Es una progenitora que a pesar de estar muerta sigue engendrando hijos de hombres desconocidos que la violan en el patio trasero de un cementerio.

A veces es una madre que ama a sus hijos, pero otras:

“La madre quería vender a sus hijos pero ningún camino los aceptaba”

“Entre la madre y nosotros estaba la sombra del invierno”

“La madre nos quería con brazos largos… para introducirnos en su sueño”

La madre, con cara de fuego, se pierde en las colinas o detrás de los árboles, es esquiva, a veces amante, pero en general violenta. Es una trashumante en un “paisaje sedentario”. Cree partir cuando en realidad es el camino el que avanza.

Cuando hace referencia a la casa, describe su techo como una tumba, pero también como un hueco que entierra el sol:

“La casa le dio la espalda

Ella cavó un hueco dentro de otro hueco y cada noche enterró un sol”

La madre, eterna lavandera, lava la sangre de la tierra mientras que las manos de sus hijos se transforman en piedras.

Al final se pregunta quienes somos para contar la vida de nuestros padres mientras morimos con cada lámpara que se extingue.

Nota: La lectura de este libro me hizo sentir que en vez del Líbano, arrasado por guerras intestinas, la poeta estaba hablando de Colombia y de nuestros ríos de sangre, un país muy diferente a aquellos que se empeñan en mostrar sus habitantes, marcados por el signo de la violencia y de la pobreza, como los más felices del planeta.
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El doctor Moneda Sangrienta (PHILIP K. DICK)

Bob Dylan cantó una vez «Puedes estar en mi sueño si yo puedo es­tar en el tuyo», y en esencia ése es el tema de este libro. El «doctor Moneda Sangrienta» del título es Bruno Bluthgeld, un científico nacido en alemania que trabaja para los militares norte-america­nos. La época es la década de 1980; el lugar, California. Bluthgeld sufre una crisis nerviosa. Diez años antes fue responsable de un te­rrible error de cálculo que produjo la contaminación de muchas personas por radiación nuclear. Ahora tiene la fantasía de que está desfigurado, de que tiene la cara cubierta de manchas. También cree que lo persigue una «conspiración comunista internacional». Aparte de Bluthgeld, peligrosamente paranoico, hay muchos otros personajes (es una novela ricamente poblada): Stuart McConchie, un vendedor negro de aparatos de TV estereofónica; Hoppy Harrington, un joven víctima de la talidomida, sin brazos y sin pier­nas, que trabaja como técnico de reparaciones en una tienda de TV; Walt Dangerfield, un gracioso astronauta –«una mezcla de Voltaire y Will Rogers»– que queda atrapado en una órbita in­finita alrededor de la Tierra, y Bonny Keller, una frívola hechi­cera, que dará nacimiento a una niña que lleva un gemelo siamés en el estómago.

La historia comienza el día en que estalla la tercera guerra mun­dial. San Francisco es destruida, pero la vida continúa en el con­dado de West Marin, al norte. Los sobrevivientes rehacen allí su vida, y en unos cuantos años construyen una economía rural de trueque. Superficialmente, la situación se parece a la de Ay, Babilo­nia, de Pat Frank. Sin embargo, como en todas las novelas de Philip K. Dick, el desarrollo no es convencionalmente realista. Esa socie­dad bucólica posterior a la bomba se mantiene unida gracias a la perspicacia y la sabiduría de un disc jockey. Walt Dangerfield, el as­tronauta lanzado al espacio el día en que cayeron las bombas, tiene «un millón y medio de kilómetros de cintas de vídeo y de audio», y transmite incesantemente música y lecturas de libros clásicos a la gente de allá abajo (Servidumbre humana, de Somerset Maugham, es muy popular).

Ese estado de cosas relativamente feliz es amenazado por dos personajes que desean rehacer el mundo según sus propios y enfer­mizos patrones. Bruno Bluthgeld se cree responsable de las bom­bas H, lo que en cierto sentido es verdad. Al principio vive tranqui­lamente bajo un nombre falso, protegido por Bonny Keller, el único personaje que conoce su verdadera identidad. Cuando otros comienzan a sospechar que es el terrible doctor Moneda San­grienta, la locura de Bluthgeld vuelve a aparecer, más fuerte que nunca. Amenaza con destruir el mundo otra vez. El otro personaje con características megalomaníacas es Hoppy Harrington, el me­cánico sin extremidades. Hoppy se traslada en un carro mecánico inventado por él mismo; repara las cosas por medios telequiné-sicos. En ese loco mundo de anormalidades biológicas, el talento de Hoppy crece sin medida. Es capaz de llegar al satélite en órbita y controlar los reproductores de Walt Dangerfield; imitando la voz de Dangerfield, intenta transmitir sus propios mensajes al mundo. Choca con Bluthgeld, a quien mata arrojándolo por el aire. El único personaje que puede enfrentarse con Hoppy e impedirle con­vertirse en dictador es Bill Keller, el insospechado hijo de Bonny, de siete años, que lleva una vida invisible en el interior del vientre de su hermana…

El doctor Moneda Sangrienta (Dr. Blood Money) es un libro dispara­tado, grotesco y cautivante. En cierto momento, el simpáti-co Stuart McConchie, que después de la guerra se gana la vida vendiendo trampas para animales pequeños, se encuentra con un hombre que le habla de su ratita, un mutante como tantas criaturas de la novela: «Es muy lista; puede tocar la flauta. No te estoy engañando. Es ver­dad. Le he hecho una pequeña flauta de madera y la toca con la na­riz… Es prácticamente una flauta asiática de nariz, como las que tienen en la India». Esa imagen de una rata que toca la flauta con la nariz es, en cierto modo, central. Resume la visión cómica que Dick tiene de la vida, que se reproduce de mil maneras diferentes, a pesar de los «malos sueños» de los Hoppy Harrington y de los doctores Moneda Sangrienta.

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