[Zahme Xenien]. Colección de epigramas de Wolfgang Goethe (1749-1832), dividida en dos series, la primera de las cuales (publicada en 1820) comprende seis libros, y la segunda otros tres. Los tres primeros libros fueron publicados en Arte y Antigüedad (v.), sucesivamente en 1820, 1821 y 1824.
Los otros tres en 1827, y los últimos póstumos. Por su título, como por su forma, esta colección de epigramas debe relacionarse con la precedente de Xenien; el poeta les añade el apelativo de «benignas», justamente para precisar el carácter puramente sentencioso de éstas en contraposición con el tono mordaz y satírico de las primeras. Sirven de lema cuatro versos de Horacio, en los cuales se dice que el satírico Cayo Lucilio había «confiado a sus escritos sus secretos, como amigos fieles; de manera que toda la vida de aquel anciano se hizo patente como si estuviese tallada en una lápida votiva». Estos epigramas representan, en efecto, una especie de confesión y de testamento espiritual.
Goethe se dirige al que llama «sobrino» para instruirlo, sin pretender asumir, empero, un tono de cátedra; en ellos habla, más que el maestro, el anciano prudente, con ironía serena, sin rastro de pesimismo ni melancolía: «Si has trabajado tanto como yo he trabajado, procura como yo amar la vida». Son muchos los epigramas optimistas de este carácter, y también muchísimos referentes a su vida pasada, que él no echa de menos, sino que la siente potenciada con los años en la presente; y los dedicados a los jóvenes contemporáneos a los cuales él, indulgente, desea a su alrededor, y no les tiene ni sombra de envidia; al contrario, los considera partícipes en su gran labor: «Soy demasiado viejo vituperar; pero lo bastante joven para hacer». En la segunda parte hallamos sentencias políticas; el autor desprecia la democracia que se sostiene en la mayoría, sinónimo de mediocridad, e invoca una aristocracia del pensamiento, que domine sobre la amorfa masa, para elevarla.
En el libro IX saluda con entusiasmo al nuevo continente americano, que surge libre de todo estorbo, no «turbado por el recuerdo de tiempos más vivos ni por vanas contiendas». También en el libro IX manifiesta su posición negativa con respecto a toda religión confesional (v. Dios, sentimiento y mundo), que él llama «farisaica», pero se defiende, por así decirlo, de la acusación de ateísmo: su religión de la naturaleza, de la ciencia y del arte, que puede parecer pagana, de hecho se compenetró en parte con el cristianismo, algunos aspectos del cual sintió profundamente. [Trad. española de Rafael Cansinos Assens en Obras completas, tomo I (Madrid, 1950)].
G. F. Ajroldi H.