Wolfdietrich de Constantinopla, Anónimo

[Wolfdietrich von Konstantinopel]. Poema en medio alto alemán, compuesto por un juglar tal vez tirolés hacia 1230. Representa la principal redacción de la saga de Wolf­dietrich, que nos queda todavía en otras tres redacciones: Wolfdietrich de Salnecke, Wolfdietrich de Atevas y El gran Wolfdie­trich.

El contenido de la primera redacción es el siguiente: Hugdietrich, rey de Constantinopla, al partir, deja el gobierno al duque de Saben, el cual intenta seducir a la reina, y al ser rechazado por ella piensa en vengarse. Ocurre que la reina, en ausen­cia de su marido, pare un tercer hijo, Dietrich, el cual, apenas nacido, tiene ya la fuerza de un toro; entonces Saben para en­cubrirse a sí mismo, acusa a la reina de haber tenido de Satán aquel hijo. El rey, horrorizado, ordena al duque Berchtung de Meran que mate a aquel niño y lo haga desaparecer; Berchtung lo lleva al bosque y allí tiene compasión de él, lo abandona sin matarlo y se queda mirando a distancia lo que será de él: el niño se pone a jugar pacíficamente con los lobos, que no le ha­cen ningún daño.

Berchtung, convencido de la inocencia de la reina, decide salvar al niño, le da el nombre de Wolfdietrich (v.) y lo confía a un cazador. En tanto, la reina, al advertir la desaparición del pe­queño, acusa a su marido de haber matado al niño. Saben echa la culpa a Berchtung, quien juzgado por el propio Saben está a punto de ser condenado a muerte cuando consigue demostrar la culpa del infame consejero, el cual sin embargo es indultado por intercesión del propio Berchtung y enviado al destierro. A la muerte de Hug­dietrich, el pérfido Saben consigue expulsar a Berchtung del país e instigar contra Wolfdietrich, el «hijo de Satanás», a sus dos hermanos. Berchtung, decidido a ter­minar de una vez, arma a todos sus hom­bres y a sus propios hijos y vence en dura batalla, pero pierde a seis de sus dieciséis hijos. Wolfdietrich besa a los caídos y quiere matarse, pero Berchtung le detiene la mano y, venciendo su propio dolor, lo alienta y le recuerda su deber de rey.

Poco después Saben se pone en marcha para obtener el desquite y asedia el castillo de Berchtung, en el cual también se encuentra Wolfdietrich. Éste pide a Berchtung que le deje partir para buscar ayuda en otro lu­gar, Wolfdietrich sale del castillo, se abre paso combatiendo por entre las filas enemi­gas y llega, después de una serie de prue­bas durísimas, a Garda, donde la reina Liebgart le cuenta dolorida la historia de su ma­rido Ortnit (v. Ortnit); Wolfdietrich se pro­pone combatir con el dragón que lo ha de­vorado. En este punto el poema se interrum­pe y su continuación por mano de otro autor es tan inferior que no ofrece nada consi­derable. En su segunda redacción, Wolf­dietrich de Salnecke, el nacimiento de Wolfdietrich es contado de modo diverso: Hugdietrich quiere casarse con Hildburg, hija del rey de Salónica, pero como ella está encerrada en una torre bajo severa custodia, Hugdietrich penetra en la torre disfrazado de aya y, cuando llega a ser rey de Constantinopla, se casa con Hild­burg y reconoce por heredero al hijo que ha tenido de ella, esto es, a Wolfdietrich.

La tercera redacción, Wolfdietrich de Ate­nas, que se ha conservado en pocos frag­mentos, es conocida a través de la cuarta, El gran, Wolfdietrich (alrededor de 1280). Según ésta, Wolfdietrich por poder de una maga ha enloquecido. El fiel Berchtung con sus hijos va en su busca y llega a Bizancio, donde se pone al servicio del rey. Pero éste, pérfidamente, los convierte a él y sus hijas en esclavos para guardar las murallas de la ciudad de noche y día. Berchtung muere de dolor y fatiga. Entre tanto, Wolfdietrich se restablece, pasa junto a las murallas de Bizancio y reconoce la voz de sus fieles amigos lamentándose, pero no puede hacer nada para libertarlos porque el enemigo es demasiado fuerte. Vuelve a partir, pero más tarde regresa disfrazado de peregrino, pasa junto a las murallas y al oír recordar su nombre por uno de los pri­sioneros pide un pedazo de pan. Cuando lo obtiene se da a conocer. Entonces las cadenas de los prisioneros se rompen por encanto, los guerreros se levantan y junto con Wolfdietrich abren las puertas de la ciudad, que es conquistada. Como las de­más leyendas heroicas germánicas (v. Nibelungos, Saga de Teodorico, Siqenot, etc.), también la de Wolfdietrich tiene probablemente un fundamento histórico en las luctuosas vicisitudes del reino franco bajo los sucesores de Clodoveo, Teodorico y Teodeberto.

El propio Clodoveo revive en la figura de Hugdietrich (la forma ger­mánica de su nombre es Hludowig y en los cronistas alemanes a menudo también Huga). Los motivos centrales de la saga (la presunta ilegitimidad de su nacimiento y el recurso a un príncipe extranjero) son también tomados de la historia de la di­nastía merovingia, desgarrada por odios fra­ternos. El mismo nombre del héroe viene a confirmar aquel origen, pues «Wolf» («lobo») es en el antiguo germánico el epíteto que se daba al desterrado que iba errando de país en país. Más tarde, confun­dido Clodoveo con Constantino, Hugdietrich fue promovido a emperador de Constantinopla, y su hijo hubo de buscar la ayuda de un rey pagano, con cuya hija se casó. Y junto a los príncipes vinieron a colocarse las típicas figuras de los dos mayordomos, el fiel y el desleal, derivadas también de la historia franca.

Sobre esta trama, los poetas fueron componiendo, de época en época, sus canciones y sus poemas, entretejiéndolos con elementos tradiciona­les y fantásticos tomados de otros ciclos o libremente inventados hasta que el autor de nuestro poema convirtió, de conformidad con los renacidos ideales éticos del germa­nismo, la historia de Wolfdietrich en subli­mación de la recíproca fe que liga indiso­lublemente el señor a su vasallo y el vasallo a su señor, para la vida y para la muerte. La primera redacción de la saga (la llamada Wolfdietrich de Constantinopla) conserva todavía los caracteres de la gran épica ger­mánica, mientras que las demás redaccio­nes tienden ya a ofrecer el carácter aven­turero y fantástico de la épica popular de los juglares.

M. Pensa