Volviendo a Matusalén, George Bernard Shaw

[Back to Methuselah]. Ciclo de cinco comedias («Pen­tateuco metabiológico») de George Bernard Shaw (1856-1950), escrito en 1920; está pre­cedido por un largo prólogo en que el autor, transformista, aunque no darwiniano, ex­pone con largas digresiones y brillantes paradojas su concepción de la evolución biológica, que deriva de la de Samuel Butler y es análoga desde Cierto punto de vista a la bergsoniana.

En la primera comedia, En los orígenes [In tres Beginning], el autor presenta como personajes centrales a Adán, Eva y la serpiente. El descubrimiento del cadáver de un cervato hace brotar en la mente de Eva el pensamiento y el temor de la muerte; Adán, sin embargo, más que a la muerte teme a la tediosa y uniforme inmortalidad. Bello sería no morir, pero renovándose. Y la solución del problema la sugiere la serpiente, que revela a Eva el misterio de la generación. En un segundo acto aparece el fratricida Caín, prototipo de una raza de hombres violentos, nacidos para la conquista y el dominio.

La segunda comedia, El evangelio de los hermanos Bamaba [The Gospel of the Brothers Barnaba], tiene lugar en nuestro tiempo, al terminar la primera guerra mundial. La vida normal, demasiado corta según los hermanos» Barnaba, no consiente al hombre alcanzar su perfecta madurez, lo cual es motivo del malestar social contemporáneo; sin embargo, el hombre, con tal que qui­siera, podría vivir mucho más, trescientos años, tal vez. Dos politicastros (motivo an­tiparlamentario de la polémica de Shaw) escuchan con escéptica indiferencia tales teorías, en las que nada ven que pueda hacerles ganar unos votos. Tampoco se convence el novio de la hija de uno de los Barnaba, el reverendo Haslam. Sin embargo, dicen los hermanos, esto podría ocurrirle a cualquiera de nosotros. Y en efecto ocu­rre.

Así, en la tercera comedia, que se titula precisamente La cosa ocurre [The Thing happens], vemos a Haslam aún vivo en 2170. Después de varias vicisitudes es entonces un apreciado arzobispo. Mantuvo siempre secreta su singular teoría, pero por un extraño accidente los gobernantes llegan a enterarse. Y Haslam descubre que no es él solo que se aproxima a los trescientos años de vida. Reconoce en una empleada a una camarera de los Barnaba, la misma que le abría la puerta cuando él iba a vi­sitar a su novia. También en estas escenas abundan los dardos satíricos. Los ingleses, reconociendo que por su cuenta no consi­guen gobernarse bien, han empezado a confiar los servicios públicos a extranjeros, chinos y negros, conservando para ellos sólo los oficios más honoríficos. És sa­broso un diálogo entre el presidente del Estado inglés y un ministro, Confucio, que critica despiadadamente la historia consti­tucional británica.

La cuarta comedia, La tragedia de un caballero anciano [Tragedy of an Elderly Gentleman], es la más larga, desarrollándose en tres actos, hacia el año 3000 d. de C. En esa época todavía existe una raza de hombres de vida corta, y a ésta pertenecen, entre otros, los habitantes de un imperio británico que tiene su centro en Bagdad, y los del cercano imperio de Türania; por otro lado hay hom­bres longevos que viven en las Islas Británicas, abandonadas por la mayor parte de sus antiguos moradores. La escena se des­arrolla en Irlanda. Hay allí un monumento a Falstaff (v.), apóstol de la cobardía, ya que después de un conflicto que señaló la ruina de la vieja civilización europea, se descubrió que la cobardía es una gran vir­tud patriótica. Y hay un oráculo al que recurren a veces los hombres de vida corta. A este oráculo se dirige desde Bagdad, para pedir respuesta, una misión de la que forma parte, además de un politicastro en busca de consejos electorales, también un señor de avanzada edad que, al entrar en contacto con las personas de la nueva estirpe, no se encuentra precisamente a sus anchas; un campo de influencia magnética, por decirlo así, envuelve a los longevos, y esta influen­cia es deprimente para los pobres mortales de tipo antiguo. Se asoció a la misión el belicoso emperador de Turania, especie de caricatura de Napoleón, que pide consejos a la pitonisa. Es invencible, pero sabe que la guerra es perjudicial también para los vencedores. ¿De qué modo satisfacer sin riesgos su genio y su voluntad de combatir sin parar? Breve es la contestación: «Mue­re antes de que el viento de la suerte se vuelva contra ti». Al politicastro, en cambio, la pitonisa contesta: «Vuelve a tu casa, pobre loco»; por supuesto que él inventará y referirá a sus conciudadanos una res­puesta bien distinta; pero su compañero, el señor entrado en años, no es capaz de men­tir, y por ello no quiere regresar a su patria, aunque sabe que permanecer en el país de los hombres longevos para él sig­nifica el desaliento y la muerte. La pitonisa le libera de su cruel dilema matándole con una mirada.

La última parte tiene por título Hasta donde pueda llegar el pensamiento [As far as Thought can reach]. Estamos en 31920 d. de C. La especie humana ha lle­gado a ser ovípara: los niños hablan en cuanto salen de su cáscara y pronto llegan a su madurez; una chiquilla de cuatro años ya está cansada de juegos, danzas y amo­res, y prefiere sumergirse en reflexiones sobre las propiedades de los números. Un artista crea artificialmente (reminiscencia faustiana) a un hombre y una mujer, seres imperfectos que pronto perecen. Ya no se muere por enfermedad o senilidad, sino tan sólo por accidentes: los más viejos viven una vida completamente espiritual, y aspi­ran a desencarnarse. La vida, que, después de dominar la materia, llegó a ser su es­clava, tiende ahora a su plena emancipa­ción. Qué es lo que pueda haber más allá no lo sabemos; pero existe un «más allá», y esto ha de bastarnos. Así termina esta extravagante fantasía filosófica en que Shaw dio plena libertad a su vena de hablador brillante y paradójico construyendo un am­plio juego de agudezas, de gracias, de crí­ticas punzantes y de irónica comicidad.

En Volviendo a Matusalén encuentra tal vez su más completa expresión aquella «filo­sofía» de Shaw que está siempre en la base de sus obras. La representación que hace del hombre en este período de la historia universal alcanza a todo el mundo, ya que todos — los irlandeses, compatriotas suyos, al igual que los ingleses; los socialistas, para los que tiene alguna simpatía, como los plu­tócratas, y todos los demás — contribuyen a dar vida al absurdo y cómico organismo que según él es la sociedad civilizada. Y contra la sociedad, contra sus compromisos, sus contradicciones, sus codicias y sus miserias, que infectan la fundamental inocencia hu­mana, se dirige el vitalista Shaw, decidido a admirar en el hombre aquella primera energía que hace de él el más activo de los animales, y en la mujer la instintiva ge­nerosidad generadora, y a despreciar todo lo que, desviándose de estos impulsos origi­narios, impide a la humana especie alcan­zar una forma de existencia física y espi­ritualmente racional.

Desde este punto de vista, Shaw nos parece un hombre de la época de la Ilustración perfectamente ac­tual y, sin embargo, vinculado a antiguas posiciones en las que afloran la ingenuidad de un Rousseau y el sarcasmo de un Voltaire. [Trad. española de Julio Broutá (Ma­drid, s. a.)]. (Premio Nobel 1925.)

E. di C. Seregni