[Aussichten in die Ewigkeit]. Contemporánea de los escritos de Hamann, esta primera obra religiosa de Johann Kaspar Lavater (1741- 1801), publicada en tres volúmenes entre 1768 y 1772 — un cuarto volumen de notas y adiciones se publicó en 1778 — es, después de la divagación deísta del pensamiento religioso, el primer mensaje férvido de la resurgida fe en lo transcendente y en la presencia de Dios en el mundo, fe que dará impulso y vida al «Sturm und Drang» religioso (Herder, Lenz, Jung-Stilling, el joven Goethe) y preparará el terreno para el renacimiento romántico (Novalis).
La idea fue sugerida a Lavater por la lectura de los escritos del ginebrino Charles Bonnet [Contemplation de la nature, 1764-65; Idées sur l’état passé et l’état futur des êtres vivants, ou Palingénésie philosophique, 1769], combatido furiosamente por Voltaire. Esta obra, concebida ya en 1765 como introducción a un poema acerca de la vida de los bienaventurados, que luego no fue escrito, se presenta como una colección de cartas que el autor manda a su amigo I. G. Zimmermann. Como Bonnet, también Lavater cree en la indefinida perfectibilidad del alma humana, la cual, en la otra vida, ascendiendo de grado en grado, podrá desarrollar con plena libertad aquellos gérmenes de bien que, innatos en ella, en este mundo han quedado sofocados por el peso de la materia. También el cuerpo marcado con el sello del espíritu resurgirá a nueva vida para cooperar con el alma a la palingenesia cósmica, que es el último fin a que tienden, consciente o inconscientemente, todos los seres creados. Un eudemonismo cristiano se opone así a las corrientes pesimistas del siglo XVIII. Dios ha creado la naturaleza y al hombre para la felicidad, aunque ésta solamente podrá ser conseguida en toda su plenitud después de la muerte.
El pecado de origen, el problema del mal, el contraste entre la naturaleza y la gracia, son ignorados por Lavater, como lo serán por los primeros románticos. Así se explica cómo en la cuestión entonces tan discutida entre los filósofos protestantes, de la eternidad de las penas infernales, Lavater se declara decididamente contrario al dogma. En el centro del cosmos espiritual y moral, Lavater ve la figura de Cristo, que es concebido por él no tanto como redentor de la humanidad pecadora o como el maestro de verdades eternas, cuanto como, en cierto sentido, el mediador entre Dios y el hombre, y como el amigo del alma. Remitiéndose al pensamiento paulino y al neoplatonismo cristiano, él celebra al Verbo como el creador del mundo y del hombre y como la inagotable fuente de vida para todos los infinitos seres que pueblan el universo, los cuales sólo por él y en él tienen su verdadero ser y de él esperan su regeneración. Un infranqueable abismo separa al hombre de Dios; sólo adecuándose al Cristo, el cual es «la más parlante, la más viva, la más perfecta imagen del Dios invisible», la criatura puede alcanzar la esfera de lo divino.
El único camino de perfección es, por tanto, la «imitatio Christi». La bienaventuranza consistirá en «beber» el esplendor de la viva luz eterna que emana del Verbo, para hacernos dignos de participar con él en la obra divina de la creación y de la redención. Como el cuerpo humano está gobernado y vivificado por el alma, el universo lo está por Cristo, modelo eterno de toda belleza creada y espejo de toda virtud. Transportando las ideas desarrolladas por Leibniz en los Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano (v.), del campo de la psicología y de la metafísica al campo de la especulación religiosa, Lavater pone en el centro de su indagación el problema de la individuación. Aun participando toda alma de la vida divina y reflejando en sí casi todo el universo, en cada una el rayo de la eterna luz se refleja diversamente. La sociedad de los bienaventurados constituye un cuerpo orgánico único, cuya cabeza es Cristo.
Desde la cabeza, la vida fluye a cada uno de los miembros, los cuales se comunican unos a otros el fuego de caridad que los anima, apresurando con el deseo y la obra, el advenimiento del Reino de Dios en el mundo. El tema ideal de las Visiones es la reivindicación de la dignidad del hombre. Frente al materialismo, Lavater afirma la naturaleza inmaterial y el origen divino del alma, intentando investigar los eternos destinos. Donde la razón se detiene dudosa y calla también la voz de la Revelación, habla en Lavater el corazón del creyente, que sabe que interpreta las más profundas aspiraciones de otros infinitos corazones. Aunque no faltan en el conjunto de esta obra los elementos racionalistas — y Goethe no dejó de ponerlos en claro en su recensión publicada en la «Frankfurter Gelehrte Anzeigen» —, el sentimiento y la intuición son para Lavater como para Hamann y para Herder el verdadero órgano de la fe. Pero tampoco la intensidad de la vida afectiva es buscada por Lavater como fin en sí mismo, como lo es a menudo entre los pietistas y los románticos, sino como condición y medio de aquel apostolado de amor en que se resume toda la vida del cristiano.
En la historia espiritual de Alemania la obra de Lavater se muestra como la primera tentativa de conciliación en armónica síntesis de las tres tendencias fundamentales de la época prerromántica: la religiosidad pietista, el activismo ético y el humanismo platonicocristiano.
C. Grünangek
¿Por qué no es más conocido ese espíritu tan ardiente y delicado, de quien Goethe decía que era «insustituible», y que Novalis leía en sus últimos años? (A. Gide)