Virginia, Vittorio Alfieri

Tema siempre muy celebrado del teatro neoclásico, la suerte de la heroína romana y las consiguientes alternativas políticas forman también el argumento de una de las más notables tragedias de Vittorio Alfieri (1749-1803), Virginia, ideada en 1777 y pu­blicada en 1783.

Es la cuarta tragedia de Alfieri, y la primera de las que llamó «tra­gedias de libertad», por su más explícito carácter político. Y verdaderamente la Virginia es en este respecto una obra típica, en la que Alfieri presenta su ideal político encarnándolo en seres ejemplares y poniendo como fondo de estos personajes la grandiosa imagen de Roma, momentáneamente ensom­brecida por la servidumbre, pero destinada a volver a ser la «ciudad» por excelencia, símbolo de las virtudes cívicas. Un verso, «La majestad del pueblo de Roma», com­pendia todo el espíritu de la tragedia; de aquel pueblo, por algún tiempo olvidado de sí mismo, son representantes Virginio, el valeroso soldado, y su esposa Numitoria, su hija Virginia (v.) y su prometido Icilio, el implacable tribuno enemigo de los decenviros. Frente a esta familia está, perso­nificación del antiideal del poeta, Apio, pri­mero de los decenviros, que ha empleado todos los medios para sojuzgar y envilecer a los romanos y ahora proyecta hacer recla­mar a Virginia como esclava de su cliente protegido Marco, para satisfacer su lujuria, y más aún para demostrar su omnipotencia y humillar a sus indomables adversarios que son Virginio e Icilio.

Siguiendo el relato de Livio, Alfieri puede cómodamente hacer resaltar la magnanimidad de sus héroes: de Virginio, cuya frente está cargada de tris­teza, pero que está dispuesto a intentarlo todo en defensa de la patria; de Numitoria, que vence su debilidad de mujer y de ma­dre para enfrentarse al tirano; de Icilio, cuya palabra encendida descubre las llagas del régimen decenviral; de Virginia, pronta antes de la catástrofe al sacrificio («Y si para despertar de su letargo a Roma/hoy es, pues, fuerza que la inocente sangre/ pero aún no contaminada, corra,/padre, es­poso, herid: he aquí el pecho»). Una inten­tona de Icilio de oponerse a Apio con las armas falla, y el tribuno muere comba­tiendo. Apio cree haber vencido definitiva­mente, y entre el silencio de los ciudadanos espantados, proclama la sentencia que de­clara a Virginia esclava; pero Virginio, pi­diendo abrazar por última vez a su hija, la mata, y su gesto subleva al pueblo, que se insurrecciona. Escena grandiosa, la más poética de la tragedia. Pero más que obra de poesía, Virginia es una obra polémica, elo­cuente y apasionada, y, como tal, conserva todavía hoy su innegable eficacia.

M. Fubini

Hay, pues, en la tragedia alfieriana un espíritu de vida aue esculpe las situaciones, enfoca los sentimientos, funde las ideas, lle­na con su calor el mundo circundante. Hay sin duda dentro de ella el hombre nuevo, solitario, desdeñoso de sus contemporáneos, y que, a pesar de todo, se impone a sus contemporáneos, despierta la atención y la simpatía. (De Sanctis)

*    Una tragedia Virginia sobre el mismo asunto escribió en 1820 el escritor inglés James Sheridan Knowles (1782-1862), con­siderada como su obra maestra; otra tam­bién titulada Virginia de Isidore La Tour de Saint-Ybars (1810-1891) fue publicada en Francia en 1845.