En forma de carta a los «monjes extranjeros», San Atanasio (295-393), obispo de Alejandría, narra la vida de San Antonio, un anacoreta copto que pasó en el desierto su larga existencia.
San Atanasio declara haberle conocido personalmente, y primero narra su juventud con las muchas y difíciles luchas sostenidas contra los demonios tentadores, y después refiere-una larga exhortación de él a los cristianos, a los cuales da reglas y consejos de vida ascética; finalmente habla de la segunda parte de su larga vida, de la perfección cada vez mayor a que aspiró, de los medios con los cuales consiguió alcanzarla y de sus extraordinarios milagros. El propósito de esta obra es más edificativo que histórico: en San Antonio, San Atanasio describe un tipo ideal de asceta que no sólo ha servido de modelo a la rica literatura posterior acerca de ese tema, sino que ha favorecido eficazmente la difusión del monaquismo.
En esta obra, con las más elevadas instrucciones de vida ascética, se mezclan con vivacidad pintoresca las descripciones de las luchas contra demonios que se le presentan en los más terroríficos aspectos de fieras, y se siente viva la presencia del espíritu esencialmente activo de San Atanasio cuando, además del perfecionamiento interior del santo por medio de la contemplación, describe los milagros que hace para bien de sus semejantes y, sobre todo, su regreso a Alejandría durante la persecución de Maximino, para ofrecer su obra a sus correligionarios. No faltan alusiones a la ortodoxia de San Antonio y asomos de ataques contra las herejías que San Atanasio combatió más vivamente en sus demás obras.
A la construcción de las figuras de San Antonio han contribuido también diversos elementos filosóficos, sobre todo cínicos, neopitagóricos y estoicos, recuerdo de los estudios filosóficos a los cuales San Atanasio se dedicó con provecho en los años de su juventud. De la autenticidad de la Vida se ha dudado equivocadamente; es uno de los escritos más notables de la literatura cristiana del siglo IV, y obtuvo en seguida gran fortuna; ha llegado hasta nosotros una traducción latina de ella hecha en 388 por Evagrio, obispo de Antioquía, y una traducción siria, también muy antigua.
C. Schick