[Vie de Jeanne d’Arc], de Anatole France (François-Anatole Thibault, 1844-1924), publicada en 1908; es su única obra histórica que se conserva digna de memoria por la solidez de la erudición; pero, sobre todo, por la idea que la informa Insistiendo en cierta manera, a casi medio siglo de distancia, en la tentativa de uno de sus maestros espirituales, el famoso Renán de la Vida de Jesús (v.), el autor se propuso reducir a la mínima expresión, cuando no suprimir, la parte «sobrenatural» en la maravillosa aventura de la Doncella de Orleáns, procurando llegar punto por punto a una explicación de sus empresas, no partiendo de la leyenda que las desfiguró, sino basándose en elementos rigurosamente documentales. Y esto por medio de una extensísima información erudita, de una paciente y minuciosa reconstrucción del momento político, del ambiente social, de la mentalidad y de las personas de la época.
La narración se desarrolla, pues, en dos densos volúmenes de unos 30 capítulos, llena de citas y digresiones, pero animada por sabrosos y curiosos episodios, intercalada de breves discusiones y convertida en agradable e interesante a pesar de la abundancia de referencias documentales, por la admirable maestría de un genial narrador. Según France, en conjunto, la inspiración y los arrebatos místicos de Juana de Arco fueron hábilmente aprovechados por el rey y por algunos de sus oficiales para reanimar al pueblo de Francia, y muchas de sus acciones guerreras le fueron sugeridas por expertos hombres de armas que aparentemente formaban su séquito, pero que, en realidad, dirigían su conducta, dentro de los límites de lo posible. Esta audaz reducción a un común denominador racional no es llevada a cabo sin deformaciones y se ha observado que France, cayendo en el mismo defecto de la escuela histórica de su tiempo, a menudo se esfuerza en hacer decir a los documentos más de lo que parecen contener. Su trabajo, si bien no del todo convincente, en conjunto es fundamental.
Por otra parte, la figura de Juana, incluso en este esfuerzo de reducir dentro de lo posible el mágico y celestial halo que la rodea, nada o bien poco pierde de su sugestión heroica, adquiriendo ante el delicado rigor de la exposición (especialmente en toda la historia del proceso y de la condena) una nota de patética humanidad, de la cual ciertamente se acordó Shaw en su conocidísimo drama. M. Bonfantini