[A Sentimental Journey through France and Italy]. Breve obra de Laurence Sterne (1713-1768), que quedó sin terminar por la muerte del autor, y publicada el mismo año de ella.
Con el pseudónimo Yorick, usado por él en otros trabajos, Sterne recoge y expone recuerdos e impresiones de viaje, declarando, después de haber enumerado las diversas categorías de viajeros, que él pertenece a la de los viajeros sentimentales, es decir, de los que se complacen en observar sosegadamente y abandonarse a los diversos afectos que personas y cosas pueden inspirar. Hallamos, pues, en su libro largas descripciones o consideraciones históricas o políticas, pero más a menudo figuras, caracteres, episodios humorísticos y graciosos. En Calais encuentra a un franciscano, y propenso como está, por prejuicio anglicano, a considerar a los frailes como gente ociosa y nada más, le niega la limosna; pero el aspecto bondadoso y venerable del monje lo deja conmovido; por lo que, al volverlo a encontrar, se muestra arrepentido y enmienda su descortesía.
Encuentra también a una señora, noble de nacimiento y de sentimientos, y Yorick, fácil en admirar la belleza femenina, espera tenerla por compañera de viaje y oírle contar la historia de sus desventuras. Esto no ocurre por la llegada del hermano de ella, y nuestro viajero queda un poco desilusionado, y el lector con él. Toma después como criado a un ex tamborilero, La Fleur, vivaz figurón, y con él prosigue el viaje. Está felizmente descrito un grupo de mendigos, entre los que aparece un «pobre vergonzante»; es conmovedor el episodio del asno muerto, llorado ardientemente por un infeliz anciano que lo ha tenido por compañero en una peregrinación votiva a Santiago, en España. En graciosos capítulos Yorick refiere las galantes conversaciones tenidas durante su estancia en París con una mercera y con una camarera joven y honrada. Él ha de dominar alguna tentación, pero triunfa de ella heroicamente.
En tanto, está a punto de ser enviado a la Bastilla porque, al dirigirse a un país que se halla en estado de guerra con la Gran Bretaña, se ha olvidado de proveerse de pasaporte. Intenta animarse con pensamientos filosóficos contra el temor de la prisión; pero se lo aviva más todavía el grito de un estornino enjaulado: «No puedo salir». Afortunadamente consigue procurarse el precioso documento, gracias a las gestiones de un caballero apasionado admirador de Shakespeare, y por ello inclinado a simpatía hacia Yorick. Sabrosos capítulos hallan su tema en cuadritos de vida, reflexiones sobre costumbres francesas: bien dibujados un pastelero ambulante, veterano de guerra y socorrido después por el rey; un caballero bretón que, reducido a la pobreza, se labra una fortuna dedicándose al comercio en las Antillas, y regresa a Rennes a reclamar su espada allí depuesta; un mendigo que sabe enternecer a las señoras con la adulación. Con ella aprende también Yorick a ganarse el favor de nobles personajes, en comidas y convites, hasta que, ya cansado de sostener aquel papel, deja Paría.
Páginas tristes y afectuosas son después dedicadas a María, una jovencita que ha enloquecido por amor; es un gentil cuadrito la cena en casa de los campesinos de Saboya. El último capítulo queda suspendido, y suspendido en un punto bastante delicado y escabroso. Sea como fuere, el autor no pudo continuar su narración y describirnos sus experiencias de Italia. Sólo por “incidencia se alude en un capítulo a una aventura que había tenido en Milán con una marquesa F. (Fagnani muy probablemente) encontrada en un concierto de «Martini» (Sammartini). Por el testimonio de La Fleur sabemos que varios episodios (por ejemplo, el asno muerto, la pobre María) son sacados de la realidad. El Viaje sentimental, que refleja el siglo XVIII en varios aspectos suyos, como la admiración por la «Naturaleza» y por la «Virtud», no desprovista de su poquito de galantería, agradó todavía más que la Vida y opiniones de Tristán Shandy (v.), que le había precedido. Es, en efecto, una pequeña obra maestra de sosegado humorismo, levemente melancólico. [La primera traducción española anónima aparece en Madrid en 1843. Posteriormente la de Diego Alejandro Douse (Madrid, 1890)].
E. di C. Seregni