Entre las numerosas variaciones y fugas para orquesta, órgano y piano, de Max Reger (1873-1916), es menester recordar, sobre todo, las Variaciones y fuga sobre un tema de Hiller, op. 100 (1906-1907), y las Variaciones y fuga sobre un tema de Mozart, op. 132 (1906), ambas para orquesta, que en el cuadro de la producción del maestro alemán son significativas porque declaran deliberadamente el empeño formal y constructivo que impregna todo el arte de Reger y porque descubren mejor algunos puntos de partida de ese arte (sobre todo las composiciones organísticas de Bach y de los contrapuntistas flamencos).
Por otra parte, la armonización clásica, que iba experimentando hacia fines de siglo, especialmente con el Tristán e Isolda (v.), una íntima disolución que desembocaría en los libres agregados sonoros de Debussy, halla en Reger un punto crítico. En estas dos Variaciones para orquesta, esa crisis aparece más evidente que en otras obras suyas, y por esto presenta también un notable interés crítico e histórico. Reger aspira aquí a dar al material sonoro una línea neta, una homogeneidad tonal y un empuje constructivo; así, su manera de disgregarse y fragmentarse en las más pequeñas alteraciones y, por consiguiente, el incesante impulso hacia las desviaciones modulatorias más completas (el llamado «cromatismo» típico del romanticismo extremado), quedan refrenados e implicados en un discurso musical claro y coherente.
Hasta el modo de concebir las variaciones revela en Reger un espíritu más moderno, por ejemplo, que el de Brahms. Pero el tema, en vez de ser desarrollado según los procedimientos clásicos, acaba por fragmentarse (como se hace evidente también en las Variaciones, op. 73, para órgano), y sólo sencillas insinuaciones rítmicas y armónicas del mismo se ramifican y se entretejen en un firme juego contrapuntístico que, a menudo, por su excesiva abundancia, crea una densa penumbra donde, en definitiva, las ideas pierden luz y forma. La línea general regeriana es — según el gran modelo de J. S. Bach — un sucederse de arquerías ascendentes, de espíritu gótico; desde los «registros» más bajos, por medio de líneas ondulantes de perfil más o menos marcado, hasta los más altos, donde las alternativas se resuelven en una apoteosis de riqueza sonora barroca, o bien, como en la Variación y fuga sobre un tema de Telemann, op. 134, para piano, se ciernen en un delicado y aéreo tejido de meditada y sutil atmósfera poética.
G. Graziosi