Una Dama me Ruega que yo Explique, Guido Cavalcanti

[Donna me prega, per ch’io voglio dire]. Canción de Guido Cavalcanti (1260?- 1301), quien teoriza escolásticamente el con­tenido del pensamiento que ha sido arran­que de su poesía, determinando el tono y el acento.

A ruegos de una señora se dis­pone a tratar de una pasión («accidente») imperiosa y violenta, pero tan noble que es llamada amor. Hablará para aquellos que saben abstraer de lo sensible la reali­dad inteligible, no para quien vive sólo en los sentidos. Sobre fundamento metafísico («natural demostramento», demostración ra­zonada), dirá: dónde radica el amor y quién lo hace pasar de potencia a acto («lo fa creare», lo hace crear); cuál es su perfección intrínseca («virtü») y su efica­cia activa («potenza»); cuál su naturaleza operante («essenza», esencia) y los efectos que derivan de él; el placer que lo hace llamar «amor», y si es posible hacerlo pre­sente a la vista. Son cuatro preguntas, las dos primeras relativas al amor como po­tencia, las otras relativas al amor como actividad; y a cada una de ellas está dedi­cada una estrofa. Como un cuerpo diáfano se hace radiante por la luz que lo atraviesa, así el amor, aquella primera turbación y tormento del apetito sensitivo, se hace pre­sente en la parte del ser espiritual donde está la memoria, y permanece allí.

Dicho amor postula una causa; se denomina por el contenido de la sensación («sensato», sentido); y es una natural disposición del alma y movimiento de la voluntad. Su cau­sa es la idea que vive en la cosa («veduta forma», forma vista); la cual, abstraída de las notas individualizadoras inherentes a lo sensible, se hace verbo mental («intenzione»), que ocupa el lugar en el in­telecto posible; y allí, sin el menor esfuer­zo se convierte en objeto del pensamiento y vida del mismo pensamiento: acto últi­mo de intelectualidad, que no puede dar la menor imagen de sí mismo. El amor no es virtud, pero se le considera como vir­tud en cuanto es perfección de la facultad de apetito y principio de la acción libremente voluntaria. Plenitud afectiva, que se convierte en peso de la voluntad, el amor hace enfermar la actividad de dis­cernimiento y de juicio, porque el verbo mental («intención») que el sujetó se ha dado, es la razón de su inclinación o ten­dencia. Discierne mal aquel que se dirige a la cosa, amando la propia idea subje­tiva. El rapto, que el sujeto experimenta en sí mismo en virtud de dicha idea, es de tanta eficacia que se produciría la muerte, en cualquier momento en que se truncase la razón práctica bajo cuyo dominio están colocados los apetitos. No porque un rapto así sea contra naturaleza, sino porque, quien lo viva, no puede decir lo alejado que está de la verdadera felicidad («buon perfetto», el bien perfecto), que es obrar según razón.

El enamorado de la idea es como quien ha perdido el juicio. Pasando ahora al campo de la actividad, Cavalcanti declara que el amor-tendencia («esse amoris») es una voluntad intensa que sobre­pasa los límites de la naturaleza. Puesto en movimiento no concede el menor reposo. Hace cambiar de color, suscita risa o llan­to, vuelve tímido y asustado. Pero esto no dura largo tiempo: y se produce principalmente en las almas generosas. Tal nueva perfección («qualitá», calidad) del amor, lleva al amante a los suspiros y exige que se fije («in non formato loco», en lugar no formado) en la idea conocida en viva relación con el objeto. Vida de su pensa­miento, acompañada de irritada melanco­lía, que estalla en furor. Y todavía dicha perfección exige que el amante no se mue­va bajo los dardos de la belleza individual que le fascina, ni se aleje de ella, sin poderla empero agarrar conceptualmente ni hacer objeto de ciencia. Por semejanza de naturaleza («complessione») el amor pro­cura una mirada de recíproca complacen­cia; y entonces no puede guardarse oculto y es «el amar». Las beldades esquivas no son el dardo que choca y hiere, porque el amor se vuelve cauto con el temor. Quien ha sido tocado por la belleza revela la bondad que le anima. El amor no puede verse sensiblemente; se deduce su existen­cia por la palidez del rostro. De hecho, el ser espiritual («forma») no es objeto de aprehensión sensible; y mucho menos el amor que procede de él. Accidente en sus­tancia, el amor no es apariencia sensible; no posee el ser en sí mismo: es pasión os­cura que raramente se manifiesta por se­ñal descubierta. De este amor nace el mé­rito que lo justifica en sí mismo.

El poeta, que ha repartido el argumento en cuatro estrofas, subdividiéndolo en cada una se­gún el razonamiento y según la rima, ter­mina su canción, toda ella en endecasí­labos con amplia abundancia de rimas internas, y le asegura buena acogida de las personas que tienen entendimiento: «Di star con l’altre tu non hai talento» («con las otras estar no te apetece»). Admirada como síntesis doctrinal y objeto de comentarios desde la época del autor hasta el Renaci­miento, esta canción capta conceptualmente la experiencia amorosa de Cavalcanti como sed inagotable de belleza en su existencia individual; una belleza, en sí, contempla­da con maravilla y estupor, con tormento y con alegría, y amada en sí misma como pura entrega lírica a la plenitud del sen­timiento que se complace de ello. Idea­lismo estético, que coloca a Cavalcanti en una línea distinta a la de Guinizelli y el Dante, para los cuales la misma belleza es en la criatura una participación analógica de la belleza de Dios creador (v. Mujeres que de amor tenéis entendimiento).

M. Casella