[Experiment in Autobiography]. Obra del escritor inglés Herbert-George Wells (1866-1946), publicada en 1934. Este libro, que se presenta como una novela, y quizá como la mejor de las novelas de Wells, es notable por su sinceridad (sobre todo en los primeros capítulos) y por la discreción del autor, que sabe en todo momento evitar la apología heroica.
Se inicia la obra con la evocación de una juventud difícil, entre un padre que era jardinero y una madre, mujer de su casa, que soñaba con una condición mejor para sus hijos, sin haber podido llegar a hacer de ellos más que unos aprendices de un negocio de tejidos. Wells no se deja arrastrar por la tentación de recriminar las circunstancias adversas; con humor sabe sacar lo mejor de lo peor. La ascensión no fue fácil ni mucho menos, y Wells perdió su empleo más de una vez. A los veinticinco años había pasado lo más duro y la celebridad tan pronto adquirida impidió a Wells ser un amargado; al contrario, le parecía que todo el mundo marchaba, al mismo tiempo que él, hacia una época idílica, liberada de la ignorancia y de la miseria. Tal es, por otra parte, el punto de vista característico de esta autobiografía. Lejos de presentarse como un ser extraordinario, Wells se complace en repetir que él no es nada más que un hombre común y normal, que por haber tenido la suerte de nacer con la instrucción pública, el apogeo del liberalismo y la gran prensa, se vio llevado por el movimiento general de la sociedad. El joven intelectual no escapó a las emociones amorosas, experimentó una vehemente pasión por su sensual prima Isabel, pero fue en Catalina, una alumna suya, en quien encontró la compañera irreemplazable.
Los pasajes más interesantes de la obra son ciertamente aquellos en que el joven novelista, ya célebre, relata sus primeros encuentros con las diversas corrientes intelectuales que agitaban la Inglaterra de la última época victoriana, época de proyectos utópicos, aceptados con la más ferviente y generosa pasión, de quienes no tienen la menor duda de que puedan ser realizados. Esta juvenil confianza no abandonó al «ciudadano del mundo» en que Wells se había transformado. Su utopía tecnocrática, que debía reunir a financieros y técnicos para asegurar la perfecta organización del mundo, tomó visos de una auténtica religión. Ningún choque hubiera sido tan fuerte para él como el que aquella fuese desmentida, y Wells, al envejecer, no dudó jamás del próximo advenimiento de un mundo regenerado por la fraternidad de las clases. Con razón se sitúa a lo largo de toda su obra como testigo de su tiempo: él pertenecía a esa generación que estaba persuadida de que el paso del liberalismo al socialismo, se podría realizar sin explosiones revolucionarias.