[La Turandot]. Obra teatral de Carlo Gozzi (1720-1806), estrenada en Venecia en 1762. El asunto funde los motivos de algunos cuentos de la colección persa Mil y un días.
La hermosa princesa misántropa Turandot (v.) promete su mano a quien consiga resolver tres enigmas; quien no acierte será degollado. Se presenta Calaf, príncipe destronado, quien resuelve los enigmas; pero emocionado por el dolor de Turandot, le dice que está dispuesto a renunciar a su premio, si ella consigue adivinar su nombre. Turandot manda encarcelar al padre y al ministro de Calaf, pero no logra saber nada. Se presenta entonces al príncipe una esclava de Turandot, Adelma, que se enamoró de él desde que, siendo una princesa, lo tuvo en su Corte, y trata de persuadirle a huir con ella. Calaf resiste, pero deja escapar su nombre, que Adelma revela a Turandot; ésta gana, pero ahora, enamorada ya del príncipe, se casa con él. En La Turandot, la seriedad dramática que Gozzi se había propuesto es solamente intencional, rica en motivos con los que se solazó más tarde el gusto de sus admiradores románticos.
No carece de noble elocuencia la soberbia majestad de Turandot, el caballeroso patetismo de Calaf, la violenta pasión de Adelma, pero no hay ni verdadero sentimiento, ni poesía. El amor de Calaf es una exaltación retórica, y la metamorfosis de Turandot tiene un desarrollo psicológico demasiado insuficiente. Las Máscaras, que con su comicidad realista debían servir de irónico contrapunto, parecen intrusas y desentonadas. Sin embargo, la acción está conducida hábilmente, y no faltan escenas de gran efecto teatral, como la de los enigmas y el final. Turandot fue traducida al alemán por Friedrich Schiller, y en esta traducción la llevó a la escena Goethe en el Teatro de Weimar.
E. Rho
Crear un mundo de imaginación, cuando precisamente se hacía la guerra a la imaginación, en nombre de la ciencia y de la filosofía, significaba andar hacia atrás. (De Sanctis)
Tanto en cuanto poeta como en cuanto hombre de fantasía, podía levantarse de la realidad sólo por pocos minutos, para volver a caer- cansado; estaba lleno de aspiraciones e ideas: dramas maravillosos, bellos y grotescos, aleteaban delante de él, sin que fuera capaz de aferrarlos, como aquel violinista incapaz de reproducir la exquisita sonata que en sueños oyó tocar al demonio. Gozzi, como toda mente imaginativa, veía en todas las cosas más de lo que en efecto contenían; pero, al contrario de lo que haría un gran artista, no sabía sacarles aquel no sé qué, y hacerlo suyo. (Vernon-Lee)