[Tombeau de Couperin]. Esta obra de Maurice Ravel (1875-1937) fue esbozada en el transcurso del mes de julio de 1914. Es un monumento construido por Ravel a la gloria del viejo maestro francés del clavicordio. La obra no fue completamente realizada hasta varios años después, y se dio en primera audición en 1918, por Marguerite Long, en la «Société Nationale de Musique».
El éxito fué inmediatamente considerable y el Tombeau ha sido desde entonces una obra cuya celebridad jamás ha sido desmentida. Cada una de las seis piezas que la componen fue dedicada por Ravel a la memoria de un joven muerto sobre el campo de batalla, durante la guerra 1914-1918. La «suite» se abre sobre un preludio de tema único en la tonalidad de «mi menor»; se ofrece aquí una melodía sumamente expresiva, llena de calma, sin rigor. Clásicamente, la fuga a tres voces en «mi menor» sigue a este preludio y da el ejemplo de una escritura notablemente equilibrada y delicada: una gran precisión unida a una impresión de gran libertad. La «Forlane», siempre en «mi menor», refleja un carácter de gran elegancia y distinción.
Está seguida del «Rigodon», en «mi menor» también, danza graciosa, ritmada, centelleante de vida e inteligencia, con el ritmo siempre poderoso y lleno de arrebato. Es una de las mejores páginas de esta obra, sin embargo muy igual. El «Minuetto» en «do mayor» aporta su gracia y su encanto con arrebatadoras sonoridades, a veces voluntariamente afectadas, y, sin embargo, de una simplicidad aristocrática.
Sabias armonías lo embellecen discretamente y las sonoridades tienden a morir en un decrescendo muy progresivo. El final, la célebre «Toccata» en «sol mayor», está dedicado a la memoria de Joseph de Marliave, eminente musicólogo y esposo de la creadora, Marguerite Long. En esta «Toccata» se da libre curso a la invención de los procedimientos pianísticos. Un ritmo alerta, vigoroso y pleno de animación la recorre de punta a cabo, e incluso el arrebatador pasaje expresivo, en la tonalidad de «fa sostenido», está marcado por este ritmo que no abandona en ningún momento sus directrices. Pianísticamente la «Toccata» contiene grandes dificultades de ejecución; pero, en compensación, muestra un notable sentido de precisión instrumental y la utilización de las dos manos en intervalos muy regulares sobre teclas muy próximas. Tras el pasaje en «fa sostenido», la animación crece cada vez más y, después de haber abandonado el dominio del misterio, estalla al volver a tomar el tema para acabar en un crescendo absolutamente deslumbrante y de una gran elevación. El conjunto de la «suite» es una de las obras más felices de toda la música francesa de piano y merece figurar entre las obras maestras de la literatura pianística. Es preciso notar que Ravel ha hecho una magnífica trasposición de esta «suite» para orquesta; solamente la «Fuga» y la «Toccata» no figuran en ella.