Triunfo de la Muerte, Gabriele d’Annunzio

 [Trionfo del­la morte]. Tercera y última de las Novelas de la Rosa [Romanzi della Rosa], de Ga­briele d’Annunzio (1863-1938), publicada en 1894. La «rosa» es el tema de la volup­tuosidad, el mismo del Placer (v.) y del Inocente (v.); aquí logra su desarrollo más intenso renunciando, como el autor declara en la dedicatoria, al empeño de construir una fábula bien compuesta, como en el Inocente.

Todavía más que en el Placer, aquel estado de ánimo alucinado y som­brío aparece en primer término. El protagonista de la nueva novela, Giorgio Aurispa, es otra reencarnación del Andrea Spe­relli del Placer, y como él, cínico, sensual, egoísta, moralmente inerte y desesperada­mente consciente de su propia insuficiencia moral, dominado por una pasión sexual hacia una mujer, Ippolita, que le anula toda fuerza de inteligencia y de voluntad. Su desesperación carnal se manifiesta primeramente en forma de celos, tanto de los demás hombres que puedan desear a la mujer, como de los más fugaces pen­samientos de ésta, que sigue siéndole ex­traña a pesar de su proximidad; desde las primeras páginas del libro alienta, como única salida, en el seno de tal desesperación, una sugestión de suicidio y de muerte. En vano intentará Giorgio distraer su espíritu con otros afectos; en la misma casa paterna todo le repele, aparte la invita­ción mortal que surge del recuerdo de un tío suicida. La vida en común con la mu­jer amada, si calma su desesperación en cuanto a celos, la agudiza como tormento; para sustraerse a tal estado no queda otra solución que librarse de la mujer.

Pero en vano intenta Giorgio su liberación en una tentativa de misticismo religioso y racial, entregándose a la multitud idólatra de Casalbordino, en vano intenta refugiarse en la música; de todo ello no obtiene más que disgusto físico o conmoción espiritual, pero en una forma u otra, invitación a la muerte. Así lleva a efecto su propósito homicida y suicida, arrojándose, atado a la mujer, por un precipicio. Construida a base de un largo contrapunto de estados de áni­mo alegres y sombríos, esta novela consti­tuye el máximo esfuerzo de D’Annunzio por «construirse» psicológicamente; con­cuerda con este esfuerzo el tono general del libro, en el que el sentido de la muerte no cede nunca ante el sentido de la volup­tuosidad, ni viceversa, especialmente en las páginas referentes a la casa paterna, en el episodio de Casalbordino, que recuer­da, con alguna influencia zoliana, las pági­nas más feroces del San Pantaleón (v.), y siempre que aparece el tema de la angustia mortal.

Para una más completa y verda­dera liberación en el arte falta, sin embar­go, el sentido de un efectivo (y moral) distanciamiento por parte del poeta de los estados de ánimo representados, que quedan menos representados que dichos; turbia­mente volverá de continuo a ellos, pero sin considerarlos nunca desde un punto de vista más elevado. Por esto la línea que sigue la novela es más consecuente en un resumen que en el texto; los episodios se suce­den unos a otros irresistiblemente descritos, cada uno desarrollado en un círculo com­pleto en sí mismo, sin contacto con lo que le sigue y le precede; el estilo, rotundo, fastuoso y lleno de amplias cadencias, con­tribuye a su vez a desatar en un ritmo nivelador el resentimiento doloroso de los estados de ánimo descritos. No obstante, aparte de episódicas bellezas y pesadeces, el libro deja una impresión fuerte, y su tono sordo y sombrío no se olvida fácil­mente.

Es curioso que, precisamente en este libro, en el que se trata de un neurasténico y de un derrotado, se encuentra por vez primera, desde la dedicatoria, la exaltación del Superhombre anunciado por Nietzsche; exaltación que se realiza de un modo neta­mente dannunziano, es decir, sin resonan­cias éticas, hecho sólo de una egoísta y violenta afirmación de sí mismo. [Trad. es­pañola anónima (Barcelona, s. a.)].

E. De Michelis

Lánzase en el océano de las sensaciones; y cuando no nada plácidamente, cuando se debate para flotar o cree asirse a una tierra firme o una isla, aferra solamente una ola más alta, que lo arrastra más allá. La elevación moral será en él una oscura nostalgia, la esperanza de una dulzura dis­tinta de las dulzuras ya probadas; pero él no logra nunca poseerla, y ni siquiera en­treverla o presentirla. (B. Croce)

Con todas sus debilidades, la obra de D Annunzio pertenece a la historia del arte, y consiguientemente a la historia del espí­ritu, no a la anecdótica de las parodias que el espíritu intentó de sí mismo. (G. A. Borgese)