[Trionfo di Bacco e Arianna]. Es el más bello de los «cantos carnavalescos» de Lorenzo el Magnífico (1449-1492), y la más universalmente famosa de sus obras, hasta el punto de que es imposible hablar de aquella edad «de Pericles» florentina sin citar, como símbolo de su brevedad y felicidad, los versos de su príncipe y mecenas. La canción es hermana de la de Poliziano sobre el mes de mayo, por su ligereza y jovialidad y por su sentimiento de lo efímero de la vida y la invitación a saciarse de amor.
En ambas aparece una sombra de melancolía; más acentuada en la obra del Magnífico, porque en ella sentimos un ansia y una — llamémosla así — amarga filosofía. «Nadie se alimenta del mañana». Es el tema antiguo del «carpe diem», pero aquí se advierte un frenesí que parece ser producido por un presentimiento. Hay como una sombra de los ásperos reproches de Savonarola, dentro de aquella danza loca y sin tregua. Con todo, no debemos cargar de excesivo significado estas estrofas de octosílabos. Pasa un «trionfo», es decir, una carroza de máscaras con disfraces mitológicos: Baco, Ariadna, sátiros, ninfas, Sileno, Midas; tan pronto ha pasado, el poeta (voz de la muchedumbre que con la mirada sigue el placentero espectáculo) se detiene a dar la fatalista conclusión de tanto deleite: «lo que ha de ser conviene que sea». En el aire flota todavía el estribillo de la canción, la moral en música, que es un pasaje bello y célebre: «¡Cuán bella es la juventud,/ aunque huya! Quien aspire a ser dichoso, séalo ahora :/no hay certeza del mañana».
F. Pastonchi
Lorenzo el Magnífico fue un poeta de afectos, de arte y de artificio; lírico y narrador, elegiaco y satírico, filósofo y popular… siempre rico de formas, de imágenes y de melodías variadísimas; unus veces obligando al endecasílabo a adoptar el ímpetu de la alegría; otras ajustándolo para que realce la delicadeza de un pensamiento; y los heptasílabos y los octosílabos van surgiendo, alternándose para crear muchas y siempre nuevas armonías. (Carducci)