El mismo asunto fue nuevamente tratado por el poeta norteamericano Edwin Arlington Robinson (1908-1936), en el breve poema Tristram, publicado en 1927.
Como hizo ya en Merlín (1917) y en Lancelot (1920), Robinson volvió a las leyendas artúricas, tratándolas según el sistema de un minucioso análisis psicológico, con monólogos y diálogos que se aproximan sumamente al psicoanálisis. Lo mismo que con Lancelot, este poema toma como motivo la renuncia considerada como medio para ennoblecer la consumación de las pasiones. También en este caso, la trama, que repite el bien conocido episodio de Tristán e Isolda, es desarrollada con una delicadeza y una penetración dé las situaciones y de la psicología de los personajes como la que es más frecuente encontrar en los romances que en la poesía narrativa. A diferencia de Tennyson, que entonó, por decirlo así, el idealismo de Malory (fuente común de todos los poetas de lengua inglesa que han tratado las leyendasi artúricas) a los ritmos del liberalismo Victoriano, Robinson conservó los temas fundamentales del romance medieval — amor, amistad y aventura — junto con el encanto del arte de Malory y de Spenser y, al mismo tiempo, los temas proféticos de Tennyson — «el centelleo», «the gleam», y el viejo mundo que se transforma —, pero lo ambienta en un mundo que pone en duda todo idealismo.
En Robinson «el centelleo» tennysoniano se convierte en algo demoníaco más que divino, y constituye el móvil y la norma de sus héroes, el demonio individual y la percepción de la realidad. Si para Gawaine había sido un odio desenfrenado, a la vez que justificado, lo que arruina el universo, y para Merlín la previsión de un pensador que concibe el fin de un reino basado en el feudalismo, para el rey Marco del Tristán — que es el rey Marco más completo de toda la tradición artúrica — representa el descubrimiento de que «eros» es irresistible incluso cuando su pasión quisiera resistirlo. Naturalmente, el método psicológico de Robinson, aplicado a las leyendas artúricas, provoca un efecto algo anacrónico, que el autor no logra evitar y constituye el elemento menos logrado y persuasivo de estos pequeños poemas.
B. Ceva