Tristán, Thoman Mann

[Tristán]. Novela corta de Thoman Mann (1875-1955), publicada en 1902, que entre las obras narrativas menores del célebre escritor alemán, siempre se distin­guió por sus méritos de estilo, y hoy se puede considerar tanto como un estudio para la última parte de Los Buddenbrook (v.), como un bosquejo para la Montaña mágica (v.); de la primera obra encontra­mos aquí el efecto que la música del Tristán de Wagner puede ejercer, según la expe­riencia del mismo autor, sobre la sociedad burguesa del fin de siglo y de un modo particular sobre sus artistas; de la segunda obra hay el ambiente: el sanatorio con sus huéspedes, desde los doctores y la directora (la señorita Von Osterloh, magníficamente caracterizada) a las distintas categorías de pacientes; cada uno de ellos tiene su mo­tivo conductor, el «leivmotiv» según la téc­nica artística de la música wagneriana, que se podría hacer remontar a Homero.

La tranquilidad monótona del elegante sana­torio «Einfried», severamente amueblado en el rígido estilo Imperio (como si esto tuvie­ra que dar un apoyo moral a una sociedad enferma y decadente), es interrumpida por la llegada del gran comerciante Klóterjahn, que lleva allí a su mujer, una joven deli­cada, etérea criatura, agotada después de dar a luz un niño demasiado robusto y exu­berante; ella sufre «de los bronquios» (así declaró con piadosa simulación el médico de cabecera), y su aparición suscita simpa­tías y entusiasmos generales. El marido, rebosante de salud y de una vitalidad rui­dosa y jovial, se marcha pronto, después de divertir o asquear a los huéspedes, según su naturaleza. Una abierta antipatía le mani­festó el escritor Detlev Spinell, un melancó­lico y afectado buscador de la belleza y del estilo, un insulso semiburgués que no tiene el valor necesario para abandonar la bur­guesía, que él odia y por la que es despre­ciado.

Éste se convierte en uno de los adora­dores de la nueva huésped, hija de una antigua familia del patriciado mercantil de Bremen, que la cultura condujo hasta el umbral de la decadencia (símbolo de ésta es la pasión del padre por el violín, trans­mitida a su hija, que en su casa le acom­paña al piano); Spinell la convence de que se equivocó en la elección de su camino cuando de jovencita abandonó su jardín encantado y las amiguitas, entre las que era reina, para seguir a un hombre bestial, de salud proletaria, para acabar dándole un hijo que se parece en todo a él; así perdió la corona que resplandecía en su cabeza. Una tarde, mientras los otros huéspedes participan en una excursión en trineo, Spi­nell persuade a la joven señora, cuya en­fermedad no parece mejorar, a que toque el piano, a pesar de la severa prohibición de los médicos; en aquel momento la «mujer del señor Klóterjahn», como hasta entonces la llamó anónimamente el autor, se trans­forma de una figura graciosa e insignifi­cante, en un personaje bien definido, Ga­briela Eckhof, hija del decadente patricio violinista de Bremen, dotada de una evi­dente naturaleza de artista. Así se toca, se analiza y se saborea una partitura del Tris­tán, y de ésta brota, con el mal de amor y el dolor universal, la embriaguez de la muerte.

Desde este momento el estado físico de Gabriela va empeorando rápida­mente, y la frágil criatura se acerca a su fin. Se avisa telegráficamente al marido para que vaya a visitar a su mujer, junto con su pequeño Antonio; y como él todavía no quiere persuadirse de que no se trata sencillamente de los bronquios, Spinell se siente en el deber de explicárselo con un documento epistolar que es una deliciosa sátira de la «pose» novelesca de los escritores «fin du siècle» : le acusa de haber cogido aquella flor magnífica como un grosero campesino de buen gusto, mientras que es mérito suyo, de Spinell, si ahora la delicada criatura muere entre la belleza. Sigue una escena de furor de Klóterjahn, cuya sincera vulgaridad tiene algo de diver­tido y simpático, mientras que la actitud de Spinell es de una ridícula idiotez; la es­cena es interrumpida por la noticia de que un grave vómito de sangre está provocando la agonía de Gabriela; el marido se preci­pita desesperado, agarrándose a la última esperanza de que ella «no haya muerto todavía por completo», mientras que el neu­rasténico superhombre intelectual sale al jardín con el motivo de la muerte de Tris­tán en los labios, y a la vista del pequeño Antonio, exuberante de bestial vitalidad, se aleja asqueado.

En la presentación del con­flicto, que se repite en numerosas obras de Thomas Mann, entre sana normalidad bur­guesa y morbosa cerebralidad de refinados decadentes, se percibe la casi romántica predilección del autor por la burguesía sana y normal. (Premio Nobel 1929.)

C. Baseggio-E. Rosenfeld