Tristán e Isolda, Anónimo

La leyenda de Tristán (v.) e Isolda (v.) es una de las más excelsas manifestaciones espirituales en que se ha encerrado el simbolismo misterioso del mito y el esplendor de la fe.

Fruto del choque de diversas culturas, a las que afluyen, hacia mediados del siglo XII, dos grandes tradiciones espirituales, la occitana y la nórdica, aporta a los sentimientos ge­nerales de fidelidad y de rígido honor que dominan la epopeya medieval, la nota apa­sionada y humana del amor ilegítimo que triunfa sobre todas las leyes y convenciones del mundo feudal. Esta nota «se propaga a través de los siglos, encanta y turba el corazón de los hombres con una vibración profunda y melancólica». He aquí los ras­gos generales de la leyenda, tal como ha llegado hasta nosotros a través de las di­versas versiones: Tristán, hijo de Rivalén, rey de Leonís, y de Blancaflor, hermana del rey Marco (v.) de Cornualles, nacido entre desventuras, ya que su padre ha sido des­tronado y muerto, mientras que la madre rendía el alma al dar a luz su hijo, lleva en su nombre el signo de su destino: Tris­tán, es decir, «el triste». Criado por Gorvalán, a los quince años parte en busca de aventuras y llega a la corte de su tío, el rey Marco, donde se gana la admiración de todos, tanto por sus hazañas bélicas como por las melodías que sabe arrancar de su arpa.

Vence y mata al gigante Morlot, cuñado del rey de Irlanda; pero herido en la lucha por el dardo envenenado de su con­trincante, queda abandonado a la ventura en una barca y arriba a Irlanda, donde se hace pasar por el juglar Tantris, siendo atendido y curado por la reina, diestra en la preparación de filtros mágicos. Ésta le confía más tarde a su hija Isolda la Rubia, para que el fingido juglar la instruya en la música. Al regresar a Cornualles, indig­nado con los barones que le acusan de pretender el trono impidiendo el matrimo­nio de su tío, se ofrece para ir a buscar a la única mujer con la que el rey Marco consiente en casarse: Isolda, de la que tan­to había hablado — o, según otra leyenda, la mujer a la que pertenece el cabello de oro que una golondrina dejó caer a los pies del rey—. Vuelve, pues, a Irlanda, vence a un terrible dragón y solicita a Isolda para esposa del rey Marco. Pero Isolda ad­vierte que el hierro sacado de la cabeza del difunto Morlot coincide’ con el astillado de la espada de Tristán, y viendo en él al homicida quiere asesinarle.

Pero la madre la induce a perdonarlo y le da un filtro que la unirá amorosamente al rey Marco. Du­rante la travesía, por un fatal error, Tristán e Isolda beben el filtro de amor que les encadenará hasta la muerte. Se celebra el matrimonio del rey Marco e Isolda; pero al caer la noche, ésta se hace sustituir en el lecho nupcial por la fiel Brangel (v.), la cual sacrifica su propia virginidad, ya que no ha sabido defender la de su señora. Los amores de Tristán e Isolda continúan; pero los enemigos de Tristán, y especialmente Andret, acaban por enterarse de todo y lo denuncian al rey, quien lo destierra de la corte aun cuando no cree en su culpabili­dad. Sin embargo, los dos amantes se vuel­ven a ver: se citan durante la noche en un jardín, bajo un árbol próximo a la fuente; para ponerse de acuerdo con Isolda, Tris­tán echa en la fuente trozos de madera (v. en los Lais de María de Francia, el de la «Madreselva»), en los cuales graba unos signos. Descubiertos y denunciados de nue­vo por un enano malvado, llamado Frocín, son condenados a morir en la hoguera.

Sal­vados de modo prodigioso, se refugian en el bosque, donde arrastran una vida aza­rosa de fugitivos, atormentados siempre por el temor de ser descubiertos. Lo son al fin; pero el rey Marco los ve dormidos tan tranquila y castamente, separados por la espada de Tristán, que, conmovido, respeta su vida y la paz de su sueño y para dejar una prenda de su presencia cambia la es­pada de Tristán por la suya, pone en un dedo de Isolda su anillo y, con un guante, le resguarda el rostro de un rayo solar. Conmovidos, a su vez, de tanta generosi­dad, Isolda retorna a la corte, y Tristán parte al destierro en la Pequeña Bretaña, donde se propone casarse con la bella hija del duque Hoel, Isolda la de las Blancas Manos (v.), y por ello traba amistad con el hermano de la doncella, Quedin. Pero es en vano: Tristán no logra poseer a la mujer e intenta, en cambio, a toda costa volver a  ver a Isolda. Haciéndose pasar por leproso, penitente y loco, va mendigando por los caminos, y cuando vuelve a la Pequeña Bretaña, ayuda a Quedin en una peligrosa aventura amorosa, en la cual muere éste y queda Tristán gravemente herido.

Invoca entonces a Isolda la Rubia, que es la única persona que puede curarle, y ella acude a su lado; mas Isolda, la de las Blancas Ma­nos, en un arrebato de celos, engaña al moribundo y le hace creer que la nave llega, pero sin la mujer esperada. Tristán, desesperado, muere y sobre su cuerpo cae también Isolda la Rubia, apenas desembar­cada. Llega a conocimiento del rey Marco el triste fin de los dos amantes, así como el secreto del filtro, y hace trasladar y ente­rrar ambos cuerpos en Cornualles. Sobre sus tumbas brotaron milagrosamente dos árboles que se enlazaron indisolublemente y, aunque se les tale, resurgen con mayor vigor que antes. (En ciertas versiones, un árbol nace del corazón de Tristán y, con sus ramas, busca la tumba de Isolda). La leyen­da, patética y primitiva, surgida del alma profunda y soñadora de la raza céltica, del País de Gales y de la Bretaña armoricana, según algunos críticos, como Joseph Bédier, quedó concretada en un poema — obra de un único y gran poeta — que no se ha con­servado, pero que presuponen todos los tex­tos que poseemos.

Esta opinión parece ser contradicha por numerosos y válidos argu­mentos; es más probable que breves canciones, o «lais», precedieran a los textos que han llegado hasta nuestros tiempos, de los cuales el más antiguo es el Tristrem, del anglonormando Thomas, compuesto alrede­dor de 1170 y conservado fragmentariamen­te. Los cinco fragmentos que se conservan (unos tres mil versos) nos refieren las citas amorosas de los dos amantes en el jardín, su separación, el matrimonio de Tristán con Isolda de las Blancas Manos y la muerte de los dos enamorados; pero faltan los episo­dios de Tristán leproso, loco, etc. Estos epi­sodios se conservan en las dos versiones de la Locura de Tristán [Folie Tristán]—si­glo XII—, en el Tristán monje, poema en medio alto alemán del siglo XII, que no es sino la traducción de un poema francés per­dido; en el Tristán ministril, de Gerbert de Montreuil, incluido en la continuación del Perceval (v.) de Chrétien de Troyes.

Este último, así como un poeta llamado «Li Kievre», debieron también componer unos poe­mas, hoy desaparecidos, sobre Tristán e Isolda, mientras se conserva en parte el Tristán de Béroul, poeta normando del si­glo XII, dotado de altas cualidades líricas, pero descuidado en el arte de la compo­sición y demasiado deseoso de complacer a su público. El fragmento que se conserva (unos cuatro mil quinientos versos) comien­za mediada una escena en la que Tristán e Isolda están hablando en el jardín de pala­cio, y que se interrumpe cuando los dos amantes, después de haber sido descubiertos, siguen viéndose ocultamente. Se conserva íntegro el prolijo «román» francés, en prosa, Tristán, compuesto hacia 1230, y del cual se deduce que el autor tenía a su disposición una serie de versiones distintas de la leyenda. En dos Mabinogion (v.) galeses se hace mención de Tristán y de Marco; tam­bién se cita a ambos y a Isolda en las rela­ciones que nos son conocidas por la leyenda, en las Tríadas galesas. A pesar de algunas diferencias en los episodios más importan­tes, el tema de la fatalidad del amor se desenvuelve en los diversos poemas con un encanto nuevo y único; el amor más intenso que la ascendencia y el honor, que ata indi­solublemente a dos criaturas, arrastrándolas incluso al mal y a la muerte, pero que se mantiene ennoblecido por su grandeza y fidelidad.

Tan pronto como aparecieron en Francia las primeras versiones que posee­mos, comenzaron a surgir en el país ger­mano imitaciones o traducciones de aqué­llas. Eilhart von Oberg, poeta de la corte de Enrique el León, compuso hacia 1190 un Tristán e Isolda [Tristrant und Isolde], poe­ma mediocre, evidentemente derivado del de Béroul, en el que se basaron para sus poe­mas homónimos el suevo Ulrich von Türheim (1240) y el turingio Heinrich von Freiberg (hacia 1300). Gottfried von Strassburg, ajustándose a la obra de Thomas, compuso hacia el año 1210 un Tristán e Isolda [Tristán und Isolde], tomando la le­yenda desde el nacimiento del protagonista y siguiéndola hasta la muerte. Es el poema alemán más famoso que desarrolla nuestro tema, y comienza con uno de los pasajes más perfectos de la poesía medieval alema­na. El poeta quiere ensalzar el amor como la quintaesencia de todas las cosas divinas y humanas, y nos lega una obra en la que los caracteres están perfilados con gran de­licadeza psicológica, y en la que la unidad artística se logra mediante el pensamiento central, es decir, la omnipotencia y la fata­lidad del amor. En el siglo XIII se inicia una labor reordenadora de las diversas ver­siones, a la vez que se van creando elemen­tos y episodios accesorios, merced a los cua­les la arquitectura pura y lineal de la le­yenda se quiebra dando lugar a un cúmulo de interpretaciones barrocas.

En Italia se canta esta leyenda en el Tristán ricardiano (siglo XIII), el Tristán corsiniano (siglo XIII), el Tristán véneto (1347), así como en el Cantar de la Muerte [Cantare della morte, siglo XIV] y en el Meliadus (v.) de Rustichello da Pisa (1271) y en dos peque­ños poemas atribuidos a Giovanni de Cignardi (s. XV). Y en España, en El cuento de Tristán, versión fragmentaria del poema francés en prosa. Abundan también las alu­siones: en Francia, en los poetas provenzales y franceses, en el romance de la Poire de micer Tibaldo (siglo XIII), en la Caste­llana de Vergi (v.) (siglo XIII); en Italia, en la Tavola Ritonda, compilación anónima del siglo XIII, en la Divina Comedia (v.) («Infierno», c. V), en los Triunfos (v.) de Petrarca y en el poema de Tremezzini (1552), y en alemania se recuerda en la obra de Heinrjík von Valdeke (siglo XII), en la de Bemberg von Homheim (siglo XIII), etc. Son notables las reducciones, como el Ro­mán de l’Escoufle (siglo XIII), el poema de Chaucer (1340-1400) y la Tristamsaga, tra­ducción noruega del monje Roberto (siglo XII).

C. Cremonesi