[Three dialogues between Hylas and Philonous]. Obra del filósofo inglés George Berkeley (1685-1753), publicada por él en 1713 para divulgar sus doctrinas y desvanecer las dificultades que habían surgido en su Tratado sobre los principios del conocimiento humano (v.).
Pocas obras han tenido mayor eficacia didáctica tan grande es el celo con que Berkeley, preocupado por la suerte de la religión y de la moral, cuya restauración considera ligada al espiritualismo, cumple su cometido. Hylas el materialista, Filonous el espiritualista, es decir, el mismo autor. Contra la posición espiritualista de este último, Hylas presenta una serie de objeciones nacidas todas del prejuicio de la realidad, existente en sí misma, del mundo de los objetos. Pero pronto tiene que conceder que el mundo es sensible precisamente en la percepción, y que por lo tanto el calor, el sabor, el olor, el sonido y el color, siendo sensaciones, no pueden ser inherentes a la sustancia material, que es por definición insensible (tal es la tesis de Locke). Pero si es evidente que estas «cualidades secundarias» no existen fuera de la mente, se podría con razón defender — piensa Hylas — la independencia de las «cualidades primarias» (extensión, forma, solidez, gravedad, movimiento, reposo), como propiedades reales y objetivas de las cosas.
Pero ¿de qué manera, si ni siquiera la reflexión enajenadora puede separarlas de las cualidades secundarias? Y Hylas, que venía haciendo concesiones cada vez mayores, una vez aceptada esta ilación, reúne todas las fuerzas de su ahora ya débil oposición para salvar la realidad de la materia, según él, sostén necesario, aunque desconocido, de las cualidades y modos sensibles. Pero si todo cuanto percibo — observa Filonous — no existe fuera de la mente, ¿no es absurdo decir que existe lo que percibo y que sería además causa de nuestras sensaciones? La materia, entonces, perdida toda consistencia, se revela como una idea abstracta, contradictoria e imposible. En el segundo diálogo, Filonous, después de haber refutado la teoría sostenida por Hylas, que reduce el problema gnoseológico a un problema fisiológico (el conocimiento sería el resultado de la acción mecánica de las cosas sobre el cerebro mediante los órganos sensoriales y los movimientos vibratorios de los nervios), se remonta desde la realidad cierta de las ideas hasta la existencia del espíritu, sustancia pensante y activa, que es condición del percibir, o sea aquello en que, como se ha visto, consiste el mundo subjetivo.
Además, puesto que nuestra percepción no es continuativa y por otra parte las ideas deben ser reales, esto es, existir independientemente de la contingencia y finitud del conocimiento humano, es necesario que estén contenidas todas en una mente eterna y omnipresente — Dios — que las suscita en nosotros según leyes naturales. En el último diálogo, Hylas, que teóricamente está dispuesto a aceptar la tesis de Filonous, prevé que, en la práctica, esta tesis desconcertará a los hombres, que se hallan muy lejos de reducir el «ser» de un objeto al hecho de «ser percibido» por una mente eterna. Por el contrario, Filonous enumera, y así triunfa definitivamente de su adversario, todas las dificultades que se oponen al materialismo, el cual roe los fundamentos del conocimiento (escepticismo) y de la fe (ateísmo), para concluir que el concepto de la espiritualidad de lo real está en el perfecto, si no inmediato, acuerdo con el «sentido común». Es, pues, la misma teoría desarrollada en el Tratado, pero presentada con una contigüidad que hace de los Tres diálogos un modelo característico de obra de divulgación. [Trad. española de V. Viqueira (Madrid, 1923)].
E. Codignola