Tratado Sobre la Enmienda del Intelecto, Baruch Spinoza

[Tractatus de intellectus emendatione]. Itinerario filosófico de la mente hacia Dios, de Baruch Spinoza, filósofo ho­landés de origen español (1632-1677). Fue publicado póstumo, junto con la Ética (v.), en diciembre del año de su muerte.

El sub­título, «et de via qua optime in veram rerum cognitionem dirigitur», no se compren­de sin conocer la posición del autor, es decir, que para poder ver con «el ojo lleno de divinidad» la estructura general del mundo, es necesario que ante todo el pen­samiento humano se haya identificado, a través de una progresiva purificación y su­blimación, con Dios, el cual se convierte en objeto de una intuición inmediata sólo en la cumbre de un proceso de «ascensus» de la mente, que trascienda a todas las deter­minaciones intelectuales, demostrativas y discursivas de la racionalidad común. El Tractatus llega a la justificación y funda­mento metodológico de la Ética. Se abre con una confesión, que se puede considerar autobiográfica, de la alternativa en que se ha encontrado el autor, entre la adhesión a los bienes finitos, pero reales, y conside­rados como supremos por la mayoría de los hombres: riqueza, fama y deseos insacia­bles, «a los que sigue una enorme tristeza», y un bien infinito pero de incierta consecu­ción; y de superar su crisis, con el reflejo que los bienes finitos constituían para él, en realidad, un peligro mortal, y que él debía correr el gran riesgo para procurarse la salvación en su amor hacia lo eterno y lo infinito, «que nutre el espíritu de una felicidad exenta de tristeza».

También Spi­noza, como Descartes, se da cuenta de que en el tránsito hacia el gran fin es necesario vivir y para ello «considerar como buenas» algunas reglas provisionales y aproximativas: «Habla de manera que puedas ser en­tendido universalmente; goza los placeres en la medida suficiente para conservar la salud corporal; no te procures dinero más que lo necesario para sostenerte con vida y salud». Para mejorar el intelecto y hacerlo capaz de saber hallar lo necesario para conseguir su objeto, examina detenidamente cuatro modos y grados de percepción: por lo oído decir o mediante cualquier signo; por la experiencia empírica no determinada por el intelecto; mediante una noción cien­tífica remontándose del efecto a la causa, o deduciendo una consecuencia de un uni­versal; por intuición, conociendo la cosa en su propia esencia o en su causa próxima. El tercero supera la dispersión de la mera práctica, pero se halla siempre ligado por premisas a un complejo de condiciones empíricas presupuestas en el procedimiento mental; además, en la serie de la causalidad la regresión es infinita, y él pensamiento no encuentra un punto firme si no trascien­de toda la serie de los sucesos llegando en el cuarto grado, con la intuición, a la razón generatriz que muestra que los efectos deri­van de las causas: pues la idea que la intui­ción da del mundo es la misma que preside su formación, «por constituir la certeza y la esencia objetiva una misma cosa».

Ahora bien, es necesario que ante todo exista en nosotros una idea verdadera «como instru­mento innato, y que en ella se entienda al mismo tiempo la diferencia que existe entre una tal percepción y todas las demás». La distinción entre los errores y ficciones y la verdad será segura si se asume como norma la idea dada por el Ente perfectísimo, la cual se encuentra en nuestra mente en la idea de sí misma, de nuestro cuerpo y en cualquier cosa del universo. Para alcanzar la idea de Ente perfectísimo, del que deri­van todas las cosas, es necesario un método para distinguir las ideas verdaderas de las demás percepciones; reglas para percibir las cosas desconocidas; según la norma de la primera idea real, constituir un orden para no cansarse con ideas falsas e inútiles, y lle­gar en breve al conocimiento de este Ente. Mediante largo análisis, el autor demuestra que la idea verdadera es simple, o compues­ta por ideas simples; que es necesario tener ideas claras y distintas que no podrán ser ni fingidas, ni falsas, ni dudosas; que para reducirlas todas a una sola idea es menester unirlas de manera que la mente «reproduz­ca objetivamente, en cuanto sea posible, la naturaleza formal e íntegra o por lo menos en sus partes».

Pues el conocimiento del otro efecto no es sino el conocimiento más per­fecto de la causa, de donde resulta que «nos­otros no podamos comprender nada acerca de la Naturaleza sino mediante un conoci­miento más profundo de la causa primera, es decir, de Dios». La segunda función del método de hacer percibir las cosas desco­nocidas según la norma de la idea primera, es dar las condiciones de una buena defini­ción, «verdadera vía de la invención». Esta­blece como condiciones de la definición de la cosa creada: que comprenda la causa pró­xima y que todas las propiedades de la cosa puedan deducirse claramente de la mis­ma y de la realidad increada, que excluya por sí misma toda causa y no deje subsistir la cuestión si realmente existe; que no sea explicada por medio de abstracciones; quede esta definición se deduzcan todas sus propiedades. La obra de Spinoza se interrumpe al principio de la segunda parte — que debía dar reglas para la buena per­cepción de las cosas desconocidas, según la norma de una idea verdadera—, sobre el tratamiento de las propiedades del intelecto (entre las cuales está la de percibir las cosas «bajo cualquier suerte de eternidad»; y la otra, que «las ideas, cuanta mayor per­fección expresan de un objeto, son tanto más perfectas»).

La tercera función del mé­todo, que consiste en «evitar afanarse por cosas inútiles», debía encontrarse en la tercera parte, que falta. El valor principal del Tractatus consiste en haber indicado la función esencial de la filosofía, y depurado y aclarado la idea que es fundamento de todas las ideas: la de sustancia o Dios, que constituirá el objeto de la Ética.

G. Pioli