[Tractatus de primo rerum omnium principio]. Obra del filósofo y teólogo escolástico Johannes Duns Scot, franciscano inglés (1266/74-1308). Según algunos estudiosos, éste es el canto del cisne del «Doctor subtilis»; ciertamente en él la inteligencia, que en sus demás obras se expresa de manera bastante árida como en todas las obras escolásticas medievales, se une con el corazón para elevar a Dios, principio de todas las cosas, un canto de afectuosa piedad y delicioso misticismo.
El tratado contiene sólo cuatro capítulos, cada uno de los cuales comienza con una férvida oración y termina con una extensa elevación del alma hacia su primer principio. En los primeros capítulos, Scot prepara los elementos de la demostración de la existencia del Primer Principio; en el tercero le atribuye la triple preeminencia, de eminencia y perfección, de causa final y de causa eficiente; y en el cuarto completa su demostración mostrando su simplicidad, su infinidad y su inteligencia. Este tratado verdaderamente «áureo», a juicio de Wadding y los teólogos en general, no debe confundirse con el otro: Del principio de las cosas [De rerum principio] del mismo autor, escrito a la vez que la Obra de Oxford (v.), cuya autenticidad algún crítico pone en duda. Trata de la existencia, unidad, inmutabilidad, libertad y potencia del Primer Principio; de las sustancias espirituales y su composición; del alma de Cristo, de las criaturas en cuanto cuerpo; del conocimiento intelectual, del número y de la unidad numérica; de la duración y del tiempo.
Las dos últimas cuestiones son puramente teológicas: del alma de Cristo; de las criaturas en cuanto a la gracia. También tiene esta obra importancia capital para el conocimiento de la filosofía de Scot. En la cuestión de la composición de la sustancia espiritual hallamos la doctrina de Avicebrón, sostenida por éste en su Fuente de la vida (v.), acerca de la universalidad de la materia y su composición, incluso de las sustancias espirituales, de materia y forma; doctrina que Duns Scot defendió vivamente, incluso contra el propio Santo Tomás de Aquino.
G. Pioli