[Traité de mécanique céleste]. Publicado en París entre los años 1799-1825, es la obra fundamental del astrónomo Pierre-Simon Laplace (1749-1827) y, continuando la obra de Newton, da las expresiones matemáticas para el cálculo de los movimientos de los cuerpos celestes.
Entre 1829 y 1839 apareció una segunda edición y, habiendo quedado ésta poco después casi agotada, el Gobierno de Luis Felipe hizo imprimir completas las Oeuvres de Laplace (1843-1847) en siete volúmenes. La Mecánica celeste se encuentra en los cinco primeros; en el sexto la Exposición del sistema del mundo (v.) y en el séptimo la teoría de la probabilidad. Otra edición de las obras completas de Laplace es de 1878. La primera edición consta de cuatro volúmenes y en el prólogo Laplace, explicando el objeto de la obra, recoge las teorías que se ocupan de los resultados de la gravitación universal, sobre el equilibrio de los movimientos de los cuerpos sólidos y fluidos que componen el sistema solar y los otros sistemas semejantes esparcidos en la inmensidad del cielo. La astronomía, en efecto, es un gran problema de mecánica en que los elementos de los movimientos son arbitrarios; su solución depende de la exactitud de las observaciones y de la perfección del análisis.
Es necesario, afirma La- place, desterrar el empirismo que por ningún título debe ya tener sitio en las tablas astronómicas; fin que él casi alcanzó. La primera parte de la obra (vols. I y II) contiene los métodos para calcular los movimientos de traslación y rotación de los cuerpos celestes, la teoría del movimiento elíptico en su mayor aproximación, su forma, la teoría del flujo y reflujo del mar. Trata, además, de la precisión de los equinoccios, de la libración de la Luna, de la figura, de la rotación de los anillos de Saturno y de su permanencia en el plano de su ecuador, de las principales desigualdades de los planetas, y particularmente de las de Júpiter y Saturno, que parecían ser excepción de la ley de la gravedad. Las investigaciones más profundas de Laplace prueban, por él contrario, que dichas desigualdades son una de las pruebas más convincentes de aquella ley.
La segunda parte (vols. III, IV y V) da comienzo con una entusiasta dedicatoria a Bonaparte, ciudadano primer cónsul, y considera en particular las perturbaciones del movimiento de los planetas y de los cometas alrededor del Sol, de la Luna alrededor de la Tierra y de los satélites en torno a los planetas a los que acompañan, llegando así a la mayor perfección posible, en aquel tiempo, de las tablas astronómicas. El último volumen, publicado en 1823, comprende el resultado de las últimas investigaciones de Laplace junto a una interesante historia de los progresos realizados en cada tratado de las materias por él discutidas. Si bien Laplace en el curso de su inmortal Tratado se olvida de citar particularmente las obras de sus predecesores, sin embargo es innegable que su contribución a la fundación de la mecánica celeste ha sido verdaderamente grandiosa. La averiguación de la forma de equilibrio de un fluido giratorio ocupó la atención de Laplace durante una gran parte de su larga vida.
Los resultados de sus numerosos trabajos a este propósito, descrito por él «como uno de los puntos más interesantes del sistema del mundo», han sido incluidos en su obra y son una de las pruebas más notables de su genio. Laplace trató este asunto desde el punto de vista de una gradual agregación y enfriamiento de una masa de materia, y demostró que la forma que finalmente viene a tomar dicha masa es un elipsoide de revolución, cuyo ecuador viene determinado por el plano primitivo del área máxima. Las investigaciones de Laplace sobre la prueba de las atracciones han quedado con valor de clásicas por la introducción de dos poderosos medios de análisis para la exposición de los problemas físicos: los coeficientes de Laplace y la función potencial. Tradujo las fuerzas de la naturaleza al lenguaje del análisis y puso los fundamentos de las ciencias matemáticas y físicas: astronomía, electricidad y magnetismo.
G. Abetti