Narraciones históricas o de fondo histórico del escritor peruano Ricardo Palma (1833-1919). En su larga vida, Palma, perfecto tipo de «hidalgo» y de «colonial», pudo revolver archivos a sus anchas, interpretarlos y hasta cambiar su contenido.
Él mismo afirmó, al presentar la primera serie de sus Tradiciones: «Me gusta mezclar lo trágico y lo cómico, la historia con la mentira». Del mismo modo que toma. en su extravagante belleza churrigueresca, es continuación de Sevilla, así Palma supo unir carácter alegre de los peruanos de origen andaluz, cierto fondo amargo que nace del contactó con el mundo de los incas, vencido y domeñado^ Su obra es única, monumental en su conjunto, aunque, en sus partes constitutivas, resulte algo pálida de color, entretejida como está de bocetos, anécdotas, cuentos, episodios, indiscreciones, «moralejas» y «frivolités». Con un estilo conciso, animado y penetrante, nos cuenta leyendas, escándalos, escenas de género y rasgos de costumbres, incluyendo en su amplia colección también artículos críticos sobre autores menores. Hay en él algo del poeta sincero y del humorista, del romántico entusiasta y del escéptico áspero. Palma fue para Perú lo que Andrés Bello fue para Chile, el padre de la cultura.
Sus Tradiciones están distribuidas, de 1872 a 1918, en once series. Las últimas, de 1889 a 1918, tienen subtítulos característicos (Ropa vieja, Ropa apolillada) y el último volumen, escrito a los ochenta y cuatro años, tiene el título solemne de Las mejores tradiciones (1918). Son narraciones «sui generis», en que la invención se insinúa y mezcla, hábil, poética y satíricamente con la historia. Se nota cierto «quijotismo» en la obra de este patriota y estudioso peruano que, en guerra de 1883, vio su casa y su biblioteca saqueadas por los invasores chilenos. Un don Quijote, sin embargo, no desprovisto del humor y de las actitudes de Un Sancho. El gusto del escándalo, la defensa de los indígenas, el culto del señorío español y al mismo tiempo de la independencia del Perú, he aquí los temas básicos de Palma. Él creó un género literario original, que asumió un valor esencial en la América latina. El autor ve y revive el mundo colonial con unitaria coherencia de inspiración, y el criterio de su visión vacila entre la armonía y la exaltación evocativa. «Las mejores tradiciones — dice — están encerradas en el misterio de nuestro ‘humus’: Imperio de los Incas, momia envuelta en un trágico sudario; el imperio colonial español que dio a estas tierras la pureza de su idioma y la fuerza de sus costumbres; luego llegó la independencia con sus energías nuevas, sus errores juveniles y sus grandes esperanzas.
Nosotros, herederos de todo esto, miramos el pasado como un cofre de donde se pueden sacar inagotables motivos de vida». Así con cierto énfasis, decía el mismo Palma en sus últimas Tradiciones, que él juzgaba las mejores. Para el lector prudente, las mejores páginas son las que se basan en evocaciones pictóricas y psicológicas, que hacen revivir magistralmente algunos típicos momentos y actitudes de la época colonial. Tales, el episodio de José Manuel llamado «Matalaché», grito con que la chusma incitaba a su héroe, cantor, atleta y amante de la hija de su patrón blanco, rico latifundista de Piura, en el norte del Perú. El audaz negro fue condenado a morir en una cuba de jabón espumoso. (López Albújar, el mayor narrador moderno peruano, continuó este motivo en su homónima novela Matalaché, que ha merecido ser traducida al inglés, francés y alemán). Para Palma, el negro Manuel es el símbolo del nativo vigor de los indígenas, y su ejemplo influyó sobre las obras de Hernández, autor de Martín Fierro (v.), y el Fausto (v.) de E. del Campo.
El episodio de la actriz gitana, hetaira plebeya Micaela Villegas, la «Perricholi», favorita del virrey Manso de Velasco, magníficamente retratado por Palma, inspiró la famosa novela de Thornton Wilder El puente de San Luis Rey. Palma, que posee el genio volteriano del escándalo y de las crónicas secretas, dedicó páginas muy interesantes a la historia de la prostitución en Lima; conmovedoras y precisas, aunque no completamente originales, las dedicadas a la conquista del Perú, con la muerte de Pizarro que, gran pecador ante los hombres, murió como un santo ante Dios, cuando marcó la plaza de armas de Lima con una cruz hecha con su sangre. Por el efectivo valor poeticohistórico de su amplia obra, por la proyección que tuvo en el mundo literario sudamericano, Palma debe ser recordado con honor, aun cuando, aquí y allí, en su abundante colección de las Tradiciones aparezcan repeticiones fatigosas. Sin embargo, su estilo es siempre personal, y muy vivo es el espíritu que anima la obra.
U. Gallo